miércoles, 7 de junio de 2017

Me seréis testigos (Una exposición reformada de Hechos 1:8)


Introducción



Hay ocasiones y eventos en nuestras vidas que nos impactan de tal manera que nunca seremos igual. Para algunos, es el momento en que nace su primer hijo. Para otros es el momento cuando conocen a su futuro esposa o esposo. El encuentro genuino con la persona de Jesucristo es una de esas ocasiones.



En esta tarde vamos a continuar nuestro estudio en el libro de los Hechos con un enfoque en el versículo 8 de Hechos capítulo 1. En este versículo vemos registrado el último mandamiento que nuestro Señor dejó a sus apóstoles antes de su ascensión – “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.” Pero más que un mandamiento, creo que lo que hace Jesús aquí es que les entrega a los apóstoles una identidad primordial. Noten que no les dice, “bueno me voy pero quiero que hablen de mi y que continúen enseñando lo que yo enseñé cuando ya no esté junto con ustedes.” Al contrario, les dice “me seréis testigos.” Me llama la atención el uso de esta frase particular – “me seréis testigos” – porque puntualiza el hecho de dar testimonio no como una característica incidental como sucede con los testigos que acuden a los tribunales. El testigo de un choque automovilístico es un testigo incidental – estuvo presente en el momento de los hechos y por eso es testigo. El choque no lo define ni tampoco tiene este testigo obligación de relatar los hechos que ha visto. Pero ser testigo de Jesucristo es una cosa muy diferente. Los apóstoles no eran testigos incidentales de Jesús. Ser testigo de Jesús, para ellos, representaba un cambio fundamental en sus vidas – quería decir que el objetivo principal y primordial de toda su actividad iba a estar centrado y enfocado en dar testimonio de Cristo Jesús.



He puesto de título a este mensaje, Me Seréis Testigo, porque quiero enfatizar como la experiencia que tuvieron estos once hombres con Jesús les dejó una huella permanente e insaciable. Quiero, a la misma vez, invitarles a considerar su propia experiencia con Jesucristo en esta tarde. ¿Ha sido tu encuentro con Jesús, el Hijo de Dios, un encuentro que te ha definido, que ha cambiado tu identidad de una forma primordial? Pues, hermanos, esta es la única y verdadera base del evangelismo. El que no ha tenido un encuentro personal con Cristo Jesús, no puede ser testigo de él. D.L. Moody fue uno de los pioneros de las metodologías modernas del evangelismo. Moody decía que el mundo es un barco que se está hundiendo y que lo que tenemos que hacer es trasladar cuántas personas podamos de ese barco hundiendo al barco de salvavidas. Con su entrenamiento en la psicología, Moody pensaba que en realidad no importaba cómo hacíamos que estas personas se montaran al barco de salvavidas, lo importante era el número de personas que podíamos hacer que abandonaran ese barco a la deriva y que se subieran al barco de salvavidas. Y de allí nacen los métodos modernos del evangelismo – métodos de persuasión retórica, de manipulación psicológica. Pero esta no fue la base ni el método del evangelismo que vemos en el Libro de los Hechos. Decía Pedro a los judíos – este Jesús a quien ustedes mataron – y Pablo antes Félix disertó “acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero” (Hechos 24:25). No, los apóstoles no usaron tácticas psicológicas sino que testificaban a Jesús con osadía y se comprometían sobretodo con la verdad. ¿Eres tú, hermano o hermana, este tipo de testigo para Jesús?



Quiero contestar tres preguntas acerca de nuestra identidad cristiana como testigos de Jesús en esta tarde. Primero, ¿qué significa ser testigo de Jesús? Segundo, ¿cuál es la extensión de nuestro testimonio? Y tercero, ¿cuál es la fuerza motora, la fuente de energía que posibilita el testimonio del testigo de Jesús? Pero antes de responder a esta pregunta, me gustaría tomar un momento para analizar esta segunda “gran comisión” en su contexto inmediato en el Libro de los Hechos.



El lugar de Hechos 1:8 en el Libro de los Hechos

Los comentaristas están todos de acuerdo que este versículo 8 del primer capítulo de Hechos cobra una importancia central en la producción de Lucas. “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.” Algunos han notado que sirve como una especie de bosquejo para todo el libro de los Hechos anotando que la descripción triple de la extensión de la comisión de Jesús – en Jerusalen, en Judea y Samaria y hasta lo último de la tierra – describe la estructura del libro pues los capítulos 1-8 trata de los hechos apostólicos en Jerusalen, los capítulos 8-13 tratan la expansión de la misión en Judea y la penetración en Samaria y los capítulos 13-28 tratan de la extensión del evangelio hasta los confines de la tierra. Pero la importancia del versículo es mucho mayor.



Algunos comentaristas han señalado la semejanza entre versículo y la gran comisión que encontramos en Mateo 28:18-20 donde leemos:



Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo, amén.



El tema de la extensión internacional, multilingüe y multi-étnica del evangelio es claro en ambos versículos. El poder para llevar a cabo la tarea misionera también se enfatiza en ambos textos. Por eso, se le ha llamado a Hechos 1:8 “la segunda gran comisión.”



Esta segunda gran comisión de nuestro Señor Jesucristo se entrega a los discípulos dentro de un discurso mayor acerca del Reino de Dios. Los apóstoles le preguntan a Jesús si ahora es el tiempo de la instalación del reino político y terrenal. En Hechos 1:6 vemos la pregunta que hacen: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” Juan Calvino ha anotado que la pregunta contiene tantos errores como palabras. Los discípulos parecen que no habían entendido la naturaleza espiritual del reino y que el significado verdadero de la muerte y resurrección de Jesús se les había escapado. Al responder, Jesús les corrige el error y parte de su corrección es este versículo. El hecho de que los apóstoles serían testigos investidos con el poder del Espíritu Santo y comisionados para llevar el testimonio del evangelio hasta los confines de la tierra es un hecho cuadrangular, fundamental en la instalación del Reino de Dios. 



Por último, quiero llamarles la atención a lo que sucede inmediatamente después de que Jesús pronunciara esta segunda gran comisión. De hecho, estas palabras -  “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” fueron las últimas palabras que los discípulos escucharon directamente de la boca del Cristo resucitado. Leemos en los versículos 9-11



Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entretanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.



Después de haber recibido esta llamada a la acción de la tarea reinal, después de haber sido comisionados para la misión de Dios, los discípulos permanecen atónitos, mirando al cielo. Los dos ángeles que se les aparecen les preguntan ¿por qué estáis mirando al cielo? La segunda gran comisión de Jesús, sin embargo, no es una palabra de Jesús que nos dispone a mirar al cielo, es una palabra que nos dispone a mirar horizontalmente al mundo – al campo de misiones que nos espera, a la mies del Señor. Y es por esa razón que los ángeles intervienen aquí diciéndoles que así como Cristo se fue asimismo ha de regresar. Ahora es el tiempo de poner manos a la obra y de hacer el trabajo del reino.



Con este trasfondo, pues, vamos a considerar nuestras tres preguntas acerca del texto.



¿Qué significa ser testigo de Jesús?

