martes, 24 de mayo de 2016

La Falsedad de los Idolos (fragmento de Interpretación Bíblica Enfocada en Dios por Vern Poythress)



El tema central del Apocalipsis, desde el capítulo 6 hasta el capítulo 20, es la guerra santa.1 Satanás y sus huestes hacen guerra en contra de Dios. “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles” (Apocalipsis 17:14).

Los Soldados
Según el libro de Apocalipsis, el teatro de la guerra santa, de la batalla cósmica de dimensiones superhumanas es la tierra. Dios está en guerra contra Satanás y Satanás combate con Dios. Los seres humanos están envueltos en el combate. De Dios reciben su gracia y su juicio. De Satanás reciben la decepción y el dominio. Dios y Satanás constituyen una antítesis moral. Pero irónicamente, Satanás y sus huestes también dependen de Dios. Dios no solamente predice el curso entero de la batalla, pero también asegura la derrota inevitable y total de Satanás. Además, el libro de Apocalipsis nos demuestra que Satanás y sus huestes obran por medio de la falsedad. En el fondo, lo único que pueden hacer es proponer versiones falsas de la verdadera gloria de Dios.

Otros comentaristas han reconocido que las fuerzas satánicas en Apocalipsis falsifican la Trinidad.2 Satanás se presenta como una copia falsa de Dios Padre. La Bestia, cierta especie de pseudo-encarncación de Satanás es una copia falsa de Jesucristo (comparar Apocalipsis 13:1-10 con Apocalipsis 19:11-21). El Profeta Falso es una copia falsa del Espíritu Santo. A través de sus señales deceptivos, el Profeta Falso promueve la adoración de la Bestia. Actua de una forma análoga al Espíritu Santo quien obra milagros en el Libro de los Hechos para promover la adoración de Jesucristo. Babilonia la Grande es una copia falsa de la iglesia, la novia de Cristo.

La Bestia es una copia falsa y una distorsión significativa de Jesucristo. Hay una resurrección falsa expresada en una herida mortal que es sanada (13:3). El carácter milagroso de su sanidad genera asombro y aumenta los seguidores de la Bestia así como la resurrección milagrosa de Cristo aumentó sus seguidores. La Bestia tiene diez coronas (13:1) paralelas a las muchas coronas de Cristo (19:12). El Dragón le da poder a la Bestia “Y la bestia que ve era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad” (13:2) así como el Padre le da al Hijo su autoridad (Juan 5:22-27). La adoración del Dragón y de la Bestia son inseparables (Apocalipsis 13:4) de la misma forma que la adoración del Padre y del Hijo es uno (Juan 5:23). La Bestia reclama la lealtad universal de todas las naciones (Apocalipsis 13:7) así como Cristo es el Señor sobre todas las naciones (7:9-10).

Los primeros versículos de Apocalipsis 13, en que se introduce la Bestia, demuestran una parodia de la creación. Satanás se detiene en la orilla del mar y llama desde las profundidades una Bestia a su propia imagen, con siete cabezas y diez cuernos correspondientes a las cabezas y los cuernos del Dragón (12:3). Así como el Hijo es la imagen del Padre, la Bestia es la imagen del Dragón. Además, la imagen del mar alude al tiempo en que Dios ordenó la creación cuando las aguas cubrían toda la tierra (Génesis 1:2). Por eso, el Dragón es un creador falso, distorsionando la actividad creativa de Dios Padre.

En la falsedad yace tanto peligro como esperanza. El peligro es que la falsedad puede ser confundida con la verdad. La idolatría, o sea la adoración falsa, es lo suficientemente cercano a la verdad como para atraer y atrapar al adorador. La esperanza, sin embargo, se desprende del hecho de que la falsedad expresa la dependencia y el fracaso final de la maldad. Satanás no es un segundo creador, es simplemente una réplica falsa del único y verdadero Creador. Sus imitaciones son horribles. ¿Será posible que alguien siga a Satanás cuando vea su verdadera naturaleza horrorosa?

La Raíz del Asunto: La Idolatría
Según el libro de Apocalipsis, la raíz de toda nuestra existencia es el asunto de la adoración verdadera y la adoración falsa. ¿Adoramos a Dios o adoramos a Satanás? ¿Servimos a Cristo o servimos a la Bestia? ¿Pertenecemos a la novia de Cristo o a la ramera de Babilonia?

Pero antes de formular conclusiones, vamos primero a considerar lo que el Apocalipsis le dice a sus lectores originales, o sea, a los cristianos de las siete iglesias de Asia (1:4).

¿Cuáles eran los asuntos apremiantes que enfrentaban estas siete iglesias? ¿Qué instrucción les ofreció la enseñanza en el libro de Apocalipsis? En su contexto original del siglo I,3 la Bestia representaba el Imperio Romano en todo su paganismo y su exceso. La adoración de la Bestia representaba la expectativa del gobierno de Roma que exigía a todos sus súbditos a participar en el culto al emperador. Al participar en este culto, los romanos demostraban la lealtad y la sumisión política. Para el politeísta, tal exigencia no presentaba problema alguno. Los judíos eran vistos como la excepción por el Imperio debido a su monoteísmo. Pero en la medida que el cristianismo se fue divergiendo del judaísmo, los cristianos se encontraban en peligro de una intensa persecución ya que su compromiso con Cristo era visto en el Imperio como deslealtad al emperador.

