miércoles, 7 de junio de 2017

Preparados para la obra (Una exposición reformada de Hechos 1:2-3)


Introducción



Ya estamos en el tercer domingo de esta nueva obra que el Señor ha tenido a bien establecer aquí en la ciudad de Columbus. Hoy día, después de un breve paréntesis la semana pasada, vamos a seguir adelante en nuestro estudio del libro Hechos de los Apóstoles. Les sugerí hace dos semanas que este libro puede ser visto con un manual de instrucciones para la plantación de iglesias locales pues es el registro de lo que Dios hizo a través del Espíritu para trastornar al mundo entero con las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo.



Hoy quiero llamarles la atención a los versículos 2 y 3 del primer capítulo de Hechos con el fin de persuadirles que nuestro Señor Jesucristo no simplemente ordenó a los apóstoles a que predicaran el evangelio hasta lo último de la tierra, sino que más bien los preparó y los equipó durante 40 días para la obra que habrían de emprender. Lucas hace énfasis en este punto demostrando que la preparación que Jesús le dio a los apóstoles era una preparación cabal – una preparación que consistía en una demonstración plena y convincente de la verdad de su resurrección, en la aclaración de su mensaje, y en la promesa de una investidura de poder de lo alto.



Que tan importante es este mensaje para nosotros aquí en este momento que nos esforzamos por plantar una nueva iglesia hispana para la gloria de Dios. La plantación de una iglesia no es como el lanzamiento de una nueva empresa, un nuevo servicio o un nuevo producto. La plantación de una iglesia es una labor espiritual que depende de varios hermanos, todos nosotros, escogidos por Dios para estar aquí en este momento y preparados por Dios de antemano para llevar a cabo la obra de modo que toda la gloria sea para él. La plantación de una iglesia además es una labor que requiere, por encima de todo, no un plan específico de ejecución, no una inversión sustanciosa de capital, sino que requiere del poder del Espíritu Santo que es el que trae el fruto y el que levanta su iglesia para su propia honra y gloria.



He puesto de título al mensaje de esta tarde Preparados para la Obra porque creo que Dios ha preparado a cada uno de nosotros aquí presentes de una forma específica para esta obra que estamos empezando. La plantación de una iglesia local no es y nunca ha sido una obra que desempeña un hombre a solas. La plantación de una iglesia local es un trabajo de múltiples hombres y mujeres escogidos y llamados por Dios, preparados por el Señor y empoderados por el Espíritu Santo para extender el reino de Dios. Entonces, en esta tarde, quiero invitarles hermanos a preguntarse: ¿cómo es que Dios me ha preparado para ser parte de su obra aquí en la Iglesia Reformada Hispana de Columbus?



Voy a señalar tres facetas principales de estos dos versículos. Primero, noten que la obra de los apóstoles comienza con un mandamiento hecho a unos hombres que Jesús mismo había escogido. Segundo, quiero señalar que este mismo Jesús se les presentó vivo a estos hombres con muchas pruebas. Y, por último, quiero enfatizar la enseñanza que recibieron estos hombres durante los 40 días entre la resurrección y la ascensión de nuestro Señor.





El mandamiento dado a hombres escogidos

Leemos en el versículo 2: “hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido.” En este versículo encontramos un eco de Lucas 6:13: “Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles.” Los apóstoles no escogieron a Jesús sino que Jesús los escogió a ellos y los escogió con un propósito puntual que es el que vemos en el versículo 2 de Hechos capítulo 1. Los escogió para que fueran testigos de él, en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra. Este es el mandamiento del cual Lucas habla aquí en Hechos 1:2. Aquí en la Iglesia Reformada Hispana sostenemos lo que se han llamado “las doctrinas de la gracia” y una de las doctrinas claves dentro de estas es la doctrina conocida como la “elección divina.” Dios en su infinita gracia y misericordia identifica y escoge al hombre o a la mujer que está muerto en sus pecados y delitos y le da ojos para ver y oídos para oír. No somos nosotros quienes escogemos a Dios, es Dios quien nos escoge a nosotros. Lo que aprendemos aquí en Hechos, sin embargo, es que la elección siempre es para un propósito. Dios no nos escoge para que seamos los mismos, ni nos escoge porque tenemos algo particular que le atrae. Nos escoge porque tiene ya su propósito establecido para nuestras vidas. Y este fue el motivo por el cual escogió a los apóstoles, para que trastornaran al mundo entero.



Hermanos, yo creo firmemente que no es casualidad que estén aquí en este día. Creo que han sido escogidos por Dios para emprender esta obra, para plantar esta iglesia para él. Yo nunca pensé ni me vi jamás como un predicador en una iglesia recién comenzada, pero ese fue el plan de Dios. Dios me escogió para llevar a cabo su mandamiento de liderar un movimiento de plantación de iglesia aquí en Columbus. Cada uno de nosotros hemos sido equipados con dones que son útiles y apropiados para esta obra y esa es la razón que Dios nos ha colocado aquí.



Jesús se presentó vivo con muchas pruebas

En Hechos 1:3 leemos: “a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables.” Una de las grandes provisiones que Dios le da a su pueblo es la demostración contundente que él vive. Para los apóstoles fue necesario que supieran, sin lugar a dudas, que él estaba vivo. Acuérdense de la escena después de la crucifixión de nuestro Señor. Los discípulos estaban atemorizados. Pedro lo negó tres veces. No requerían de una aparición, sino que necesitaban una presentación plena de que estaba vivo. Y esto es precisamente lo que hizo. Lucas recalca aquí la demostración diciendo que se presentó vivo con muchas pruebas indubitables. Seguramente no fue Tomás el único que necesitaba tocar las heridas del Señor y meter el mano al costado para poder confesar ¡Señor mío y Dios mío! (Juan 20:28), sino que todos los discípulos precisaban de múltiples pruebas indubitables. Y tales pruebas fueron necesarios para la comisión que los discípulos tenían al frente.