En la Gran Comisión de Mateo 28, Jesús les dice a los discípulos exactamente lo que harían de hacer – irían y harían discípulos, bautizarían y enseñarían todas las cosas que Jesús les había enseñado. Pero la segunda gran comisión de Hechos 1:8 tiene un énfasis distinto. Ya no se trata de lo que harían los discípulos sino más bien de lo que serían los discípulos – me seréis testigos. Me llama la atención esta diferencia porque señala la importancia y la centralidad de la tarea que les ha sido encomendada a los discípulos. Noten que Jesús no les dice a los discípulos: “sigan su vida normal y de vez en cuando, cuando se presenta la oportunidad, hablen de mi.”  Al contrario, les dice: “me seréis testigos.” El testimonio iba a ser el ancla de su identidad. De modo que cuando alguien les preguntara: ¿Quién eres? Ellos no respondería “soy galileo”, “soy pescador”, “soy judío” ni siquiera “soy Jacobo hijo de Alfeo.” Lo que responderían es: “soy testigo del Señor Jesucristo.” Pues así lo dijeron Pedro y Juan ante la furia de los sacerdotes en Hechos 5:32: “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas.”



Cuando Jesús les dijo a sus discípulos “me seréis testigos” especialmente en respuesta a su pregunta acerca de la restauración de Israel, los discípulos seguramente fueron recordados de las profecías de Isaías. Pues en Isaías 43:10-12 vemos que se había profetizado que la llegada del Reino de Dios vendría acompañado de testigos:



Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mi no fue formado dios, ni lo será después de mi. Yo, yo Jehová, y fuera de mi no hay quien salve. Yo anuncié y salvé e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios.



Estos discípulos daban fe y testimonio no sólo de lo que habían visto y presenciado sino de la verdad detrás de esas cosas. No cumplían con decir, “sí yo vi a Jesús resucitado.” Cumplían y ponían en acción su identidad de testigos cuando decían como dijo Pedro en Hechos 2:36: “que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” El testimonio se trata hermanos de la verdad, de la verdad que conocemos, de la verdad que nos ha sido entregado en la Biblia. Ese es nuestro testimonio.



Por último, ser testigo de Jesús es estar consumido con una pasión por él. La palabra griega para testigo es marturos. De allí proviene nuestra palabra en español ‘mártir.’ Un mártir es según el Diccionario de la Lengua Española: “persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones” y “persona que se sacrifica en el cumplimiento de sus obligaciones.” Incrustado dentro de la identidad de testigo encontramos una pasión y un compromiso sin igual y esa pasión y compromiso son evidentes a todos. Se cuenta que el gran evangelista y predicador del siglo XVIII, Jorge Whitfield, iba por toda su aldea de Gloucester despertando al pueblo a las cinco de la mañana para venir a escuchar sus predicaciones. En una ocasión, uno de sus oyentes fieles se encontró en el camino al lugar del encuentro con el filósofo David Hume – conocido escéptico y ateo, padre de la filosofía empirista británica que decía solo se puede creer lo que se puede ver – y le preguntó: ¿y tú porque vienes a esto tan temprano? Pensé que no creías en estas cosas. A lo cual le respondió Hume: Bueno, yo no creo, pero este Whitfield, ¡este sí cree! Whitfield mostraba una pasión que era visible aun a un escéptico como Hume.



Entonces, ser testigo de Jesús es 1) tener a Jesús como el centro, el ancla de nuestra identidad, nuestro etos, 2) dar testimonio de la verdad total del evangelio, el logos, y 3) estar consumidos de pasión, nuestro patos. 



¿Cuál es la extensión de nuestro testimonio?

Esta segunda gran comisión que encontramos en Hechos 1:8 también nos habla de la extensión de nuestro testimonio. ¿Dónde es que tenemos que ser testigos de Cristo? ¿Es sólo en la iglesia? ¿Sólo entre los hermanos? ¿Sólo en nuestra ciudad? Jesús lo expresa de esta manera: “me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.” Esta calificación de Jesús seguramente les sorprendió a los discípulos. Cuando dice en Jerusalén, Jesús señala el lugar donde están actualmente los discípulos. Los discípulos tenían que ser testigos de Jesús allí donde estaban, en Jerusalén. Tenían que atestiguar de lo que Jesús había hecho en sus vidas en sus casas y en sus vecindades. Con sus familiares y con sus amigos y allegados. Cuando dice Jesús en toda Judea, está señalando una expansión de esa actividad testimonial a sus alrededores inmediatos. Hermanos, no hay lugares exentos del testimonio cristiano. No hay lugares donde dejamos nuestro cristianismo en la puerta. Nuestro testimonio tiene que ser igual de verdadero e igual de eficaz en todo lugar. En el trabajo, en la escuela y en todo lugar tenemos que llevar la verdad de Cristo y lo que Cristo ha hecho en nosotros. Y me pueden decir, “Pero Pastor, si hablo de Jesús en mi trabajo me pueden correr por ser prosélito.” Y mi respuesta sería que Dios te ha puesto en el lugar donde estás para que seas luz para su gloria. Depende de él, pídale a él que te haga el mejor testigo que puedes ser en ese lugar. Te puedo garantizar que Dios te abrirá todas las puertas para que lo puedas hacer. Cuando Jesús dice en Samaria, está en realidad poniendo a sus discípulos en una posición incómoda. Los samaritanos eran aborrecidos por los judíos. Eran considerados sucios, paganos, ladrones, matones. Señor, ¿quieres que seamos sus testigos allí? Sí, ser testigo de Jesús quiere decir que tenemos que enfrentar nuestros prejuicios y nuestros estereotipos. Tenemos que romper con las normas sociales y llegar a aquellos con quienes no asociaríamos de otra manera. Y por último, cuando Jesús dice que seremos testigos hasta lo último de la tierra, nos está poniendo la carga de la misión mundial. Hermanos, tenemos que tener carga por aquellos que son perseguidos por el evangelio, tenemos que tener carga por aquellos que no tienen una traducción de la Biblia en su idioma, tenemos que tener carga por aquellos que no han oído. Ser testigo de Cristo hasta lo último de la tierra quiere decir que estás dispuesto a contribuir y aunarte a la misión mundial de Dios. A veces esto quiere decir que dejas todo y vas a esos lugares, otras veces quiere decir que contribuyes económicamente a la obra y siempre quiere decir que mantienes en tus oraciones las peticiones y los ruegos a Dios por la labor que realizan aquellos que hacen la obra de Dios en tierras lejanas.



¿Cuál es la fuerza motora, la fuente de poder para el testimonio?

Por último, quiero enfocarme en la primera frase de esta segunda gran comisión – “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo.” Los discípulos allá en Jerusalén no tenían ninguna ventaja material, económica o política para llevar a cabo la tarea que Jesús le encomendaba. No tenían palancas en los palacios municipales, no tenían cuentas bancarias infladas, no tenían acceso a medios de transporte por vía rápida ni a sistemas de comunicación masiva. No tenían absolutamente que les posibilitara humanamente para hacer lo que hicieron que fue de “trastornar al mundo entero.” Entonces, ¿cuál fue la fuerza motora, la fuente de poder que hizo posible todo lo que hicieron? Pues Jesús mismo les dice: el poder recibido por el Espíritu Santo. El actor principalmente en las misiones no son los gran misioneros – los David Livingstone, los Adoniram Judson, o los Jim Elliot – no, el actor principal en las misiones es el Espíritu Santo. De hecho, muchos comentaristas ven el libro de los Hechos de los Apóstoles y dicen que mejor se debe titular el libro de los Hechos del Espíritu Santo, pues todo lo que ocurre se debe al poder, a la fuerza motora del Espíritu. La gran dependencia del obrero cristiano no es en las ofrendas, ni en los recursos tecnológicos, ni en su propio entrenamiento, educación y talentos. La gran dependencia del obrero cristiano es en el poder del Espíritu Santo. Y es ese poder que aun impulsa la misión cristiana.