El Falso Profeta seguramente era una representación de los sacerdotes del culto imperial o tal vez de aquellos quienes los apoyaban. Babilonia la Grande representaba al mundo en su fuerza económica y en su desenfreno y lujuria. Babilonia era Roma. Pero las seducciones de Roma se reflejaban también en las ciudades donde se ubicaban las siete iglesias.

En efecto, las tentaciones de la idolatría se manifestaban de dos formas: como brutalidad y como seducción. Por un lado, la Bestia amenazaba con muerte si no se le adoraba. La adoración del emperador involucraba una amenaza: alábalo o muere. Por otro lado, Babilionia la Grande prometía placeres al que decidiera seguirla. El sumarse a la vida pagana de la ciudad, entonces, resultaba muy atractivo. El bienestar económico y social parecía demandar la participación en la vida social infestada de idolatría en que las rameras se ofrecían en cada esquina de la ciudad. Había dos opciones en Roma: tener poder o carecer de poder, tener placer o sufrir, tener riquezas o ser pobre.

El siglo primero nos ofrece un ejemplo particular de un patrón más amplio. La guerra espiritual está en pie. No hay neutralidad. O se sirve a Dios o se sirve a los ídolos. O se adora a Dios o se adora a los ídolos.

No nos ha de sorprender que podamos generalizar este patrón más allá del primer siglo. Pues, Satanás siempre ha sido, es y será un impostor. “El mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14). La verdad es que no tiene otra opción. No es creador y por eso lo único que puede ser es un imitador, un impostor de la majestad, la gloria y el poder de Dios. Puesto que Dios siempre es el mismo, las maniobras de Satanás siempre son también las mismas. En consonancia con la aproximación idealista al Apocalipsis, es posible generalizar y aplicar el Apocalipsis hoy. De hecho, el mismo autor demanda tal aplicación: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7).

En la época actual las manifestaciones más obvias y directas de la Bestia se encuentran en los gobiernos opresores en todo el mundo. Los gobiernos opresores hacen afirmaciones que son casi idólatras. En el apogeo de los gobiernos comunistas, se esperaba una lealtad total por parte de todos los ciudadanos bajo el régimen. Ofrecían una ideología falsa con su propia filosofía de la historia (el materialismo dialéctico), con su propia visión del pecado (la injusticia económica), con su propia versión de la esperanza final (la utopía de una sociedad comunista del futuro), con sus propias escrituras autoritativas (el Libro Rojo de Mao), y con su propia sociedad eclesiástica (el Partido Comunista).

Pero gobiernos opresores de derecha también existen. Arabia Saudita, por ejemplo, prescribe la pena muerte para los que se conviertan del Islam al Cristianismo.

Babilonia la Grande, la ramera, también se manifiesta en nuestros días. Las grandes urbes del occidente ofrecen un sinnúmero de placeres en el anonimato. No se habla ni del bien ni del mal. Además, el consumerismo hace de nuestro amor al dinero un ídolo. Adoramos no sólo al dinero sino también a los placeres que el dinero puede comprar. Y por si fuera poco, la fascinación incesante en el occidente con la sexualidad promueve el mensaje sutil que el sexo (heterosexual u homosexual) sirve únicamente para el placer, el placer máximo en una sociedad hedonista.

Las lecciones que vemos en Apocalipsis, además, son parecidas a las conclusiones de los sociólogos modernos. La idolatría está institucionalizada. Involucra a hombres y a mujeres individuales pero va más allá. La idolatría se arraiga en las mismas estructuras sociales, en todo lo que está en nuestro entorno y en la forma de pensar. Esta fue la misma situación que enfrentaban los cristianos en el Asia Menor del siglo primero.

Se dice que la secularización nos ha librado del poder de las religiones y que, por lo tanto, nos ha librado de la idolatría. Pero como bien han dicho Jacques Ellul y Herbert Schlossberg, la verdad es que la secularización nos ha librado de ídolos físicos pero nos ha entregado en su lugar ídolos más sutiles.4 Nos entregamos sin reservas a las técnicas y al poder del estado, al progreso, a la revolución, al sexo y al dinero. Los demonios actuales podrían ser peores que los antiguos (Mateo 12:43-45). Y la nueva idolatría se expande en la sutileza de las instituciones. Las instituciones de poder consisten en el gobierno civil, la industria, las instituciones financieras. Pero también consisten en la empresa del conocimiento que podría ser la institución más poderosa de todas – los medios de comunicación masiva, la promoción de productos, la propaganda política y las instituciones educativas. El Falso Profeta está en acción. Estas instituciones se dedican a proclamar el mensaje que es afirmado por nuestros amigos y nuestros vecinos. Es demasiado común que nuestros amigos, vecinos, aun nuestros familiares, obedezcan más a la regla de las instituciones falsas que a la voz de Dios.

