martes, 24 de mayo de 2016

La Falsedad de los Idolos (fragmento de Interpretación Bíblica Enfocada en Dios por Vern Poythress)



El tema central del Apocalipsis, desde el capítulo 6 hasta el capítulo 20, es la guerra santa.1 Satanás y sus huestes hacen guerra en contra de Dios. “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles” (Apocalipsis 17:14).

Los Soldados
Según el libro de Apocalipsis, el teatro de la guerra santa, de la batalla cósmica de dimensiones superhumanas es la tierra. Dios está en guerra contra Satanás y Satanás combate con Dios. Los seres humanos están envueltos en el combate. De Dios reciben su gracia y su juicio. De Satanás reciben la decepción y el dominio. Dios y Satanás constituyen una antítesis moral. Pero irónicamente, Satanás y sus huestes también dependen de Dios. Dios no solamente predice el curso entero de la batalla, pero también asegura la derrota inevitable y total de Satanás. Además, el libro de Apocalipsis nos demuestra que Satanás y sus huestes obran por medio de la falsedad. En el fondo, lo único que pueden hacer es proponer versiones falsas de la verdadera gloria de Dios.

Otros comentaristas han reconocido que las fuerzas satánicas en Apocalipsis falsifican la Trinidad.2 Satanás se presenta como una copia falsa de Dios Padre. La Bestia, cierta especie de pseudo-encarncación de Satanás es una copia falsa de Jesucristo (comparar Apocalipsis 13:1-10 con Apocalipsis 19:11-21). El Profeta Falso es una copia falsa del Espíritu Santo. A través de sus señales deceptivos, el Profeta Falso promueve la adoración de la Bestia. Actua de una forma análoga al Espíritu Santo quien obra milagros en el Libro de los Hechos para promover la adoración de Jesucristo. Babilonia la Grande es una copia falsa de la iglesia, la novia de Cristo.

La Bestia es una copia falsa y una distorsión significativa de Jesucristo. Hay una resurrección falsa expresada en una herida mortal que es sanada (13:3). El carácter milagroso de su sanidad genera asombro y aumenta los seguidores de la Bestia así como la resurrección milagrosa de Cristo aumentó sus seguidores. La Bestia tiene diez coronas (13:1) paralelas a las muchas coronas de Cristo (19:12). El Dragón le da poder a la Bestia “Y la bestia que ve era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad” (13:2) así como el Padre le da al Hijo su autoridad (Juan 5:22-27). La adoración del Dragón y de la Bestia son inseparables (Apocalipsis 13:4) de la misma forma que la adoración del Padre y del Hijo es uno (Juan 5:23). La Bestia reclama la lealtad universal de todas las naciones (Apocalipsis 13:7) así como Cristo es el Señor sobre todas las naciones (7:9-10).

Los primeros versículos de Apocalipsis 13, en que se introduce la Bestia, demuestran una parodia de la creación. Satanás se detiene en la orilla del mar y llama desde las profundidades una Bestia a su propia imagen, con siete cabezas y diez cuernos correspondientes a las cabezas y los cuernos del Dragón (12:3). Así como el Hijo es la imagen del Padre, la Bestia es la imagen del Dragón. Además, la imagen del mar alude al tiempo en que Dios ordenó la creación cuando las aguas cubrían toda la tierra (Génesis 1:2). Por eso, el Dragón es un creador falso, distorsionando la actividad creativa de Dios Padre.

En la falsedad yace tanto peligro como esperanza. El peligro es que la falsedad puede ser confundida con la verdad. La idolatría, o sea la adoración falsa, es lo suficientemente cercano a la verdad como para atraer y atrapar al adorador. La esperanza, sin embargo, se desprende del hecho de que la falsedad expresa la dependencia y el fracaso final de la maldad. Satanás no es un segundo creador, es simplemente una réplica falsa del único y verdadero Creador. Sus imitaciones son horribles. ¿Será posible que alguien siga a Satanás cuando vea su verdadera naturaleza horrorosa?