Conclusión

Entonces, hermanos, vamos a terminar con la misma pregunta que hice al inicio. ¿Qué tipo de testigo eres tú? ¿Eres un testigo cuyo encuentro real con Jesús ha ejercido un control total e imponente sobre tu identidad? O ¿eres un testigo a medias? ¿un testigo que da testimonio cuando la oportunidad se presenta? ¿Eres un testigo de toda la verdad del evangelio – que Dios es el único Dios, que ese Dios en todos sus atributos perfectos, se hizo hombre, que murió y resucitó, que está sentado a la diestra de Dios Padre? O ¿eres un testigo de un evangelio parcial – el evangelio que no ofende, el evangelio que es digerible para el apetito de la posmodernidad? ¿Eres un testigo resolutamente comprometido y apasionado por el evangelio y por las almas que le pertenecen a Dios? O ¿eres un testigo que pone el evangelio en segundo lugar? ¿Eres un testigo en tu casa, en tu contexto inmediato y aún con aquellos que desprecias y que te desprecian? O ¿prefieres dejar eso para otros – los profesionales, los que se dedican a eso? Y por último hermanos, ¿eres un testigo empoderado e impulsado por el poder inmenso y todopoderoso del Santo Espíritu de Dios? O ¿eres un testigo que aun intenta hacerlo todo por tu propia cuenta?

Preparados para la obra (Una exposición reformada de Hechos 1:2-3)


Introducción



Ya estamos en el tercer domingo de esta nueva obra que el Señor ha tenido a bien establecer aquí en la ciudad de Columbus. Hoy día, después de un breve paréntesis la semana pasada, vamos a seguir adelante en nuestro estudio del libro Hechos de los Apóstoles. Les sugerí hace dos semanas que este libro puede ser visto con un manual de instrucciones para la plantación de iglesias locales pues es el registro de lo que Dios hizo a través del Espíritu para trastornar al mundo entero con las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo.



Hoy quiero llamarles la atención a los versículos 2 y 3 del primer capítulo de Hechos con el fin de persuadirles que nuestro Señor Jesucristo no simplemente ordenó a los apóstoles a que predicaran el evangelio hasta lo último de la tierra, sino que más bien los preparó y los equipó durante 40 días para la obra que habrían de emprender. Lucas hace énfasis en este punto demostrando que la preparación que Jesús le dio a los apóstoles era una preparación cabal – una preparación que consistía en una demonstración plena y convincente de la verdad de su resurrección, en la aclaración de su mensaje, y en la promesa de una investidura de poder de lo alto.



Que tan importante es este mensaje para nosotros aquí en este momento que nos esforzamos por plantar una nueva iglesia hispana para la gloria de Dios. La plantación de una iglesia no es como el lanzamiento de una nueva empresa, un nuevo servicio o un nuevo producto. La plantación de una iglesia es una labor espiritual que depende de varios hermanos, todos nosotros, escogidos por Dios para estar aquí en este momento y preparados por Dios de antemano para llevar a cabo la obra de modo que toda la gloria sea para él. La plantación de una iglesia además es una labor que requiere, por encima de todo, no un plan específico de ejecución, no una inversión sustanciosa de capital, sino que requiere del poder del Espíritu Santo que es el que trae el fruto y el que levanta su iglesia para su propia honra y gloria.



He puesto de título al mensaje de esta tarde Preparados para la Obra porque creo que Dios ha preparado a cada uno de nosotros aquí presentes de una forma específica para esta obra que estamos empezando. La plantación de una iglesia local no es y nunca ha sido una obra que desempeña un hombre a solas. La plantación de una iglesia local es un trabajo de múltiples hombres y mujeres escogidos y llamados por Dios, preparados por el Señor y empoderados por el Espíritu Santo para extender el reino de Dios. Entonces, en esta tarde, quiero invitarles hermanos a preguntarse: ¿cómo es que Dios me ha preparado para ser parte de su obra aquí en la Iglesia Reformada Hispana de Columbus?



Voy a señalar tres facetas principales de estos dos versículos. Primero, noten que la obra de los apóstoles comienza con un mandamiento hecho a unos hombres que Jesús mismo había escogido. Segundo, quiero señalar que este mismo Jesús se les presentó vivo a estos hombres con muchas pruebas. Y, por último, quiero enfatizar la enseñanza que recibieron estos hombres durante los 40 días entre la resurrección y la ascensión de nuestro Señor.





El mandamiento dado a hombres escogidos

Leemos en el versículo 2: “hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido.” En este versículo encontramos un eco de Lucas 6:13: “Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles.” Los apóstoles no escogieron a Jesús sino que Jesús los escogió a ellos y los escogió con un propósito puntual que es el que vemos en el versículo 2 de Hechos capítulo 1. Los escogió para que fueran testigos de él, en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra. Este es el mandamiento del cual Lucas habla aquí en Hechos 1:2. Aquí en la Iglesia Reformada Hispana sostenemos lo que se han llamado “las doctrinas de la gracia” y una de las doctrinas claves dentro de estas es la doctrina conocida como la “elección divina.” Dios en su infinita gracia y misericordia identifica y escoge al hombre o a la mujer que está muerto en sus pecados y delitos y le da ojos para ver y oídos para oír. No somos nosotros quienes escogemos a Dios, es Dios quien nos escoge a nosotros. Lo que aprendemos aquí en Hechos, sin embargo, es que la elección siempre es para un propósito. Dios no nos escoge para que seamos los mismos, ni nos escoge porque tenemos algo particular que le atrae. Nos escoge porque tiene ya su propósito establecido para nuestras vidas. Y este fue el motivo por el cual escogió a los apóstoles, para que trastornaran al mundo entero.



Hermanos, yo creo firmemente que no es casualidad que estén aquí en este día. Creo que han sido escogidos por Dios para emprender esta obra, para plantar esta iglesia para él. Yo nunca pensé ni me vi jamás como un predicador en una iglesia recién comenzada, pero ese fue el plan de Dios. Dios me escogió para llevar a cabo su mandamiento de liderar un movimiento de plantación de iglesia aquí en Columbus. Cada uno de nosotros hemos sido equipados con dones que son útiles y apropiados para esta obra y esa es la razón que Dios nos ha colocado aquí.



Jesús se presentó vivo con muchas pruebas

En Hechos 1:3 leemos: “a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables.” Una de las grandes provisiones que Dios le da a su pueblo es la demostración contundente que él vive. Para los apóstoles fue necesario que supieran, sin lugar a dudas, que él estaba vivo. Acuérdense de la escena después de la crucifixión de nuestro Señor. Los discípulos estaban atemorizados. Pedro lo negó tres veces. No requerían de una aparición, sino que necesitaban una presentación plena de que estaba vivo. Y esto es precisamente lo que hizo. Lucas recalca aquí la demostración diciendo que se presentó vivo con muchas pruebas indubitables. Seguramente no fue Tomás el único que necesitaba tocar las heridas del Señor y meter el mano al costado para poder confesar ¡Señor mío y Dios mío! (Juan 20:28), sino que todos los discípulos precisaban de múltiples pruebas indubitables. Y tales pruebas fueron necesarios para la comisión que los discípulos tenían al frente.