La Idolatría Sutil
Las expresiones más obvias de la idolatría incluyen la adoración de un emperador o de la unión sexual como se dio en la prostitución del templo antiguo. Pero, como ya hemos visto, existen formas más sutiles de la idolatría. El comunismo es oficialmente ateo pero sin embargo exige un compromiso totalitario con el estado. Tal compromiso tiene un carácter netamente religioso. La urbe metropolitana actual es oficialmente secular pero nos seduce a comprometernos finalmente con el placer y la auto-realización.

El libro de Apocalipsis nos sintoniza con este tipo de idolatría y por eso la podemos detectar en múltiples manifestaciones. Los estados modernos democráticos rechazan los reclamos totalitarios del comunismo. Pero aun así, su poder se vuelve idólatra. Cuando los problemas se vuelven severos, acuden al poderío del estado para la respuesta, para la liberación. A pesar de los múltiples fracasos de las burocracias gubernamentales, los estados aun mantienen para muchos un carácter mesiánico. Problemas económicos, sanitarios y raciales pasan a ser la prerrogativa del gobierno estatal. ¿Quién como el estado con su inmensa poder? “¿Quién como la bestia?” (Apocalipsis 13:4).

Asimismo los promotores del mercado moderno se burlarían del antiguo culto al sexo y las orgías religiosas. Pero las imágenes que se usan en la promoción actual sugieren tácitamente que si se utiliza el producto, se encontrará satisfacción sexual.

De hecho, la Bestia y Babilonia la Grande son símbolos universales. Hablan de la tentación del poder, de la riqueza y del placer. ¿Quién no ha sido atrapado? Las formas sutiles de la idolatría se entrometen en la vida de los cristianos. Pensábamos que las habíamos dejado atrás cuando entregamos nuestras vidas al Señor. Pero luego nos damos cuenta de la persistencia de los mismos ídolos. Pensábamos, por ejemplo, que al dar nuestros diezmos y ofrendas nos habíamos escapado de la codicia del dinero. Sin embargo, luego nos damos cuenta que si bien damos el diez por ciento a Dios reclamamos el noventa por ciento para nosotros mismos. Pensábamos que al seguir los diez mandamientos nos habíamos desposado de la lujuria del placer. Sin embargo, luego nos damos cuenta que aun buscamos nuestro propio bienestar a costo de los demas.

El pecado está, pues, arraigado en nostotros, enredado en nuestros corazones. ¿Quién nos librará de su yugo?

Los monjes proponían una solución radical: la renunciación total. ¿El voto de obediencia resuelve el problema del poder? ¿El voto de pobreza resuelve el problema de la riqueza? ¿El voto del celibato resuelve el problema del placer? La respuesta es que no. El pecado y la idolatría son mucho más sutiles. Al extinguirse en un nivel, aparecen en otro. Nuestra santificación se encuentra, no en votos, sino en la muerte y la resurrección de Jesucristo.
 
Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieses en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne. (Colosenses 2:20-23)

No debemos, en la práctica, ni aprobar ni desaprobar del método monástico. A lo largo de los siglos, muchos monjes mostraron una gran confianza en Jesús. De cierta forma, sus votos expresaban la devoción genuina a Cristo. Sus labores contribuyeron a la piedad, al conocimiento y al servicio caritativo para la sociedad para la gloria de Dios. Pero los votos y las obras estaban inevitablemente contaminadas con los problemas indicados en Colosenses 2:20-23. Sus motivaciones estaban teñidas, tal como las nuestras están teñidas.
            Podríamos pensar que los monjes eran extremistas, pero nosotros también tendemos a ir a los extremos. Abogamos por un pacificismo que renuncia totalmente cualquier tipo de poder y confrontación. Caemos en el legalismo al adoptar un estilo de vida “simple y sencillo” o cuando desdeñamos las relaciones sexuales dentro del pacto matrimonial.

Pero la verdad es que en el occidente nuestra tendencia predominante es de hacer falsos compromisos y no falsas renuncias. Nos sumamos al baile religioso de cada domingo por nuestro propio bienestar y para recibir alguna instrucción en cómo evitar el sufrimiento. El resto de la semana vivimos como todos los demás pero con un módico de superficialidad cristiana para poder sentirnos superiores a nuestros prójimos.

Tanto los cristianos como los incrédulos caen en la decepción no sólo de las falsas promesas del placer propio sino también de las falsas promesas de salvación. Las ideologías nos ofrecen su propia versión de una salvación falsa. El marxismo nos promete la liberación económica al redistribuir los bienes de forma equitativa según las necesidades. No podemos vencer nuestro propio deseo por riquezas y por eso ponemos nuestra esperanza en el sistema marxista para liberarnos.

El feminismo pretende liberarnos de las agonías de la confusión sexual y la lujuria. No podemos controlar nuestras pasiones desenfrenadas, nuestra confusión y nuestra vergüenza, así que el feminismo nos liberará a través de la renovación de las relaciones interpersonales en la sociedad. En una de las múltiples variedades del feminismo, la sexualidad no es más que una configuración biológica de drenaje. Si logramos superar las distorsiones del pasado, encontraremos que todos, hombre y mujer, somos idénticos. Otras variedades del feminismo proponen que la liberación viene cuando dejamos que cada quien haga lo que mejor le parezca sin estereotipos y sin juicio.

