jueves, 21 de abril de 2016

Samaria y los Orígenes de la Misión Cristiana (por Oscar Cullmann)

En Mateo 10:5, Jesús dice a sus discípulos: “No entréis en ninguna ciudad de Samaria.” ¿Quiere decir que él comparte el odio del pueblo judío hacia Samaria, ese país del sincretismo religioso donde solamente un judaismo truncado había encontrado su lugar?' Sabemos que los samaritanos no reconocían más que el Pentateuco del que habían modificado además el texto, que ellos rechazaban el culto del templo de Jerusalén y que ofrecían su propio culto sobre el Garizim, incluso después de la destrucción del santuario (que allí habían erigido) en el año 128 a. C. por Juan Hircano.

La recomendación de Mateo 10:5 está precedida de esta otra: “No os pongáis en camino hacia los paganos.” Es cierto que no es un prejuicio nacional lo que ha dictado a Jesús esta orden que da a los discípulos de no extender su misión a los paganos, sino que es el respeto al plan de Dios que quiere que “la salud tenga su punto de partida en los judíos” (Juan 4:22). Así, a pesar del mandato de Mateo 10:5, él puede predecir por otra parte que “muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, en cambio los hijos del reino serán echados a las tinieblas de fuera” (Mateo 8:11; Lucas 13:29); y que “los hombres de Nínive se levantarán en el juicio contra esta taza, y la acusarán” (Mateo 12:41; Lucas 11:32).

Lo mismo sucede con la actitud de Jesús respecto a Samaria. El evangelio según Lucas que no refiere la expression de Mateo 10:5, atribuye no obstante a Jesús la intención de hacer un descanso en Samaria en su viaje a Jerusalén. Mientras los discípulos, ante la actitud de los samaritanos que no quieren recibirle, piden que descienda sobre ellos fuego del cielo, Jesús les reprende (Lucas 9:51). En el evangelio según Lucas (10:30) leemos la parabola del buen samaritano que implícitamente condena los prejuicios raciales. Es también en el evangelio según Lucas, en el que leemos que, entre los diez leprosos curados por Jesús, sólo el samaritano se postra delante de él para darle gracias (Lucas 17:11). Por tanto el tercer evangelio se interesa particularmente por las relaciones entre Jesús y Samaria.

Sabemos que después de la muerte del maestro, los apóstoles han inaugurado la misión entre los paganos. Pero el libro de los Hechos nos refiere que ésta ha sido precedida precisamente por la misión en Samaria.  Ésta ha abierto el camino, por así decirlo, a la predicación del evangelio entre los paganos. Podemos decir entonces, que Samaria ha visto los comienzos mismos de la misión cristiana.  Por vez primera, el evangelio ha entrado aquí en un país que no formaba parte de la comunidad judía. Por consi guíente hemos de dar una importancia primordial a esta misión en Samaria.

Los cristianos yendo a Samaria, como aquellos que más tarde inauguraron la misión entre los paganos, están convencidos de no estar en contradicción por ello con la voluntad de Jesús. Mateo 28:19 nos refiere las frases por las cuales el resucitado ordena a sus discípulos “adoctrinar a todos los pueblos”; y en Hechos 1:8, Jesús apareciéndose a los suyos les predice que serán sus “testigos en Jerusalén, y en toda la Judea y Samaria y hasta lo último de la tierra.” La idea de que el evangelio debe ser predicado a los paganos antes del fin del mundo, forma parte del fondo común de las creencias del cristianismo primitivo. Samaria representa la primera etapa de la ejecución de ese plan divino. Era, pues, sumamente importante para los primeros cristianos tener la certeza de obrar según la voluntad de Cristo al dirigirse a ese país.

Esta cuestión nos parece ser una de las muchas preocupaciones de Juan el evangelista. En general, este evangelista pretende presentar en una misma perspectiva el Cristo de la Iglesia y el Jesús histórico, trazar la línea que va de la vida de Jesús a las diversas manifestaciones de la vida de la Iglesia. Nosotros hemos intentado mostrarlo anteriormente por el culto de la Iglesia. Pero el culto no es la única manifestación de esta vida. Al lado de ella, está precisamente la misión. ambién comprobamos en el cuarto evangelio, en su manera de narrar la vida de Jesús, un interés particular por la obra misionera. En Juan 12:20, el autor introduce los griegos que expresan el deseo de ver a Cristo. Éste no accede a su demanda hablando de la necesidad previa de su muerte y de su glorificación. El evangelista quiere insistir con ello sobre el hecho de que, según la voluntad del mismo Jesús, la misión entre los paganos no debía ser inaugurada hasta después de su muerte.