El Cristo que servimos es un Cristo vivo. Y su vida, su realidad está presente con nosotros cada día. ¿Cuáles son las pruebas indubitables que tú has visto de la vida de Jesús? Ven hermanos – la resurrección y la sesión de Cristo, que está actualmente sentado a la diestra del Padre, es la doctrina más importante y más fundamental del cristianismo. La resurrección de Jesucristo es el centro del evangelio y es lo que impulsa la evangelización. Sin resurrección no puede haber evangelización auténtica. Predicamos siempre a un Cristo vivo. Y es este Cristo vivo quien nos impulsa en nuestro empeño ministerial.

Jesús enseñó del Reino de Dios

Continuamos leyendo en Hechos 1:3 – “apareciéndoles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios.” ¿Qué fue lo que Cristo enseñó durante su estancia de 40 días antes de la ascensión? Lucas lo resume diciendo que les habló acerca del reino de Dios. Los gnósticos decían que durante estos 40 días Jesús le entregó a los discípulos una enseñanza distinta a la que enseñó durante su ministerio terrenal y que esa enseñanza ha sido perdido. Esta es claramente una visión falsa y es refutada por Lucas. Lucas caracteriza la enseñanza de Cristo durante los 40 días entre la resurrección y la ascensión de la misma forma que caracteriza su enseñanza durante sus tres años de ministerio. Desde un inicio, Lucas caracteriza la enseñanza de Cristo como una enseñanza acerca del reino de Dios. Consideren lo que dice Jesús en Lucas 4:43: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado.” Y en Lucas 8:10, le dice a sus discípulos: “a vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios.” La enseñanza que reciben los discípulos durante estos 40 días de preparación, entonces, es la misma que habían recibido antes. Es un solo evangelio. Y es un evangelio que se va haciendo más y más claro en la medida que vayamos conociendo y siguiendo a Jesucristo. Esto lo podemos ver en aquel acontecimiento en el camino a Emaús. Vayan conmigo a Lucas 24:25-32. Tenemos en esta escena dos discípulos emprendiendo una larga y calurosa jornada hacia a Emaús. Y están platicando acerca de los acontecimientos de la vida de Jesús el nazareno cuando Jesús mismo les aparece:



Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. Llegaron a la aldea adonde iban y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde y el día ya ha declinado. Entró pues a quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?



Entonces, vemos en este relato que Jesús enseña el mismo mensaje, el evangelio y lo amplia y lo aclara en base a las Escrituras. Y el resultado fue que a los discípulos les “ardía el corazón.” El evangelio es en si un mensaje de poder sin igual. No hace falta añadirle ni buscar otras fuentes paralelas para ampliarlo. No hace falta descubrir supuestas enseñanzas ocultas como hubieran querido los gnósticos del primer siglo. Y el evangelio está inscrito a lo largo y ancho de las Escrituras. No hay porción de la Biblia que no hable de Jesucristo. No hay épocas o dispensaciones en el programa de Dios que no involucren centralmente a nuestro Señor. No hay promesas en la Biblia que son reservadas para otros pueblos aparte del pueblo de Dios, la iglesia, el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Cristo es el mensaje central de la Biblia y toda enseñanza bíblica desde Génesis 1 hasta Apocalipsis 22 se trata directamente de él, revela su evangelio y nos hace arder el corazón.



Hermanos, Dios nos prepara para su obra mostrándonos el evangelio en toda su plenitud a través de todas las Escrituras. Dios nos abre los ojos para descubrir su verdad y esa verdad nos equipa y nos prepara para llevar a cabo su obra. Aquí en esta iglesia nuestro compromiso mayor es con la predicación expositiva de la Palabra de Dios, proclamando a Cristo y a su evangelio a través de todas las Escrituras, versículo por versículo. Y lo hacemos no porque queremos presentarnos como más intelectuales o más eruditos sino porque queremos estar siempre preparados para la obra que Cristo nos ha puesto por delante.



Conclusión



Entonces, hermanos, ¿están preparados para la obra? Cristo los ha escogida y les ha dado una encomienda específica y clara. Cristo se le ha presentado vivo con pruebas indubitables. Sabemos que Cristo está vivo porque andamos con él a diario, porque por medio de su Espíritu nos afirma y nos sostiene en su quehacer, porque en su gran misericordia contesta oraciones y lo hace de una manera fabulosa. Y Cristo nos ha enseñado el evangelio en toda su plenitud y simplicidad. Vemos el evangelio en cada renglón de la Biblia, no porque hemos adoptado una metodología hermenéutica determinada, sino porque el Espíritu mismo guía nuestra interpretación y como a los discípulos en el camino a Emaús, nos acusa diciéndonos “oh insensatos y tardos de corazón para creer” y nos muestra él mismo que está presente en la creación, después de la caída, en los patriarcas, en el éxodo, en la llegada a la tierra de promisión, en el reinado de los reyes de Judá, en los salmos y los proverbios, en los profetas y en cada parte de las Escrituras.



Es esta preparación, hermanos, que nos equipa y nos hace aptos para llevar a cabo su misión, para obrar para su ministerio, para proclamar su Palabra y su verdad y para rendirle toda la gloria y la honra para él y de decir junto con los veinticuatro ancianos de Apocalipsis 4:11: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”

Lo que Cristo comenzó (Una exposición reformada de Hechos 1:1)


Introducción

“Dios por delante” – es un dicho popular en el refranero hispano. Antes de comprometernos, antes de emprender una labor, antes de lanzarnos a perseguir nuestros sueños decimos “Dios por delante.” Pero ¿qué es lo que expresamos cuando decimos “Dios por delante”? El significado teológico del refrán no carece de importancia ni de sustancia. Al decir “Dios por delante” estamos afirmando una confianza osada y estamos declarando una dependencia plena. Afirmamos nuestra confianza que Dios pone lámpara a nuestros pies y lumbrera en nuestro camino. Declaramos que nuestra dependencia no se encuentra en nosotros mismos, en nuestras habilidades o en nuestros logros, sino que se encuentra únicamente en Dios todopoderoso al que confesamos. El salmista David lo dijo mejor cuando expresó:


                Aunque ande en valle de sombra de muerte
                No temeré mal alguno porque tú estarás conmigo
                Tu vara y tu cayado infundirán tu aliento (Salmo 23:4)

¿De dónde proviene esa confianza osada y esa dependencia plena? En esta tarde vamos a iniciar una serie de mensajes sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles. El libro de los Hechos es el registro histórico de los inicios de la iglesia cristiana. Es el primer tratado de la historia de la iglesia y demuestra los pasos que siguieron un bando de 11 discípulos al llevar el mensaje de Jesucristo hasta los confines de la tierra y así “trastornaron al mundo entero” (Hechos 17:6). La confianza y la dependencia de estos hombres y mujeres de Dios del primer siglo estaban fundadas en “todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hechos 1:1). El libro de los Hechos es una secuela del evangelio según Lucas y por lo tanto enfatiza la continuidad entre lo que Jesús hizo en su cuerpo físico durante su ministerio terrenal y lo que Jesús siguió haciendo en su cuerpo que es su santa iglesia después de ascender al cielo y sentarse a la diestra del Padre. Y esos eventos registrados en el libro de los Hechos eran también solamente el comienzo de una larga historia que sigue hasta nuestros días en el cuerpo de Cristo que aun actúa en el mundo – su iglesia.