Anhelamos la liberación. Sabemos, aunque muy pocas veces lo admitimos, que no estamos bien y que existe en nuestro ser una distorsión, un enredo, una pobreza y una frustración. Queremos alivio. Y si el camino de Cristo es demasiado doloroso, demasiado humillante, demasiado increíble, demasiado lento, entonces buscaremos alternativas. Las alternativas son métodos o caminos a la salvación, a una salvación falsa. En fin, son ídolos.

Las manifestaciones de la Bestia y la Ramera se nos presentan no sólo en instituciones sociales sino también en los anhelos individuales y los temores psicológicos. En la polaridad negativa, el temor nos impulsa. En la positiva, la lujuria nos impulsa. Por un lado, la Bestia representa la tentación de adorar a los ídolos mediante el temor. Tememos el dolor, la humillación, el castigo y las opiniones negativas de los demás. El temor nos motiva a dar la espalda a Dios y a adorar todo aquello que tememos. Por otro lado, la Ramera representa la tentación de adorar a los ídolos que nos seducen y que nos prometen placer. La lujuria nos motiva a dar la espalda a Dios y a adorar a todo aquello que promete darnos placer y satisfacción. El temor y la lujuria difieren, tienen textura distinta, para cada persona. Por eso, cada persona experimenta la idolatría de forma singular. Pero aun así, todos luchamos con estos gemelos de la tentación – el temor y la lujuria, la Bestia y la Ramera. Dios nos manda a rechazar estas idolatrías y a considerar el temor verdadero, el temor de Dios, y el anhelo verdadero, el anhelo del deleite de la presencia de Dios (Apocalipsis 22:1-5).

En resumen, la idolatría y la visión de la adoración verdadera presentadas en Apocalipsis manifiestan dimensiones corporativas e individuales, dimensiones obvias y sutiles. En su comentario a Isaías 13, Oecolampadius identifica ambas dimensiones. Acerca de la dimensión corporativa, dice:  “Cuando Roma [una manifestación corporativa de Babilonia] pone fin a su tiranía, los cristianos regocijarán con corazones contentos.” Acerca de la dimensión individual: “Por medio de él [Cristo] conquistamos cada día a la Babilonia que está dentro de nosotros.”5

Debemos anotar que la idolatría tiene además una dimensión histórica. La idolatría surge en el nexo entre el desarrollo histórico y juico. La Jerusalén apóstata fue destruida en 70 dC. El paganismo oficial de Roma vio su fin con la conversión de Constantino, pero la corrupción del cristianismo no fue destruida hasta que la capital imperial se trasladó a Bizancio (330 dC) y hasta que Roma fue saqueada en 410 dC. Podríamos mencionar un sinnúmero de ejemplos adicionales en que los eventos de la historia pusieron fin a la idolatría.

Pero el evento histórico más importante es la muerte y resurrección de Jesucristo junto con su segunda venida en el futuro.6 Entre estos dos eventos encontramos las sombras de los dos grandes juicios. Por medio de estos dos eventos Dios rompe el poder de la idolatría. El Espíritu Santo nos acerca a Cristo y aplica su obra a nosotros. Morimos y recibimos la resurrección de él (Colosenses 2:20-3:4; 2 Corintios 4:10-12; Filipenses 3:10-11). Por medio de la comunión con Cristo, Dios nos transforma. Nos transforma en nuestra individualidad, en nuestras familias, en nuestras iglesias, en nuestras comunidades y también en nuestras instituciones.

La Decepción y la Ceguera
Regresemos al punto central: la idolatría corrompe nuestra comprensión de Dios, a veces de forma patente y otras veces de forma latente. Pero de cualquier forma, la idolatría decepciona y enciega al que la practica. Los idólatros fingen que realmente están adorando a Dios. Adoran a lo que les parece que merece su adoración. Los idólatros se enciegan y no pueden ver la necedad de su acción. Como vemos en Salmos 115:4-8, los ídolos tiene bocas que no hablan y ojos que no ven. Además, los ídolos provocan la ceguera y la mudez en sus adoradores: “semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos” (Salmos 115:8).
           
Pero la ceguera nunca es una ausencia inocente de conocimiento. La ceguera es una decepción. Conocemos el dios falso, el sustituto inauténtico, porque es una distorsión del Dios verdadero. El dios falso atrae únicamente porque imita a Dios. Amamos a los dioses falsos precisamente porque tenemos una dependencia esencial en el Dios verdadero. La alternativa a la adoración a Dios no es que no adoramos. La alternativa es la adoración a un dios falso, a un sustituto. Y el sustituto tiene que dar una ilusión de la satisfacción de nuestro anhelo de Dios.
            
Además, los dioses falsos dependen del acto de falsificación. La identidad de la Bestia reside en su falsificación del poder y de la resurrección de Cristo (Apocalipsis 13:3). Su carácter bestial proclama su inferioridad a Cristo. El hombre, siendo criatura, sabe como adorar a Dios. Y demuestra ese conocimiento al adorar a la Bestia, un dios falso. En su naturaleza caída, el hombre prefiere lo falso por encima de lo verdadero. Por eso, no nos escapamos de Dios siquiera en la idolatría. Al contrario, demostramos nuestra culpabilidad y nuestro fracaso al no adorar al Creador original. Conocemos a Dios pero lo distorsionamos y lo suprimimos (Romanos 1:18-32).
            