La Raíz del Asunto: La Idolatría
Según el libro de Apocalipsis, la raíz de toda nuestra existencia es el asunto de la adoración verdadera y la adoración falsa. ¿Adoramos a Dios o adoramos a Satanás? ¿Servimos a Cristo o servimos a la Bestia? ¿Pertenecemos a la novia de Cristo o a la ramera de Babilonia?

Pero antes de formular conclusiones, vamos primero a considerar lo que el Apocalipsis le dice a sus lectores originales, o sea, a los cristianos de las siete iglesias de Asia (1:4).

¿Cuáles eran los asuntos apremiantes que enfrentaban estas siete iglesias? ¿Qué instrucción les ofreció la enseñanza en el libro de Apocalipsis? En su contexto original del siglo I,3 la Bestia representaba el Imperio Romano en todo su paganismo y su exceso. La adoración de la Bestia representaba la expectativa del gobierno de Roma que exigía a todos sus súbditos a participar en el culto al emperador. Al participar en este culto, los romanos demostraban la lealtad y la sumisión política. Para el politeísta, tal exigencia no presentaba problema alguno. Los judíos eran vistos como la excepción por el Imperio debido a su monoteísmo. Pero en la medida que el cristianismo se fue divergiendo del judaísmo, los cristianos se encontraban en peligro de una intensa persecución ya que su compromiso con Cristo era visto en el Imperio como deslealtad al emperador.

El Falso Profeta seguramente era una representación de los sacerdotes del culto imperial o tal vez de aquellos quienes los apoyaban. Babilonia la Grande representaba al mundo en su fuerza económica y en su desenfreno y lujuria. Babilonia era Roma. Pero las seducciones de Roma se reflejaban también en las ciudades donde se ubicaban las siete iglesias.

En efecto, las tentaciones de la idolatría se manifestaban de dos formas: como brutalidad y como seducción. Por un lado, la Bestia amenazaba con muerte si no se le adoraba. La adoración del emperador involucraba una amenaza: alábalo o muere. Por otro lado, Babilionia la Grande prometía placeres al que decidiera seguirla. El sumarse a la vida pagana de la ciudad, entonces, resultaba muy atractivo. El bienestar económico y social parecía demandar la participación en la vida social infestada de idolatría en que las rameras se ofrecían en cada esquina de la ciudad. Había dos opciones en Roma: tener poder o carecer de poder, tener placer o sufrir, tener riquezas o ser pobre.

El siglo primero nos ofrece un ejemplo particular de un patrón más amplio. La guerra espiritual está en pie. No hay neutralidad. O se sirve a Dios o se sirve a los ídolos. O se adora a Dios o se adora a los ídolos.

No nos ha de sorprender que podamos generalizar este patrón más allá del primer siglo. Pues, Satanás siempre ha sido, es y será un impostor. “El mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14). La verdad es que no tiene otra opción. No es creador y por eso lo único que puede ser es un imitador, un impostor de la majestad, la gloria y el poder de Dios. Puesto que Dios siempre es el mismo, las maniobras de Satanás siempre son también las mismas. En consonancia con la aproximación idealista al Apocalipsis, es posible generalizar y aplicar el Apocalipsis hoy. De hecho, el mismo autor demanda tal aplicación: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7).

En la época actual las manifestaciones más obvias y directas de la Bestia se encuentran en los gobiernos opresores en todo el mundo. Los gobiernos opresores hacen afirmaciones que son casi idólatras. En el apogeo de los gobiernos comunistas, se esperaba una lealtad total por parte de todos los ciudadanos bajo el régimen. Ofrecían una ideología falsa con su propia filosofía de la historia (el materialismo dialéctico), con su propia visión del pecado (la injusticia económica), con su propia versión de la esperanza final (la utopía de una sociedad comunista del futuro), con sus propias escrituras autoritativas (el Libro Rojo de Mao), y con su propia sociedad eclesiástica (el Partido Comunista).

Pero gobiernos opresores de derecha también existen. Arabia Saudita, por ejemplo, prescribe la pena muerte para los que se conviertan del Islam al Cristianismo.