Entonces, en esta tarde quisiera iniciar este estudio del libro de los Hechos resaltando su relevancia para nuestros días, para este momento y para el pueblo que Dios ha escogido aquí mismo en la ciudad de Columbus. Al estudiar este primer versículo del libro de los Hechos quisiera animarles, amados hermanos y pueblo de Dios, a depositar toda su confianza en lo que Cristo comenzó allá en Judea hace dos mil años y en lo que Cristo comenzó en ese día cuando las escamas de los ojos se le cayeron y pudieron ver su estado de pecado y su necesidad de un bendito y perfecto Salvador. ¿Cómo estás continuando, hermano y hermana, lo que Cristo comenzó en ti?


Para introducir esta serie de mensajes, entonces, iniciaré con una breve introducción al libro de los Hechos, repasaré el prefacio y la dedicatoria del libro que encontramos en Hechos 1:1-3 y lo compararé con el prefacio que se encuentra en Lucas 1:1-4, y me enfocaré en tres aspectos claves del primer versículo de Hechos capítulo 1.


El Libro de los Hechos


Los Hechos de los Apóstoles es el segundo de dos volúmenes escrito por Lucas el acompañante del Apóstol Pablo. Se sabe que Lucas era médico y algunos comentaristas afirman que era el enfermero itinerante de Pablo durante sus largos y trastornados viajes misioneros. Como en su evangelio, Lucas se propone a describir con lujo de detalle lo que aconteció durante los primeros tiempos de la iglesia cristiana. Se propone a persuadir a su lector de la veracidad de estos hechos y a recalcar el poder de Dios en el desenvolvimiento histórico de la primera iglesia cristiana. Algunos comentaristas apuntan a Hechos 1:8


Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra


como el eje central del libro. El libro de los Hechos se trata del empoderamiento de la iglesia a través del ministerio del Espíritu Santo y se trata de la expansión segura y sostenida del evangelio a través de las barreras étnicas, lingüísticas, socioeconómicas y políticas. El libro de los Hechos ha sido descrito por el misiólogo Peter Wagner como un manual de instrucciones para la iglesia. Y de hecho lo es.


Aquí estamos iniciando una obra ministerial para el pueblo hispano de Columbus no porque somos profesionales en la plantación de iglesias o porque intentamos avanzar alguna agenda sociopolítica. Estamos iniciando la obra porque es el mandato del Señor Jesucristo, porque hemos sido empujados y motivados y además empoderados por el Espíritu Santo para poner al alcance de la comunidad la predicación expositiva de la Palabra de Dios. Y nuestra brújula en este quehacer no es nada menos que el mismo libro de los Hechos. Entonces, espero que con esta serie de mensajes sobre el libro de los Hechos podamos fortalecernos como el cuerpo de Cristo aquí en Columbus para alcanzar a todos los suyos y para ser un reflejo de la gloria eterna y la gracia soberana de Dios.


El Prefacio al libro


Lucas inicia el libro de los Hechos con un prefacio semejante al que usó para iniciar su evangelio. El libro comienza con una dedicatoria a un hombre llamado Teófilo. La semejanza entre Hechos 1:1-3 y Lucas 1:1-4 nos confirma la autoría de Lucas y nos demuestra su propósito al escribir los dos volúmenes. Vayamos entonces al Lucas 1 para apreciar el paralelismo:


Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mi, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido (Lucas 1:1-4)


En este prefacio descubrimos ciertos detalles acerca del lector original del libro, Teófilo. En primer lugar, vemos que Teófilo es una persona de cierta estatura social en su entorno, tal vez un funcionario de gobierno o una persona de importancia social. Esto lo inferimos del uso del apelativo “excelentísimo” que era reservado para la nobleza de la época. También inferimos de este prefacio que Teófilo era cristiano. Dice Lucas que le escribe el evangelio “para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.” Lo más probable, según los comentaristas, es que Teófilo fue instruido en el evangelio por el Apóstol Pablo en uno de sus viajes misioneros. Pero aparte de decirnos algo sobre el lector original del evangelio, el prefacio de Lucas también nos habla acerca de su propósito por escribir el libro. Escribe para que conozcamos bien la verdad de las cosas en las cuales hemos sido instruido. Lucas se preocupa de la verdad. En este sentido, Lucas es el apologista original. Su objetivo no es de aportar una versión de los hechos sino es el de mostrar “después de haber investigado con toda diligencia” la verdad de las cosas. El evangelio de Lucas y, por ende, el Libro de los Hechos son libros que se esfuerzan por presentarnos la verdad del evangelio y del poder de la verdad para cambiar el mundo. Este compromiso de Lucas es más necesario hoy que nunca. Vivimos asediados por un relativismo total que niega cualquier verdad. Vivimos en la época de las noticias falsas donde impera la decepción y la mentira.


Pasemos, entonces, a considerar en mayor detalle el prefacio que Lucas coloca en el versículo 1 de Hechos. Dice Hechos 1:1


En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar


Lucas resume aquí de forma sucinta el contenido de su evangelio. Al hacerlo, además, pone el cimiento de los acontecimientos que irá a relatar en el Libro de los Hechos. Me llama la atención tres aspectos de este resumen.


En primer lugar, Lucas afirma que ha hablado de todas las cosas que Jesús hizo y enseñó. Al relatar el ministerio terrenal de Jesús, Lucas se esforzó por presentar un cuadro completo y total de Jesús. En nuestros días, lamentablemente, parece haber una tendencia de picar en el evangelio de lo que se nos antoja y dejar a un lado lo que nos parece ofensivo. Las corrientes teológicas liberales y neo-ortodoxas del siglo XX, por ejemplo, rechazaron el registro histórico de los milagros, de las sanidades y de la resurrección catalogándolos como artefactos de una mente pre-científica. Otras corrientes teológicas contemporáneas, por otra parte, enfatizan la prosperidad material y la salud física dejando a un lado la realidad de la aflicción y la persecución que es parte de la experiencia cristiana, pues dijo el Señor en Juan 16:33 “Esta cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo.” Nuestra paz proviene de Cristo no de nuestra cuenta bancaria, del prestigio de nuestro trabajo, del lujo de nuestro carro o del estado de nuestra presión arterial. El evangelio, hermanos, nunca es ni puede ser parcial. Siempre es total. O se toma todo el evangelio o se deja todo el evangelio. No hay un camino mediano. No hay un evangelio parcial. Leemos que Jesús les dice a la Iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:15-16


Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca (Apocalipsis 3:15-16)


En segundo lugar, Lucas indica que ha hablado de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar. Es interesante que Lucas caracterizaría su evangelio – un registro cabal del ministerio de Jesús – como un comienzo. La palabra griega aquí, erzato, es como anota F.F. Bruce enfático. Lucas enfatiza que lo que escribió en el evangelio era el inicio del ministerio de Jesús e implica así que lo que presentaría a Teófilo en el Libro de los Hechos es una continuación o una extensión de los acontecimientos que había registrado allá en el evangelio. De ninguna manera está diciendo Lucas aquí que la obra de Cristo es inconclusa. “Consumado es” dice Jesús desde el madero – y es así. Dice el autor de la epístola a los Hebreos en 9:28 “asi también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos.” La obra expiatoria de Cristo es una obra completada, perfecta y sin falta o deficiencia alguna. Sin embargo, esa obra expiatoria culmina en la sesión de Cristo – sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso y en ese sentido es, no un final, sino un comienzo – el comienzo de su imperio y su reino en nuestras vidas. Y creo que es esta realidad a la que se refiere Lucas aquí. La obra de nuestro Señor Jesucristo en nuestras vidas es siempre un comienzo. Dice Jesús en Juan 10:10 “yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia.”