Pero él se interesa de manera especial por el origen mismo de la predicación del evangelio fuera del pueblo judío: la misión en Samaria. Él quiere poner en evidencia que también ella tiene por autor al mismo Jesús si bien, durante su vida, ha recomendado a los suyos evitar “las ciudades de Samaria.” El capítulo 4 refiere el encuentro entre Jesús y la samaritana. Este diálogo le presenta por
una parte la oportunidad de hablar del verdadero culto “en espíritu y en verdad,” opuesto a la vez al culto judío del templo de Jerusalén y al culto samaritano de Garizim (v. 20); pero lo que interesa ante todo en este relato es el fundamento mismo de la misión en Samaria hecha por Jesús. Él responde a la cuestión que ciertamente ha sido suscitada entre los primeros cristianos: la misión en ese país semi-judío, tan infiel al plan divino, ¿es querida por Cristo?

Nosotros no pensamos que la mujer samaritana sea para el autor un personaje ficticio, una figura de Samaria. Es probable que, como en todo el evangelio, el evangelista reúna aquí las dos cosas: una tradición de la vida de Jesús y su significación para la Iglesia. Así el evangelista atribuye — en su relato— al mismo tiempo un papel tipológico a la samaritana. Los cinco maridos que ella ha tenido y el marido actual que “no es su marido” corresponden perfectamente a la situación de Samaria descrita en 2 Reyes 17:24-34 y en las Antigüedades de Josefo (IX, 14, 3) para que esta aproximación que se impone haya podido pasar desapercibida al espíritu del evangelista. En efecto, según estos pasajes, después de la destrucción del reino del norte, cinco tribus babilónicas se establecieron en Samaria. Ellas llevaron sus divinidades, pero después adoraron igualmente a Jehová. Las relaciones matrimoniales de la samaritana tienen sin duda, en el conjunto del relato, la finalidad de ilustrar, siguiendo el ejemplo del profeta Oseas, sobre el culto ilegítimo de Samaria. La conversión cristiana de Samaria está prefigurada en el episodio junto al pozo de Jacob, narrado en Juan 4. Los samaritanos tienen una cierta creencia mesiánica: esperan la venida de Taeb que se manifestará en un cuadro puramente terrestre. La samaritana hace alusión y Jesús le dice: “Soy yo, el que te hablo” (4:25).

Mas es el epílogo del relato, los vv. 31 en adelante, la conversación con los discípulos que vuelven de la ciudad, el que nos interesa aquí ante todo. Al momento que los samaritanos de Sicar acuden (v. 30), Jesús contempla la explanada de los trigales en torno al pozo de Jacob. Éstos le sugieren la comparación con los campos de misión.  La imagen era corriente para Jesús. La encontramos en el logion  sinóptico de Mateo 9:37  sobre la mies y los obreros. Al contemplar la misión en Samaria, el Cristo juánico piensa en el tiempo de la siembra y el de la siega: “¿No decís vosotros: faltan todavía cuatro meses para la siega?” (v. 35). Nosotros sabemos que en Palestina las siembras tienen lugar en octubre o noviembre y la siega en abril, de suerte que seis meses separan generalmente la siembra y la siega.

Los campos que Jesús y sus discípulos ven delante de ellos cuatro meses antes de la siega están todavía verdes. He aquí, pues, el sentido de la frase de Jesús: cuando se trata de los campos en sentido propio, un cierto lapso de tiempo debe mediar entre la sementera y la siega; para los campos en sentido figurado, los campos misioneros, no es así. Al decir: “levantad vuestros ojos,” Jesús intenta señalar con el dedo a los samaritanos saliendo de Sicar que, informados por la mujer vienen a ver a aquel que le ha revelado su pasado. Él les hace ver a los discípulos un campo en donde el tiempo de la siembra y el de la siege coinciden: en ese campo, el tiempo de la cosecha ha llegado ya; ya acuden los samaritanos. El v. 36 lo subraya: “El que sembró se alegra igual que el que siega.”