Babilonia la Grande, la ramera, también se manifiesta en nuestros días. Las grandes urbes del occidente ofrecen un sinnúmero de placeres en el anonimato. No se habla ni del bien ni del mal. Además, el consumerismo hace de nuestro amor al dinero un ídolo. Adoramos no sólo al dinero sino también a los placeres que el dinero puede comprar. Y por si fuera poco, la fascinación incesante en el occidente con la sexualidad promueve el mensaje sutil que el sexo (heterosexual u homosexual) sirve únicamente para el placer, el placer máximo en una sociedad hedonista.

Las lecciones que vemos en Apocalipsis, además, son parecidas a las conclusiones de los sociólogos modernos. La idolatría está institucionalizada. Involucra a hombres y a mujeres individuales pero va más allá. La idolatría se arraiga en las mismas estructuras sociales, en todo lo que está en nuestro entorno y en la forma de pensar. Esta fue la misma situación que enfrentaban los cristianos en el Asia Menor del siglo primero.

Se dice que la secularización nos ha librado del poder de las religiones y que, por lo tanto, nos ha librado de la idolatría. Pero como bien han dicho Jacques Ellul y Herbert Schlossberg, la verdad es que la secularización nos ha librado de ídolos físicos pero nos ha entregado en su lugar ídolos más sutiles.4 Nos entregamos sin reservas a las técnicas y al poder del estado, al progreso, a la revolución, al sexo y al dinero. Los demonios actuales podrían ser peores que los antiguos (Mateo 12:43-45). Y la nueva idolatría se expande en la sutileza de las instituciones. Las instituciones de poder consisten en el gobierno civil, la industria, las instituciones financieras. Pero también consisten en la empresa del conocimiento que podría ser la institución más poderosa de todas – los medios de comunicación masiva, la promoción de productos, la propaganda política y las instituciones educativas. El Falso Profeta está en acción. Estas instituciones se dedican a proclamar el mensaje que es afirmado por nuestros amigos y nuestros vecinos. Es demasiado común que nuestros amigos, vecinos, aun nuestros familiares, obedezcan más a la regla de las instituciones falsas que a la voz de Dios.

La Idolatría Sutil
Las expresiones más obvias de la idolatría incluyen la adoración de un emperador o de la unión sexual como se dio en la prostitución del templo antiguo. Pero, como ya hemos visto, existen formas más sutiles de la idolatría. El comunismo es oficialmente ateo pero sin embargo exige un compromiso totalitario con el estado. Tal compromiso tiene un carácter netamente religioso. La urbe metropolitana actual es oficialmente secular pero nos seduce a comprometernos finalmente con el placer y la auto-realización.

El libro de Apocalipsis nos sintoniza con este tipo de idolatría y por eso la podemos detectar en múltiples manifestaciones. Los estados modernos democráticos rechazan los reclamos totalitarios del comunismo. Pero aun así, su poder se vuelve idólatra. Cuando los problemas se vuelven severos, acuden al poderío del estado para la respuesta, para la liberación. A pesar de los múltiples fracasos de las burocracias gubernamentales, los estados aun mantienen para muchos un carácter mesiánico. Problemas económicos, sanitarios y raciales pasan a ser la prerrogativa del gobierno estatal. ¿Quién como el estado con su inmensa poder? “¿Quién como la bestia?” (Apocalipsis 13:4).

Asimismo los promotores del mercado moderno se burlarían del antiguo culto al sexo y las orgías religiosas. Pero las imágenes que se usan en la promoción actual sugieren tácitamente que si se utiliza el producto, se encontrará satisfacción sexual.