En tercer lugar, Lucas contiende que en su evangelio habló acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar. En la actualidad existe una tendencia de separar lo que Jesús enseñó de lo que Jesús hizo. Algunos creen que si viven una vida siguiendo las pautas éticas de Jesús lograrán agradar al Señor. Pero, hermanos, esto es un error. El cristianismo no es una ideología, no es una serie de principios y creencias abstractas. El cristianismo está siempre y necesariamente arraigada en la historia. Si confesamos a Cristo confesamos tanto lo que dijo como lo que hizo. No hay forma de separar las dos cosas. La postura de que Jesús fue uno de los grandes maestros de la historia pero no fue Dios es una postura imposible de sostener. O Jesús fue lo que reclamó ser o no lo fue. Cuando nos comprometemos con el evangelio, hermanos, nos comprometemos con toda una serie de verdades. Nos comprometemos con la realidad que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo y nacido de una virgen. Nos comprometemos con la verdad que Jesús fue perfecto en todo y que vivió una vida de agrado pleno a Dios. Nos comprometemos con la verdad que Jesús fue crucificado que fue sepultado y que resucitó al tercer día. Nos comprometemos con la verdad que ascendió al cielo y que está sentado a la diestra del Padre. Nos comprometemos con la verdad que envió al consolador para estar con nosotros y que a través del Espíritu Santo sigue actuando en el mundo a través de su iglesia. Esta es nuestra fe histórica. Es una fe que ha sido transmitido a lo largo de las generaciones y una fe que ha permanecido intacto aun frente a los asaltos y las asechanzas del diablo.  


Conclusión

Entonces, hermanos, ¿están comprometidos con esta fe? ¿Creen en lo que Cristo hizo y también en lo que enseñó? ¿Están comprometidos con la totalidad del evangelio? Pues esta es la fuente de nuestra confianza y de nuestra dependencia en Dios. Esta es la verdad última y autoritativa. Dijo el misiólogo y teológo inglés, Lesslie Newbigin, “la confianza apropiada del cristiano … es la confianza de uno que ha oído y respondido al llamado que proviene del Dios por quien y para quien todas las cosas existen” es la confianza de aquel que ha respondido al llamado “sígueme.” Esto es lo que Cristo pide de nosotros. Que lo sigamos y es también el aliento que nos da el libro de los Hechos. Entonces, la pregunta que nos debemos hacer hermanos es: ¿Qué es lo que Cristo está comenzando en mí?

sábado, 11 de junio de 2016

La Revelación General y las Religiones del Mundo (por J. H. Bavinck)



La conexión entre la revelación general y las religiones del mundo no es un tema nuevo para la iglesia. Al contrario es un tema con que la iglesia ha lidiado a lo largo de la historia. Surgió como una preocupación principal dentro de la iglesia primitiva debido a la interacción constante con la cultura pagana que imperaba en su día. Por eso, fue natural que los padres de la iglesia reflexionaran sobre el contenido y el valor de otras religiones y sobre la manera de entenderlas apropiadamente.

En sus reflexiones sobre las religiones ajenas al Cristianismo, los padres de la iglesia solían hacer una distinción importante entre los mitos religiosos y la filosofía greco-romana. En general, condenaban a los primeros porque los veían como el resultado de una influencia satánica. Aunque algunos de estos mitos compartían ciertos rasgos con la enseñanza bíblica, la convergencia no mitigó su juicio severo. Los padres de la iglesia estaban convencidos de que las semejanzas aparentes no eran más que una falsificación diabólica de las creencias de Israel con el fin de abatir la influencia de la fe cristiana. Por eso, según los padres de la iglesia, aun los mitos más sublimes deberían de considerarse la maniobra del Diablo.

Sin embargo, la percepción de la filosofía griega era enteramente distinta. Muchos padres solían venerar las ideas de Sócrates, de Platón y de los filósofos griegos. Dicha perspectiva se articuló de forma contundente en las Apologías  de Justino Mártir. Al inicio de la primera apología, observa una continuidad entre la enseñanza cristiana y los escritos de los poetas y filósofos griegos. “Pues mientras decimos que todo ha sido producido y ordenado en el mundo por Dios, parece que articulamos la doctrina de Platón”. Propone que la semejanza se debe a una infiltración de las enseñanzas de los profetas hebreos en los escritos de la filosofía griega. Por ello, son muchos los “granos de verdad” que pueden encontrarse en la escritura griega. Sin embargo, notó también que estos granos estaban regados al azar en los escritos de los poetas y filósofos griegos.

Más adelante en su primera apología, Justino Mártir enfatiza que el logos divino es posiblemente la razón de la convergencia entre el pensamiento cristiano y el pensamiento griego. Pues Cristo es el Verbo (el logos) hecho carne, y fue este mismo logos que obró en los corazones gentiles aun antes de su encarnación. Dice: “y aquellos que vivieron razonablemente [con el Verbo] son cristianos aunque se pensaba que eran ateos – tales entre los griegos eran Sócrates y Heráclito”. Y para Justino fueron los demonios quienes fueron responsable por el asesinato de Sócrates. Además, los poetas griegos escribieron sobre excelencias “debido a la semilla de la razón [el logos] que se había implantado en cada miembro de la raza humana”. Antes de su conversión, Justino tuvo una fascinación con Platón. En una reflexión sobre su conversión dice que “no fue porque las enseñanzas de Platón eran diferentes a las de Cristo sino porque no son similares en todo respecto”.

Clemente de Alejandría adoptó una aproximación a las religiones del mundo semejante a la de Justino Mártir. El también creyó que el logos se reflejaba en el pensamiento humano y que el mismo iluminó a los filósofos y poetas griegos. Clemente escribió: “Tal vez la filosofía fue también un don de Dios a los griegos antes de que el Señor se presentase a ellos. Pues la filosofía era para el mundo griego lo que era la Ley para los hebreos, un ayo que los llevaría a Cristo”. Entonces, para Clemente también la revelación general ocupó un lugar de gran importancia porque cimentó muchos de los pensamientos y enseñanzas de la filosofía griega en ella.

Después de que el evangelio su hubiera esparcido entre los gentiles, la necesidad de indagar sobre la relación entre la revelación general y las religiones del mundo disminuyó considerablemente. La interacción posterior de la iglesia con culturas menos desarrolladas sorprendentemente no reavivó la línea de pensamiento que había surgido en ese primer encuentro entre la iglesia y la filosofía griega. No fue hasta que la iglesia se enfrentó al Islam en Asia oriental que reanudó la conversación.