Sin embargo la cosecha que recoge Jesús en el momento en que afluyen hacia él las gentes de Sicar no es más que una anticipación de la verdadera cosecha que está reservada en Samaria a los apóstoles, después de la muerte de Jesús. Aun cuando en Jesús el que siembra se identifique con el que siega, el viejo proverbio citado en el v. 37 sigue teniendo razón: “Uno es el que siembra y otro el que siege.” Es verdadero a condición de que se una con la afirmación precedente sobre la simultaneidad de la alegría de aquel que siembra y del que siega. Porque detrás de los apóstoles que recogerán se encuentra todavía Jesús. Así lo que sucede junto al pozo de Jacob, donde Jesús siembra y cosecha al mismo tiempo, se repetirá luego en la misión que los discípulos organizarán en Samaria después de su muerte. Es verdad que serán los discípulos los que recogerán entonces, pero Cristo actuará todavía: ego apesteila umas (v. 38).

Como siempre, el evangelista traza la línea que va de la vida histórica de Jesús a la Iglesia de Cristo. La siembra (Juan 4) y la siega (la futura misión en Samaria) remontan al mismo Jesús. El evangelista quiere disipar los prejuicios existentes respecto de esta obra misionera y que estaban basados, probablemente sin razón, sobre la frase de Jesús referida por Mateo: “No entréis en ninguna ciudad de Samaria.”

Hasta aquí el texto es relativamente fácil de interpretar. La situación se complica en el v. 38: “Otros han trabajado y vosotros os hacéis cargo de su trabajo.” Entre aquel que siembra y los que siegan, una tercera categoría es introducida: “otros” que han trabajado — en Samaria — antes de los apóstoles. ¿Quiénes son esos alloi? No pueden ser identificados ni con “aquel que siembra,” Jesús, por el plural, ni con los apóstoles que siegan. No olvidemos que el Cristo juánico se acomoda aquí al punto de vista de la Iglesia del tiempo del evangelista, puesto que habla, empleando el perfecto (eiseleluthate), de la obra misionera que será realizada solamente por los apóstoles. Por consiguiente, no es necesario pensar aquí, con ciertos padres de la antigüedad, a los que sigue Lagrange en los profetas o en los justos del Antiguo Testamento, explicación que nada la sugiere en el texto, todavía menos en Juan el Bautista, como lo propone Lohmeyer.  Bultmann se inclina por la solución que parece imponerse, al decir que los “alloi” son todos los que —con Jesús— son los precursores en el trabajo misionero. Además, Harnack ha mostrado, con razón, que en los escritos cristianos del primer siglo “jopiao” tiene un sentido técnico que designa sobre todo la actividad misionera. Pero el autor ¿no piensa en un hecho preciso? Se trata de una comisión concreta, de la misión en Samaria.  ¿Quiénes son, pues, esos misteriosos misioneros que, en Samaria, han abierto el camino a los apóstoles?

Pensamos que el libro de los Hechos nos da la respuesta. Hemos visto que el evangelio según Lucas se interesa de una manera especial por las relaciones entre Jesús y los samaritaños. ¿Qué nos dice el libro de los Hechos sobre los orígenes de la misión en Samaria? Hechos 8 refiere que la obra misionera en Samaria fue inaugurada por los helenistas, en particular por Felipe, uno de los “siete,” y que sólo después, los apóstoles Pedro y Juan “se han hecho cargo en su campo de su trabajo.” “Al saber los apóstoles que estaban en Jerusalén que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y Juan” (Hech 8:14).

En la historia del cristianismo primitivo debiéramos atribuir una importancia mayor a esos helenistas de la primera comunidad. A fondo sólo conocemos uno: Esteban. De Felipe sabemos precisamente que ha predicado con fruto el evangelio junto con otros miembros del mismo grupo en Samaria; conocemos solamente los nombres de sus cinco colaboradores; los otros los desconocemos. Después de largo tiempo, se ha dicho con razón que la competencia de los siete debía sobrepasar las cuestiones relativas al aprovisionamiento y que en realidad debían representar para el grupo helenista una autoridad paralela a la de los doce.