Pero debemos señalar que la idolatría no siempre se percibe como un acto explícito de adoración. La naturaleza de la idolatría reside en la decepción y la confusión. Confundimos a Dios con los ídolos. Se entenebrece el pensamiento y la acción. Por eso servimos al ídolo, pues no sabemos lo que hacemos. Esto es más obvio en el secularismo actual – los ídolos son sutiles, son casi imperceptibles y la adoración suele ser tácita.7 La idolatría corrompe el pensamiento y esa corrupción nos roba de la habilidad de reconocerla.
            
La idolatría, por lo tanto, tiene un impacto directo en la interpretación bíblica. ¿Cómo? Dios nos habla por medio de la Biblia. Pero si no conocemos a Dios, si lo reemplazamos por un ídolo, entonces tendemos hacia a la distorsión de su palabra. Nuestra interpretación cambia porque nuestra percepción del autor ha cambiado. Pero esto no quiere decir que la interpretación se vuelve incoherente. El dios falso se asemeja al Dios verdadero. Por eso, la interpretación bíblica idólatra se asemeja a la interpretación bíblica verdadera. En la práctica interpretativa notamos que lo verdadero y lo falso se entretejen de tal manera que sólo Dios los puede separar con precisión.
            
Entonces la ceguera de la idolatría incluye una ceguera interpretativa. El crecimiento en el conocimiento de Dios, por otro lado, incluye un crecimiento en las destrezas de la interpretación bíblica.

NOTAS  
1. De hecho, la guerra espiritual no se limita únicamente a los capítulos 6-20. Los capítulos 2-3 presentan asuntos de guerra espiritual en términos menos simbólicos. Capítulos 4-5 nos presentan a Dios que controla la batalla. Apocalipsis 21:1-22:5 registra el triunfo final de Dios, el término victorioso de la guerra santa. Las exhortaciones finales en 22:6-21 refuerzan el grito de guerra. Por ello, todo el libro de Apocalipsis se trata de la guerra espiritual.
2. Ver por ejemplo G.R. Beasley-Murray, The Book of Revelation (London: Marshall, Morgan & Scott, 1974), 207.
3. Ver comentarios variados por Beasley-Murray, Leon Morris, etc.
4. Jacques Ellul, The New Demons (New York: Seabury, 1975); Herbert Schlossberg, Idols for Destruction: Christian Faith and its Confrontation with American Society (Nashville: Nelson, 1983).
5. Johannes Oecolampadius, In Iesiam Prophetam ΗΥΠΟΜΝΗΑΤΩΝ, hoc est, Commentariorum Ionnis Oeclampadii Libri VI (Basel: Adreas Cratander, 1525), p. 105a.
6. Oeclampadius acertadamente apunta a estos dos eventes. Sin embargo, la derrota final del mundo sucederá en el fin de la presente era.

7. La obra de Michael Polanyi hace una distinción acertada entre el conocimiento tácito y el conocimiento explícito y también entre el conocimiento subsidiario y el focal. Ver Polanyi, Personal Knowledge; Polanyi, The Tacit Dimension (London: Routledge & K. Paul, 1967).

jueves, 21 de abril de 2016

Samaria y los Orígenes de la Misión Cristiana (por Oscar Cullmann)

En Mateo 10:5, Jesús dice a sus discípulos: “No entréis en ninguna ciudad de Samaria.” ¿Quiere decir que él comparte el odio del pueblo judío hacia Samaria, ese país del sincretismo religioso donde solamente un judaismo truncado había encontrado su lugar?' Sabemos que los samaritanos no reconocían más que el Pentateuco del que habían modificado además el texto, que ellos rechazaban el culto del templo de Jerusalén y que ofrecían su propio culto sobre el Garizim, incluso después de la destrucción del santuario (que allí habían erigido) en el año 128 a. C. por Juan Hircano.

La recomendación de Mateo 10:5 está precedida de esta otra: “No os pongáis en camino hacia los paganos.” Es cierto que no es un prejuicio nacional lo que ha dictado a Jesús esta orden que da a los discípulos de no extender su misión a los paganos, sino que es el respeto al plan de Dios que quiere que “la salud tenga su punto de partida en los judíos” (Juan 4:22). Así, a pesar del mandato de Mateo 10:5, él puede predecir por otra parte que “muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, en cambio los hijos del reino serán echados a las tinieblas de fuera” (Mateo 8:11; Lucas 13:29); y que “los hombres de Nínive se levantarán en el juicio contra esta taza, y la acusarán” (Mateo 12:41; Lucas 11:32).