Tomás de Aquino aborda el asunto en su famoso tratado, Summa Contra Gentiles, y hace una distinción entre las verdades que se pueden aprehender por medio de la luz natural del ser humano y las que se pueden conocer únicamente como misterios de la fe. Propuso que al enfrentarse con culturas paganas los misioneros deberían primero abordar las verdades aprehensibles por medio de la razón y luego enseñar los misterios de la fe sobre ese fundamento. Esta táctica tomística resultó constituir el método teológico predilecto en el encuentro misionero por largo tiempo.

Desde el inicio, los reformadores percibían las consecuencias de esta discusión. No negaban la verdad de la revelación general; al contrario, afirmaron enfáticamente que Dios se ha revelado en la creación. También aseguraban que todos los seres humanos llevan dentro de si un semen religionis, una semilla de la religión, que no puede ser destruida. Sin embargo, se opusieron tajantemente a la idea de que esta semilla pudiera conducir el ser humano al conocimiento de la gloria y la grandeza de Dios. Calvino dijo: “si los hombres solamente fuesen enseñados por la Naturaleza, no sabrían ninguna cosa cierta, segura y claramente, sino que únicamente estarían ligados a este confuso principio de adorar al Dios que no conocían”. El estímulo de la naturaleza tiene algún efecto en la mente humana, pero en vez de provocar la adoración del Dios verdadero, provoca la invención de ídolos y la creación de nuevas religiones.

A partir de la Reforma, el mundo occidental ha entrado en contacto íntimo con culturas y poblaciones a lo largo del mundo. En una época temprana, los exploradores europeos se encontraron con los pueblos de Africa, Asia y las islas remotas del Pacífico. Veían a estas regiones como sitios de interés comercial principalmente, pero secundariamente las vieron como un campo para la investigación científica.

Fue por medio de estas exploraciones y por medio de una nueva empresa que la iglesia occidental entró en contacto inicial con las religiones asiáticas. Los primeros reportes de estas religiones vinieron de misioneros Jesuitas quienes trabajaban entre los chinos y estos relatos dejaron una impresión marcada en la iglesia occidental. Kong Fuzi, conocido en español como Confucio, fue venerado 1) por su transmisión de la tradición de los antiguos reyes sabios cuya sabiduría tenía dimensiones políticas y religiosas y 2) por su cultivo de una bondad interna del corazón que debía acompañar la tradición erudita externa. Tanto en el oriente como en el occidente, el registro de las conversaciones que Kong Fuzi sostuvo con sus discípulos parecía que hubo un énfasis en las implicaciones morales de sus enseñanzas y una subordinación del mundo espiritual y el dominio de los seres divinos. La preferencia de Kong Fuzi por lo práctico y lo moral les pareció ideal a los Jesuitas y a otros filósofos occidentales para una Europa en transición – la Europa que incitó profundos cambios sociales debido a su propia designación de la edad de las luces. Los eruditos europeos lentamente se alejaban de las enseñanzas dogmáticas de la iglesia en busca de una religión natural, una religión que representaría la raíz de todas las religiones y de toda la práctica religiosa. En la medida que los conceptos y las prácticas de las religiones asiáticas penetraban en Europa, el filósofo Leibniz pronunció estas palabras aprobatorias: “Ciertamente debido a nuestra condición actual, en la que nos vamos hundiendo en la corrupción, me parece que necesitamos nosotros misioneros de la China que nos puedan enseñar el uso y la práctica de la religión natural, así como nosotros les hemos enviado maestros de la teología revelada”.

Claramente esta aproximación a otras religiones es radicalmente distinta a la de los reformadores. El punto inicial de contacto para los filósofos de la Ilustración fue la visión de que la norma de la moralidad y de la religión se encontraba en la “religión natural”. Y aunque dichos sistemas no son directamente pertinentes a nuestro estudio, nos revelan la creencia de que la religión natural se encontraba precisamente en el corazón humano. Por ende, el ser humano y sus cualidades servían como el punto de partida. La revelación se había dejado por un lado.

Algunas décadas después de la aparición de los registros de la religión china, los europeos descubrieron los grandes sistemas religiosos de la India. Estos sistemas le llegaron a los europeos por vía de la traducción de los Upanishad del árabe al latín. Muchos de los que leyeron el libro se sorprendían por la gran sabiduría transmitida por los ermitaños indostánicos de hace miles de años.

A través de un contacto más íntimo con el Oriente, los eruditos occidentales obtuvieron un tesoro literario de obras chinas, indostánicas y japonesas. La adquisición y el estudio de estas obras marcó una nueva época en la ciencia de la religión del Occidente puesto que la referencia a las religiones del mundo ya no se refería exclusivamente a las religiones paganas de Grecia y Roma sino que incluía los sistemas conocidos a través del Hinduismo, el Budismo, el Islam y otras religiones primitivas.

El estudio de estas religiones llevó a descubrimientos inesperados. Al inicio, los eruditos los consideraban como un conjunto de antiguas supersticiones, pero el análisis más cuidadoso demostró que eran sistemas complejos en que los grandes conceptos sobre el hombre, sobre Dios y sobre el mundo se articulaban de formas variadas. Por ello, el estudio de otras religiones dio paso a varios descubrimientos importantes que exigieron a los eruditos enfrentarse con la pregunta penetrante acerca del valor de dichos sistemas religiosos.

Se sobreentiende que esta cuestión resultó ser de suma importancia a la labor de los misioneros. Los misioneros tenían que saber si deberían llamar a los hindúes y a los budistas al arrepentimiento de su forma vana de vivir o si deberían reconocer los elementos nobles en sus religiones y así conducirles a la verdad del evangelio. Las preguntas centrales para las misiones en este sentido eran: ¿Constituyen estas religiones una negación de Dios o son simplemente intentos imperfectos de encontrar a Dios? ¿Existe en estas religiones extrañas un punto de contacto por medio del cual se puede enseñar el evangelio o sería mejor pedir a los adherentes que renuncien por completo las viejas religiones? Las respuestas a estas preguntas eran esenciales para la práctica cotidiana de los misioneros y requerían de respuestas claras.

En los albores del siglo XIX muchos misioneros que enfrentaron a estas preguntas no lograron percibir su importancia y prosiguieron en su labor operando sobre la base de sus propios prejuicios. Algunos misioneros rechazaron tajantemente a otras religiones diciendo que no eran más que la maniobra de Satanás. Otros, sin embargo, se impresionaron con la piedad, el rendimiento y la fidelidad de los adherentes de estas religiones. Las oraciones fervientes de los budistas y los hindúes dejaron una fuerte impresión en los misioneros quienes se preguntaban si estos adherentes no estuvieran orando en realidad al Dios del Cristianismo aunque fuera bajo una concepción imperfecta del mismo. Se preguntaban, además, si dichas oraciones no serían aceptables ante Dios.

Para muchos misioneros, por lo tanto, la experiencia personal de interactuar con adherentes de otras religiones tuvo un impacto significativo en su concepción de las religiones del mundo. Claro que sus impresiones también fueron influenciado por el carácter del grupo y de la religión con que interactuaban. Aquellos que laboraban en medio de una moralidad perversa – especialmente los que laboraban entre tribus salvajes – se inclinaban menos por pensar que habían elementos de verdad en las religiones del mundo. Pero los que trabajaban entre grupos con religiones más sistematizadas y con códigos morales fijos solían preguntarse sobre la afinidad de estas religiones con el Cristianismo. Debido a la divergencia de la experiencia misionera, es difícil resumir su experiencia como una perspectiva uniforme.