El Cristo que servimos es un Cristo vivo. Y su vida, su realidad está presente con nosotros cada día. ¿Cuáles son las pruebas indubitables que tú has visto de la vida de Jesús? Ven hermanos – la resurrección y la sesión de Cristo, que está actualmente sentado a la diestra del Padre, es la doctrina más importante y más fundamental del cristianismo. La resurrección de Jesucristo es el centro del evangelio y es lo que impulsa la evangelización. Sin resurrección no puede haber evangelización auténtica. Predicamos siempre a un Cristo vivo. Y es este Cristo vivo quien nos impulsa en nuestro empeño ministerial.

Jesús enseñó del Reino de Dios

Continuamos leyendo en Hechos 1:3 – “apareciéndoles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios.” ¿Qué fue lo que Cristo enseñó durante su estancia de 40 días antes de la ascensión? Lucas lo resume diciendo que les habló acerca del reino de Dios. Los gnósticos decían que durante estos 40 días Jesús le entregó a los discípulos una enseñanza distinta a la que enseñó durante su ministerio terrenal y que esa enseñanza ha sido perdido. Esta es claramente una visión falsa y es refutada por Lucas. Lucas caracteriza la enseñanza de Cristo durante los 40 días entre la resurrección y la ascensión de la misma forma que caracteriza su enseñanza durante sus tres años de ministerio. Desde un inicio, Lucas caracteriza la enseñanza de Cristo como una enseñanza acerca del reino de Dios. Consideren lo que dice Jesús en Lucas 4:43: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado.” Y en Lucas 8:10, le dice a sus discípulos: “a vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios.” La enseñanza que reciben los discípulos durante estos 40 días de preparación, entonces, es la misma que habían recibido antes. Es un solo evangelio. Y es un evangelio que se va haciendo más y más claro en la medida que vayamos conociendo y siguiendo a Jesucristo. Esto lo podemos ver en aquel acontecimiento en el camino a Emaús. Vayan conmigo a Lucas 24:25-32. Tenemos en esta escena dos discípulos emprendiendo una larga y calurosa jornada hacia a Emaús. Y están platicando acerca de los acontecimientos de la vida de Jesús el nazareno cuando Jesús mismo les aparece:



Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. Llegaron a la aldea adonde iban y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde y el día ya ha declinado. Entró pues a quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?



Entonces, vemos en este relato que Jesús enseña el mismo mensaje, el evangelio y lo amplia y lo aclara en base a las Escrituras. Y el resultado fue que a los discípulos les “ardía el corazón.” El evangelio es en si un mensaje de poder sin igual. No hace falta añadirle ni buscar otras fuentes paralelas para ampliarlo. No hace falta descubrir supuestas enseñanzas ocultas como hubieran querido los gnósticos del primer siglo. Y el evangelio está inscrito a lo largo y ancho de las Escrituras. No hay porción de la Biblia que no hable de Jesucristo. No hay épocas o dispensaciones en el programa de Dios que no involucren centralmente a nuestro Señor. No hay promesas en la Biblia que son reservadas para otros pueblos aparte del pueblo de Dios, la iglesia, el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Cristo es el mensaje central de la Biblia y toda enseñanza bíblica desde Génesis 1 hasta Apocalipsis 22 se trata directamente de él, revela su evangelio y nos hace arder el corazón.



Hermanos, Dios nos prepara para su obra mostrándonos el evangelio en toda su plenitud a través de todas las Escrituras. Dios nos abre los ojos para descubrir su verdad y esa verdad nos equipa y nos prepara para llevar a cabo su obra. Aquí en esta iglesia nuestro compromiso mayor es con la predicación expositiva de la Palabra de Dios, proclamando a Cristo y a su evangelio a través de todas las Escrituras, versículo por versículo. Y lo hacemos no porque queremos presentarnos como más intelectuales o más eruditos sino porque queremos estar siempre preparados para la obra que Cristo nos ha puesto por delante.



Conclusión



Entonces, hermanos, ¿están preparados para la obra? Cristo los ha escogida y les ha dado una encomienda específica y clara. Cristo se le ha presentado vivo con pruebas indubitables. Sabemos que Cristo está vivo porque andamos con él a diario, porque por medio de su Espíritu nos afirma y nos sostiene en su quehacer, porque en su gran misericordia contesta oraciones y lo hace de una manera fabulosa. Y Cristo nos ha enseñado el evangelio en toda su plenitud y simplicidad. Vemos el evangelio en cada renglón de la Biblia, no porque hemos adoptado una metodología hermenéutica determinada, sino porque el Espíritu mismo guía nuestra interpretación y como a los discípulos en el camino a Emaús, nos acusa diciéndonos “oh insensatos y tardos de corazón para creer” y nos muestra él mismo que está presente en la creación, después de la caída, en los patriarcas, en el éxodo, en la llegada a la tierra de promisión, en el reinado de los reyes de Judá, en los salmos y los proverbios, en los profetas y en cada parte de las Escrituras.



Es esta preparación, hermanos, que nos equipa y nos hace aptos para llevar a cabo su misión, para obrar para su ministerio, para proclamar su Palabra y su verdad y para rendirle toda la gloria y la honra para él y de decir junto con los veinticuatro ancianos de Apocalipsis 4:11: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”

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