De hecho, la Bestia y Babilonia la Grande son símbolos universales. Hablan de la tentación del poder, de la riqueza y del placer. ¿Quién no ha sido atrapado? Las formas sutiles de la idolatría se entrometen en la vida de los cristianos. Pensábamos que las habíamos dejado atrás cuando entregamos nuestras vidas al Señor. Pero luego nos damos cuenta de la persistencia de los mismos ídolos. Pensábamos, por ejemplo, que al dar nuestros diezmos y ofrendas nos habíamos escapado de la codicia del dinero. Sin embargo, luego nos damos cuenta que si bien damos el diez por ciento a Dios reclamamos el noventa por ciento para nosotros mismos. Pensábamos que al seguir los diez mandamientos nos habíamos desposado de la lujuria del placer. Sin embargo, luego nos damos cuenta que aun buscamos nuestro propio bienestar a costo de los demas.

El pecado está, pues, arraigado en nostotros, enredado en nuestros corazones. ¿Quién nos librará de su yugo?

Los monjes proponían una solución radical: la renunciación total. ¿El voto de obediencia resuelve el problema del poder? ¿El voto de pobreza resuelve el problema de la riqueza? ¿El voto del celibato resuelve el problema del placer? La respuesta es que no. El pecado y la idolatría son mucho más sutiles. Al extinguirse en un nivel, aparecen en otro. Nuestra santificación se encuentra, no en votos, sino en la muerte y la resurrección de Jesucristo.
 
Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieses en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne. (Colosenses 2:20-23)

No debemos, en la práctica, ni aprobar ni desaprobar del método monástico. A lo largo de los siglos, muchos monjes mostraron una gran confianza en Jesús. De cierta forma, sus votos expresaban la devoción genuina a Cristo. Sus labores contribuyeron a la piedad, al conocimiento y al servicio caritativo para la sociedad para la gloria de Dios. Pero los votos y las obras estaban inevitablemente contaminadas con los problemas indicados en Colosenses 2:20-23. Sus motivaciones estaban teñidas, tal como las nuestras están teñidas.
            Podríamos pensar que los monjes eran extremistas, pero nosotros también tendemos a ir a los extremos. Abogamos por un pacificismo que renuncia totalmente cualquier tipo de poder y confrontación. Caemos en el legalismo al adoptar un estilo de vida “simple y sencillo” o cuando desdeñamos las relaciones sexuales dentro del pacto matrimonial.

Pero la verdad es que en el occidente nuestra tendencia predominante es de hacer falsos compromisos y no falsas renuncias. Nos sumamos al baile religioso de cada domingo por nuestro propio bienestar y para recibir alguna instrucción en cómo evitar el sufrimiento. El resto de la semana vivimos como todos los demás pero con un módico de superficialidad cristiana para poder sentirnos superiores a nuestros prójimos.

Tanto los cristianos como los incrédulos caen en la decepción no sólo de las falsas promesas del placer propio sino también de las falsas promesas de salvación. Las ideologías nos ofrecen su propia versión de una salvación falsa. El marxismo nos promete la liberación económica al redistribuir los bienes de forma equitativa según las necesidades. No podemos vencer nuestro propio deseo por riquezas y por eso ponemos nuestra esperanza en el sistema marxista para liberarnos.

El feminismo pretende liberarnos de las agonías de la confusión sexual y la lujuria. No podemos controlar nuestras pasiones desenfrenadas, nuestra confusión y nuestra vergüenza, así que el feminismo nos liberará a través de la renovación de las relaciones interpersonales en la sociedad. En una de las múltiples variedades del feminismo, la sexualidad no es más que una configuración biológica de drenaje. Si logramos superar las distorsiones del pasado, encontraremos que todos, hombre y mujer, somos idénticos. Otras variedades del feminismo proponen que la liberación viene cuando dejamos que cada quien haga lo que mejor le parezca sin estereotipos y sin juicio.

Anhelamos la liberación. Sabemos, aunque muy pocas veces lo admitimos, que no estamos bien y que existe en nuestro ser una distorsión, un enredo, una pobreza y una frustración. Queremos alivio. Y si el camino de Cristo es demasiado doloroso, demasiado humillante, demasiado increíble, demasiado lento, entonces buscaremos alternativas. Las alternativas son métodos o caminos a la salvación, a una salvación falsa. En fin, son ídolos.