Lo mismo sucede con la actitud de Jesús respecto a Samaria. El evangelio según Lucas que no refiere la expression de Mateo 10:5, atribuye no obstante a Jesús la intención de hacer un descanso en Samaria en su viaje a Jerusalén. Mientras los discípulos, ante la actitud de los samaritanos que no quieren recibirle, piden que descienda sobre ellos fuego del cielo, Jesús les reprende (Lucas 9:51). En el evangelio según Lucas (10:30) leemos la parabola del buen samaritano que implícitamente condena los prejuicios raciales. Es también en el evangelio según Lucas, en el que leemos que, entre los diez leprosos curados por Jesús, sólo el samaritano se postra delante de él para darle gracias (Lucas 17:11). Por tanto el tercer evangelio se interesa particularmente por las relaciones entre Jesús y Samaria.

Sabemos que después de la muerte del maestro, los apóstoles han inaugurado la misión entre los paganos. Pero el libro de los Hechos nos refiere que ésta ha sido precedida precisamente por la misión en Samaria.  Ésta ha abierto el camino, por así decirlo, a la predicación del evangelio entre los paganos. Podemos decir entonces, que Samaria ha visto los comienzos mismos de la misión cristiana.  Por vez primera, el evangelio ha entrado aquí en un país que no formaba parte de la comunidad judía. Por consi guíente hemos de dar una importancia primordial a esta misión en Samaria.

Los cristianos yendo a Samaria, como aquellos que más tarde inauguraron la misión entre los paganos, están convencidos de no estar en contradicción por ello con la voluntad de Jesús. Mateo 28:19 nos refiere las frases por las cuales el resucitado ordena a sus discípulos “adoctrinar a todos los pueblos”; y en Hechos 1:8, Jesús apareciéndose a los suyos les predice que serán sus “testigos en Jerusalén, y en toda la Judea y Samaria y hasta lo último de la tierra.” La idea de que el evangelio debe ser predicado a los paganos antes del fin del mundo, forma parte del fondo común de las creencias del cristianismo primitivo. Samaria representa la primera etapa de la ejecución de ese plan divino. Era, pues, sumamente importante para los primeros cristianos tener la certeza de obrar según la voluntad de Cristo al dirigirse a ese país.

Esta cuestión nos parece ser una de las muchas preocupaciones de Juan el evangelista. En general, este evangelista pretende presentar en una misma perspectiva el Cristo de la Iglesia y el Jesús histórico, trazar la línea que va de la vida de Jesús a las diversas manifestaciones de la vida de la Iglesia. Nosotros hemos intentado mostrarlo anteriormente por el culto de la Iglesia. Pero el culto no es la única manifestación de esta vida. Al lado de ella, está precisamente la misión. ambién comprobamos en el cuarto evangelio, en su manera de narrar la vida de Jesús, un interés particular por la obra misionera. En Juan 12:20, el autor introduce los griegos que expresan el deseo de ver a Cristo. Éste no accede a su demanda hablando de la necesidad previa de su muerte y de su glorificación. El evangelista quiere insistir con ello sobre el hecho de que, según la voluntad del mismo Jesús, la misión entre los paganos no debía ser inaugurada hasta después de su muerte.

Pero él se interesa de manera especial por el origen mismo de la predicación del evangelio fuera del pueblo judío: la misión en Samaria. Él quiere poner en evidencia que también ella tiene por autor al mismo Jesús si bien, durante su vida, ha recomendado a los suyos evitar “las ciudades de Samaria.” El capítulo 4 refiere el encuentro entre Jesús y la samaritana. Este diálogo le presenta por
una parte la oportunidad de hablar del verdadero culto “en espíritu y en verdad,” opuesto a la vez al culto judío del templo de Jerusalén y al culto samaritano de Garizim (v. 20); pero lo que interesa ante todo en este relato es el fundamento mismo de la misión en Samaria hecha por Jesús. Él responde a la cuestión que ciertamente ha sido suscitada entre los primeros cristianos: la misión en ese país semi-judío, tan infiel al plan divino, ¿es querida por Cristo?

Nosotros no pensamos que la mujer samaritana sea para el autor un personaje ficticio, una figura de Samaria. Es probable que, como en todo el evangelio, el evangelista reúna aquí las dos cosas: una tradición de la vida de Jesús y su significación para la Iglesia. Así el evangelista atribuye — en su relato— al mismo tiempo un papel tipológico a la samaritana. Los cinco maridos que ella ha tenido y el marido actual que “no es su marido” corresponden perfectamente a la situación de Samaria descrita en 2 Reyes 17:24-34 y en las Antigüedades de Josefo (IX, 14, 3) para que esta aproximación que se impone haya podido pasar desapercibida al espíritu del evangelista. En efecto, según estos pasajes, después de la destrucción del reino del norte, cinco tribus babilónicas se establecieron en Samaria. Ellas llevaron sus divinidades, pero después adoraron igualmente a Jehová. Las relaciones matrimoniales de la samaritana tienen sin duda, en el conjunto del relato, la finalidad de ilustrar, siguiendo el ejemplo del profeta Oseas, sobre el culto ilegítimo de Samaria. La conversión cristiana de Samaria está prefigurada en el episodio junto al pozo de Jacob, narrado en Juan 4. Los samaritanos tienen una cierta creencia mesiánica: esperan la venida de Taeb que se manifestará en un cuadro puramente terrestre. La samaritana hace alusión y Jesús le dice: “Soy yo, el que te hablo” (4:25).