El libro de los Hechos nos da a conocer en el discurso de Esteban (Hech 7:2) las ideas teológicas particulares de los helenistas; ellos condenaban el culto del templo. Esteban presenta como el colmo de la infidelidad del pueblo judío la construcción del templo por Salomón, mientras que “el todopoderoso no habita en lo que es hecho por mano de hombre.” Éstas son las ideas revolucionarias que le valieron a Esteban la lapidación por los judíos, y ellas están en la base de la primera persecución de los cristianos.  Esto no afecta a toda la Iglesia de Jerusalén, sino únicamente a este grupo de los helenistas, partidarios de Esteban. Sería interesante saber si existe un lazo entre ésos helenistas y los miembros de la secta esenia que nos dan a conocer los textos de Qumran. Los doce no compartían las ideas de los helenistas sobre el culto del templo, y manifiestamente no se han solidarizado con ellos en el momento de la persecución. Por eso no fueron molestados, pudiendo permanecer en Jerusalén (Hechos 8:1).

Esta primera persecución da lugar a la primera misión cristiana, que es precisamente la misión en Samaria. En efecto, los helenistas expulsados de Jerusalén predicaron el evangelio en las regiones donde se refugiaron, y el libro de los Hechos nos habla de su actividad en Samaria. ¿Por qué se han vuelto precisamente hacia la Samaria? Lo comprendemos perfectamente cuando recordamos que los samaritanos rechazaban también el culto del templo y que, bajo este aspecto, estaban próximos a ellos. ¿Qué cosa más natural para aquellos que habían sido perseguidos a causa de su oposición contra el templo de Jerusalén, que refugiarse junto a quienes esta misma cuestión les separaba desde hacía tiempo de los judíos?

Este hecho ha tenido una importancia capital para la expansión del cristianismo. Aun cuando, con el tiempo, según las indicaciones de Justino Mártir y ciertos indicios contenidos en el libro de los Hechos (8:18), la religion simoníaca parece haber sido un rival peligroso para la fe cristiana, esta primera misión entre los paganos que, sin ser judíos, estaban sin embargo emparentados con ellos por ciertas creencias comunes, formaba la transición natural a la misión entre los paganos.

Pedro y Juan no habían sino recogido en Samaria, donde el verdadero “trabajo” misionero había sido realizado por esos “otros,” los helenistas, la mayor parte anónimos. Por tanto, esto debió ser decisivo también para Pedro. Porque poco tiempo después de estos acontecimientos le vemos, en el libro de los Hechos, inaugurar la misión entre los paganos. Pedro que siempre parece haber ocupado un lugar intermedio entre las partes, ¿no ha estado, desde ese momento, más cerca de los helenistas que otros colegas suyos, en particular Santiago? ¿Y no compartirá a su vez, un poco más tarde, la misma suerte que los helenistas? ¿La historia no se repetirá, cuando él sea encarcelado en Jerusalén, mientras que a Santiago no le sucederá nada, lo mismo que en otro tiempo los helenistas habían sido perseguidos mientras que los doce no se habían inquietado? ¿Y esto no será la razón por la cual Pedro abandonará Jerusalén y Santiago dirigirá definitivamente la comunidad en la ciudad santa?

Nosotros sabemos que existe una relación particular entre el evangelio según Lucas y el evangelio de Juan. Tampoco debe sorprendernos que, sobre este punto, también el cuarto evangelio se remonte a la tradición concerniente al lazo que une los helenistas con Samada, mientras que el libro de los Hechos nos ha conservado los trazos que minimizan su importancia. El autor del cuarto evangelio se interesa particularmente por estos primeros misioneros. Él les da el honor que les es debido subrayando su papel de iniciadores de la predicación del evangelio entre los samaritanos, que rechazaban también el culto del templo de Jerusalén. Es necesario recordar aquí que, desde el comienzo del libro, el evangelio juánico se ocupa de la cuestión del templo (Juan 2:13).

El reproche que los judíos hacen a Jesús: “tú eres un samaritano” (Juan 8:48), ¿no será más que un vago insulto? ¿No será una alusión ni hecho de que el mismo Jesús, como los samaritanos, y como más tarde los helenistas, había sido criticado por su actitud respecto al culto del templo?


Sea lo que fuere, lo esencial para el autor en Juan 4:33 en adelante, es mostrar que esta misión era querida por Cristo. El había echado las bnses junto al pozo de Jacob. Es él quien está detrás de los “alloi” esos valientes misioneros helenistas. Es él, en fin, quien dirige la misión por todas partes donde el evangelio es predicado, también en ese país problemático que es Samaria.

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