Las manifestaciones de la Bestia y la Ramera se nos presentan no sólo en instituciones sociales sino también en los anhelos individuales y los temores psicológicos. En la polaridad negativa, el temor nos impulsa. En la positiva, la lujuria nos impulsa. Por un lado, la Bestia representa la tentación de adorar a los ídolos mediante el temor. Tememos el dolor, la humillación, el castigo y las opiniones negativas de los demás. El temor nos motiva a dar la espalda a Dios y a adorar todo aquello que tememos. Por otro lado, la Ramera representa la tentación de adorar a los ídolos que nos seducen y que nos prometen placer. La lujuria nos motiva a dar la espalda a Dios y a adorar a todo aquello que promete darnos placer y satisfacción. El temor y la lujuria difieren, tienen textura distinta, para cada persona. Por eso, cada persona experimenta la idolatría de forma singular. Pero aun así, todos luchamos con estos gemelos de la tentación – el temor y la lujuria, la Bestia y la Ramera. Dios nos manda a rechazar estas idolatrías y a considerar el temor verdadero, el temor de Dios, y el anhelo verdadero, el anhelo del deleite de la presencia de Dios (Apocalipsis 22:1-5).

En resumen, la idolatría y la visión de la adoración verdadera presentadas en Apocalipsis manifiestan dimensiones corporativas e individuales, dimensiones obvias y sutiles. En su comentario a Isaías 13, Oecolampadius identifica ambas dimensiones. Acerca de la dimensión corporativa, dice:  “Cuando Roma [una manifestación corporativa de Babilonia] pone fin a su tiranía, los cristianos regocijarán con corazones contentos.” Acerca de la dimensión individual: “Por medio de él [Cristo] conquistamos cada día a la Babilonia que está dentro de nosotros.”5

Debemos anotar que la idolatría tiene además una dimensión histórica. La idolatría surge en el nexo entre el desarrollo histórico y juico. La Jerusalén apóstata fue destruida en 70 dC. El paganismo oficial de Roma vio su fin con la conversión de Constantino, pero la corrupción del cristianismo no fue destruida hasta que la capital imperial se trasladó a Bizancio (330 dC) y hasta que Roma fue saqueada en 410 dC. Podríamos mencionar un sinnúmero de ejemplos adicionales en que los eventos de la historia pusieron fin a la idolatría.

Pero el evento histórico más importante es la muerte y resurrección de Jesucristo junto con su segunda venida en el futuro.6 Entre estos dos eventos encontramos las sombras de los dos grandes juicios. Por medio de estos dos eventos Dios rompe el poder de la idolatría. El Espíritu Santo nos acerca a Cristo y aplica su obra a nosotros. Morimos y recibimos la resurrección de él (Colosenses 2:20-3:4; 2 Corintios 4:10-12; Filipenses 3:10-11). Por medio de la comunión con Cristo, Dios nos transforma. Nos transforma en nuestra individualidad, en nuestras familias, en nuestras iglesias, en nuestras comunidades y también en nuestras instituciones.

La Decepción y la Ceguera
Regresemos al punto central: la idolatría corrompe nuestra comprensión de Dios, a veces de forma patente y otras veces de forma latente. Pero de cualquier forma, la idolatría decepciona y enciega al que la practica. Los idólatros fingen que realmente están adorando a Dios. Adoran a lo que les parece que merece su adoración. Los idólatros se enciegan y no pueden ver la necedad de su acción. Como vemos en Salmos 115:4-8, los ídolos tiene bocas que no hablan y ojos que no ven. Además, los ídolos provocan la ceguera y la mudez en sus adoradores: “semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos” (Salmos 115:8).
           
Pero la ceguera nunca es una ausencia inocente de conocimiento. La ceguera es una decepción. Conocemos el dios falso, el sustituto inauténtico, porque es una distorsión del Dios verdadero. El dios falso atrae únicamente porque imita a Dios. Amamos a los dioses falsos precisamente porque tenemos una dependencia esencial en el Dios verdadero. La alternativa a la adoración a Dios no es que no adoramos. La alternativa es la adoración a un dios falso, a un sustituto. Y el sustituto tiene que dar una ilusión de la satisfacción de nuestro anhelo de Dios.
            