Mas es el epílogo del relato, los vv. 31 en adelante, la conversación con los discípulos que vuelven de la ciudad, el que nos interesa aquí ante todo. Al momento que los samaritanos de Sicar acuden (v. 30), Jesús contempla la explanada de los trigales en torno al pozo de Jacob. Éstos le sugieren la comparación con los campos de misión.  La imagen era corriente para Jesús. La encontramos en el logion  sinóptico de Mateo 9:37  sobre la mies y los obreros. Al contemplar la misión en Samaria, el Cristo juánico piensa en el tiempo de la siembra y el de la siega: “¿No decís vosotros: faltan todavía cuatro meses para la siega?” (v. 35). Nosotros sabemos que en Palestina las siembras tienen lugar en octubre o noviembre y la siega en abril, de suerte que seis meses separan generalmente la siembra y la siega.

Los campos que Jesús y sus discípulos ven delante de ellos cuatro meses antes de la siega están todavía verdes. He aquí, pues, el sentido de la frase de Jesús: cuando se trata de los campos en sentido propio, un cierto lapso de tiempo debe mediar entre la sementera y la siega; para los campos en sentido figurado, los campos misioneros, no es así. Al decir: “levantad vuestros ojos,” Jesús intenta señalar con el dedo a los samaritanos saliendo de Sicar que, informados por la mujer vienen a ver a aquel que le ha revelado su pasado. Él les hace ver a los discípulos un campo en donde el tiempo de la siembra y el de la siege coinciden: en ese campo, el tiempo de la cosecha ha llegado ya; ya acuden los samaritanos. El v. 36 lo subraya: “El que sembró se alegra igual que el que siega.”

Sin embargo la cosecha que recoge Jesús en el momento en que afluyen hacia él las gentes de Sicar no es más que una anticipación de la verdadera cosecha que está reservada en Samaria a los apóstoles, después de la muerte de Jesús. Aun cuando en Jesús el que siembra se identifique con el que siega, el viejo proverbio citado en el v. 37 sigue teniendo razón: “Uno es el que siembra y otro el que siege.” Es verdadero a condición de que se una con la afirmación precedente sobre la simultaneidad de la alegría de aquel que siembra y del que siega. Porque detrás de los apóstoles que recogerán se encuentra todavía Jesús. Así lo que sucede junto al pozo de Jacob, donde Jesús siembra y cosecha al mismo tiempo, se repetirá luego en la misión que los discípulos organizarán en Samaria después de su muerte. Es verdad que serán los discípulos los que recogerán entonces, pero Cristo actuará todavía: ego apesteila umas (v. 38).

Como siempre, el evangelista traza la línea que va de la vida histórica de Jesús a la Iglesia de Cristo. La siembra (Juan 4) y la siega (la futura misión en Samaria) remontan al mismo Jesús. El evangelista quiere disipar los prejuicios existentes respecto de esta obra misionera y que estaban basados, probablemente sin razón, sobre la frase de Jesús referida por Mateo: “No entréis en ninguna ciudad de Samaria.”

Hasta aquí el texto es relativamente fácil de interpretar. La situación se complica en el v. 38: “Otros han trabajado y vosotros os hacéis cargo de su trabajo.” Entre aquel que siembra y los que siegan, una tercera categoría es introducida: “otros” que han trabajado — en Samaria — antes de los apóstoles. ¿Quiénes son esos alloi? No pueden ser identificados ni con “aquel que siembra,” Jesús, por el plural, ni con los apóstoles que siegan. No olvidemos que el Cristo juánico se acomoda aquí al punto de vista de la Iglesia del tiempo del evangelista, puesto que habla, empleando el perfecto (eiseleluthate), de la obra misionera que será realizada solamente por los apóstoles. Por consiguiente, no es necesario pensar aquí, con ciertos padres de la antigüedad, a los que sigue Lagrange en los profetas o en los justos del Antiguo Testamento, explicación que nada la sugiere en el texto, todavía menos en Juan el Bautista, como lo propone Lohmeyer.  Bultmann se inclina por la solución que parece imponerse, al decir que los “alloi” son todos los que —con Jesús— son los precursores en el trabajo misionero. Además, Harnack ha mostrado, con razón, que en los escritos cristianos del primer siglo “jopiao” tiene un sentido técnico que designa sobre todo la actividad misionera. Pero el autor ¿no piensa en un hecho preciso? Se trata de una comisión concreta, de la misión en Samaria.  ¿Quiénes son, pues, esos misteriosos misioneros que, en Samaria, han abierto el camino a los apóstoles?

Pensamos que el libro de los Hechos nos da la respuesta. Hemos visto que el evangelio según Lucas se interesa de una manera especial por las relaciones entre Jesús y los samaritaños. ¿Qué nos dice el libro de los Hechos sobre los orígenes de la misión en Samaria? Hechos 8 refiere que la obra misionera en Samaria fue inaugurada por los helenistas, en particular por Felipe, uno de los “siete,” y que sólo después, los apóstoles Pedro y Juan “se han hecho cargo en su campo de su trabajo.” “Al saber los apóstoles que estaban en Jerusalén que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y Juan” (Hech 8:14).