Además, los dioses falsos dependen del acto de falsificación. La identidad de la Bestia reside en su falsificación del poder y de la resurrección de Cristo (Apocalipsis 13:3). Su carácter bestial proclama su inferioridad a Cristo. El hombre, siendo criatura, sabe como adorar a Dios. Y demuestra ese conocimiento al adorar a la Bestia, un dios falso. En su naturaleza caída, el hombre prefiere lo falso por encima de lo verdadero. Por eso, no nos escapamos de Dios siquiera en la idolatría. Al contrario, demostramos nuestra culpabilidad y nuestro fracaso al no adorar al Creador original. Conocemos a Dios pero lo distorsionamos y lo suprimimos (Romanos 1:18-32).
            
Pero debemos señalar que la idolatría no siempre se percibe como un acto explícito de adoración. La naturaleza de la idolatría reside en la decepción y la confusión. Confundimos a Dios con los ídolos. Se entenebrece el pensamiento y la acción. Por eso servimos al ídolo, pues no sabemos lo que hacemos. Esto es más obvio en el secularismo actual – los ídolos son sutiles, son casi imperceptibles y la adoración suele ser tácita.7 La idolatría corrompe el pensamiento y esa corrupción nos roba de la habilidad de reconocerla.
            
La idolatría, por lo tanto, tiene un impacto directo en la interpretación bíblica. ¿Cómo? Dios nos habla por medio de la Biblia. Pero si no conocemos a Dios, si lo reemplazamos por un ídolo, entonces tendemos hacia a la distorsión de su palabra. Nuestra interpretación cambia porque nuestra percepción del autor ha cambiado. Pero esto no quiere decir que la interpretación se vuelve incoherente. El dios falso se asemeja al Dios verdadero. Por eso, la interpretación bíblica idólatra se asemeja a la interpretación bíblica verdadera. En la práctica interpretativa notamos que lo verdadero y lo falso se entretejen de tal manera que sólo Dios los puede separar con precisión.
            
Entonces la ceguera de la idolatría incluye una ceguera interpretativa. El crecimiento en el conocimiento de Dios, por otro lado, incluye un crecimiento en las destrezas de la interpretación bíblica.

NOTAS  
1. De hecho, la guerra espiritual no se limita únicamente a los capítulos 6-20. Los capítulos 2-3 presentan asuntos de guerra espiritual en términos menos simbólicos. Capítulos 4-5 nos presentan a Dios que controla la batalla. Apocalipsis 21:1-22:5 registra el triunfo final de Dios, el término victorioso de la guerra santa. Las exhortaciones finales en 22:6-21 refuerzan el grito de guerra. Por ello, todo el libro de Apocalipsis se trata de la guerra espiritual.
2. Ver por ejemplo G.R. Beasley-Murray, The Book of Revelation (London: Marshall, Morgan & Scott, 1974), 207.
3. Ver comentarios variados por Beasley-Murray, Leon Morris, etc.
4. Jacques Ellul, The New Demons (New York: Seabury, 1975); Herbert Schlossberg, Idols for Destruction: Christian Faith and its Confrontation with American Society (Nashville: Nelson, 1983).
5. Johannes Oecolampadius, In Iesiam Prophetam ΗΥΠΟΜΝΗΑΤΩΝ, hoc est, Commentariorum Ionnis Oeclampadii Libri VI (Basel: Adreas Cratander, 1525), p. 105a.
6. Oeclampadius acertadamente apunta a estos dos eventes. Sin embargo, la derrota final del mundo sucederá en el fin de la presente era.

7. La obra de Michael Polanyi hace una distinción acertada entre el conocimiento tácito y el conocimiento explícito y también entre el conocimiento subsidiario y el focal. Ver Polanyi, Personal Knowledge; Polanyi, The Tacit Dimension (London: Routledge & K. Paul, 1967).