En la historia del cristianismo primitivo debiéramos atribuir una importancia mayor a esos helenistas de la primera comunidad. A fondo sólo conocemos uno: Esteban. De Felipe sabemos precisamente que ha predicado con fruto el evangelio junto con otros miembros del mismo grupo en Samaria; conocemos solamente los nombres de sus cinco colaboradores; los otros los desconocemos. Después de largo tiempo, se ha dicho con razón que la competencia de los siete debía sobrepasar las cuestiones relativas al aprovisionamiento y que en realidad debían representar para el grupo helenista una autoridad paralela a la de los doce.

El libro de los Hechos nos da a conocer en el discurso de Esteban (Hech 7:2) las ideas teológicas particulares de los helenistas; ellos condenaban el culto del templo. Esteban presenta como el colmo de la infidelidad del pueblo judío la construcción del templo por Salomón, mientras que “el todopoderoso no habita en lo que es hecho por mano de hombre.” Éstas son las ideas revolucionarias que le valieron a Esteban la lapidación por los judíos, y ellas están en la base de la primera persecución de los cristianos.  Esto no afecta a toda la Iglesia de Jerusalén, sino únicamente a este grupo de los helenistas, partidarios de Esteban. Sería interesante saber si existe un lazo entre ésos helenistas y los miembros de la secta esenia que nos dan a conocer los textos de Qumran. Los doce no compartían las ideas de los helenistas sobre el culto del templo, y manifiestamente no se han solidarizado con ellos en el momento de la persecución. Por eso no fueron molestados, pudiendo permanecer en Jerusalén (Hechos 8:1).

Esta primera persecución da lugar a la primera misión cristiana, que es precisamente la misión en Samaria. En efecto, los helenistas expulsados de Jerusalén predicaron el evangelio en las regiones donde se refugiaron, y el libro de los Hechos nos habla de su actividad en Samaria. ¿Por qué se han vuelto precisamente hacia la Samaria? Lo comprendemos perfectamente cuando recordamos que los samaritanos rechazaban también el culto del templo y que, bajo este aspecto, estaban próximos a ellos. ¿Qué cosa más natural para aquellos que habían sido perseguidos a causa de su oposición contra el templo de Jerusalén, que refugiarse junto a quienes esta misma cuestión les separaba desde hacía tiempo de los judíos?

Este hecho ha tenido una importancia capital para la expansión del cristianismo. Aun cuando, con el tiempo, según las indicaciones de Justino Mártir y ciertos indicios contenidos en el libro de los Hechos (8:18), la religion simoníaca parece haber sido un rival peligroso para la fe cristiana, esta primera misión entre los paganos que, sin ser judíos, estaban sin embargo emparentados con ellos por ciertas creencias comunes, formaba la transición natural a la misión entre los paganos.

Pedro y Juan no habían sino recogido en Samaria, donde el verdadero “trabajo” misionero había sido realizado por esos “otros,” los helenistas, la mayor parte anónimos. Por tanto, esto debió ser decisivo también para Pedro. Porque poco tiempo después de estos acontecimientos le vemos, en el libro de los Hechos, inaugurar la misión entre los paganos. Pedro que siempre parece haber ocupado un lugar intermedio entre las partes, ¿no ha estado, desde ese momento, más cerca de los helenistas que otros colegas suyos, en particular Santiago? ¿Y no compartirá a su vez, un poco más tarde, la misma suerte que los helenistas? ¿La historia no se repetirá, cuando él sea encarcelado en Jerusalén, mientras que a Santiago no le sucederá nada, lo mismo que en otro tiempo los helenistas habían sido perseguidos mientras que los doce no se habían inquietado? ¿Y esto no será la razón por la cual Pedro abandonará Jerusalén y Santiago dirigirá definitivamente la comunidad en la ciudad santa?

Nosotros sabemos que existe una relación particular entre el evangelio según Lucas y el evangelio de Juan. Tampoco debe sorprendernos que, sobre este punto, también el cuarto evangelio se remonte a la tradición concerniente al lazo que une los helenistas con Samada, mientras que el libro de los Hechos nos ha conservado los trazos que minimizan su importancia. El autor del cuarto evangelio se interesa particularmente por estos primeros misioneros. Él les da el honor que les es debido subrayando su papel de iniciadores de la predicación del evangelio entre los samaritanos, que rechazaban también el culto del templo de Jerusalén. Es necesario recordar aquí que, desde el comienzo del libro, el evangelio juánico se ocupa de la cuestión del templo (Juan 2:13).

El reproche que los judíos hacen a Jesús: “tú eres un samaritano” (Juan 8:48), ¿no será más que un vago insulto? ¿No será una alusión ni hecho de que el mismo Jesús, como los samaritanos, y como más tarde los helenistas, había sido criticado por su actitud respecto al culto del templo?


Sea lo que fuere, lo esencial para el autor en Juan 4:33 en adelante, es mostrar que esta misión era querida por Cristo. El había echado las bnses junto al pozo de Jacob. Es él quien está detrás de los “alloi” esos valientes misioneros helenistas. Es él, en fin, quien dirige la misión por todas partes donde el evangelio es predicado, también en ese país problemático que es Samaria.