Los congresos internacionales misioneros se dedicaban a abrir el diálogo sobre las múltiples perspectivas de las religiones del mundo. En estos congresos, los misioneros de todas partes del mundo discutían los puntos de convergencia y divergencia entre el Cristianismo y las religiones del mundo e intercambiaban sus experiencias.

Los intercambios misioneros comenzaron en el Primer Congreso Mundial de las Misiones celebrado en Edinburgh, Gran Bretaña en 1910. Al leer las memorias de este congreso, sorprenden los registros positivos de religiones del mundo por parte de misioneros cristianos. Por ejemplo, un misionero laborando entre una tribu particular dijo que encontró entre ellos verdaderos “buscadores de Dios”. Un misionero de la China comentó acerca de las múltiples convergencias entre el Budismo y el Cristianismo. Otro se maravilló al describir el Cristianismo latente en el Budismo japonés. Por último, un misionero en la India anotó que “una mente simpática encontrará en el Hinduismo ideas religiosas que anticipan la expresión plena del Cristianismo”. Cabe mencionar que algunos misioneros hablaron en términos negativos de las religiones del mundo y, por consiguiente, se rehusaron a identificar un elemento de verdad en dichas religiones.

En su totalidad, sin embargo, los delegados del Congreso de Edinburgh se inclinaban a reconocer una búsqueda genuina de Dios en las religiones del mundo, pero su conclusión final se formuló con las experiencias y preocupaciones de todos los misioneros en mente. Fue desafortunado que la visión comprehensiva de las religiones del mundo se sojuzgara a la experiencia de los misioneros individuales. En ese momento, no se hizo un esfuerzo genuino de explorar el tema de una forma bíblica y teológica.

En el Congreso Mundial de las Misiones en Jerusalén, la aproximación a las religiones del mundo permaneció arraigada en la experiencia misionera. Por ejemplo, un reporte sobre el Hinduismo se propuso a cuestionar si existía una brecha entre el Hinduismo y el Cristianismo. La preguntaba se contestó refiriéndose a la experiencia de los hindúes convertidos que entendían su conversión como el abandono de sus creencias previas y otros que entendían su conversión como una continuación de la búsqueda que habían iniciado en el Hinduismo. De la misma manera,  con respecto al Confucionismo uno de los misioneros comentó: “la literatura confucionista es un apto suplemento al Antiguo Testamento pues conduce a sus lectores a Cristo y les ayuda a interpretarlo según su propio genio racial tal como lo hicieron los griegos a través de los escritos de Platón”. Además, algunos de los delegados indicaron que estaban convencidos que el Budismo contiene elementos de verdad. Uno que vivía en la China dijo que los monjes budistas “pueden compartir con la iglesia cristiana de los grandes dones que Cristo, el Gran Logos, les ha dotado a través del Budismo”.

Otra vez, todas estas opiniones se basaban exclusivamente en las experiencias personales de los misioneros. Una aproximación bíblica y teológica acerca de cómo interactuar con otras religiones ni siquiera se había intentado. Aunque se puede observar que en una ocasión de las memorias del congreso algunos delegados protestaron el uso de la experiencia humana como axiomática. Protestaron el uso de la experiencia personal en la formulación de juicios objetivos acerca de las religiones del mundo. “Aceptamos toda cualidad noble en las personas no cristianas como otra evidencia de que el Padre, quien envió a su Hijo al mundo, de ningún lugar ha privado de su propio testimonio. Por eso, a modo de ilustración y sin hacer juicio evaluativo de ninguna religión o de sus adherentes, reconocemos que en el Islam hay un sentido de la majestad de Dios y una reverencia correspondiente y que hay en el Budismo una gran simpatía con el gemir del mundo y una búsqueda genuina de escape”. La afirmación luego resume los elementos nobles encontrados en otras religiones.

Aunque los congresos misioneros en Edinburgh y Jerusalén se enfocaron en las experiencias personales de los misioneros, pronto se hizo evidente que la reflexión cristiana acerca de las religiones del mundo no se podía esclarecer únicamente a partir de las experiencias personales. Pues las conclusiones resultaban ser incompletas. Una respuesta completa se podría obtener exclusivamente a través de un examen minucioso de lo que la Biblia enseña sobre otras religiones. De esta manera, se inauguró una reflexión bíblica renovada en otras religiones y en la revelación general.

El ímpetu de esta reflexión renovada surgió de múltiples fuentes, pero la más importante fue el capítulo “La religión como incredulidad” en la Dogmática de la Iglesia de Karl Barth. Barth destaca: “Desde la perspectiva de la revelación, la religión es claramente el intento humano de anticipar lo que Dios desea hacer y no hacer. Es un intento de reemplazar la obra divina por la maniobra humana. La realidad divina ofrecida y manifestada en la revelación se sustituye por un concepto arbitrario de Dios construido intencionalmente por el hombre”.

La afirmación de Barth nutrió un debate acerca de la posibilidad de que el teólogo alemán se había olvidado que Dios se ha manifestado en todo lugar. Hendrik Kraemer retomó esta cuestión en su libro El Mensaje Cristiano en el Mundo No Cristiano. Aunque admitió su deuda con Barth por traer el asunto a la superficie, concluyó que Barth “no quiere ni puede negar que Dios obra y ha obrado en el hombre fuera de la esfera bíblica de la revelación. Pero a la vez se rehúsa a considerar cómo Dios ha logrado esta hazaña”. Luego dice Kraemer: “la negación de esta faceta de la revelación de Dios a la larga será insustentable”. Kraemer después revela su deseo de ahondar en la misma cuestión que Barth había ignorado. Dice: “La revelación general, entonces, puede significar únicamente que Dios se revela por medio de las obras de su creación, por medio de la búsqueda incansable de la verdad y la belleza, y por medio de la sed por la bondad que existe en todo hombre independientemente de su deseo. Dios se preocupa incesantemente con el hombre, lucha con él y lo persigue hasta el fin, en todo tiempo y en cada pueblo”.
           
La articulación de Kraemer rejuveneció la discusión acerca de la relación entre la revelación general y las religiones del mundo. Kraemer y Barth estaban de acuerdo tocante a la existencia de una revelación general pero discordaban en cuanto al efecto de esa revelación en el ser humano. ¿Podría la revelación general resultar en bendiciones en esta vida? En otras palabras, ¿puede ser la revelación general la base de bendiciones en la vida humana y se encuentran dichas bendiciones en las religiones del mundo? ¿Se extienden estas bendiciones a los adherentes de otras religiones?
El hallazgo de respuestas satisfactorias a estas preguntas era de suma importancia para la empresa misionera cristiana. Para emprender apropiadamente la tarea misionera, los misioneros necesitaban un marco para entender las religiones y los pueblos que habrían de enfrentar.

No obstante su importancia para el misionero, la revelación general era también un asunto de importancia crucial para las iglesias de nuevos cristianos quienes necesitaban entender su lugar dentro de las culturas no cristianas. Muchas de estas iglesias adoptaron lo que habían atesorado en sus viejas tradiciones religiosas – particularmente en los escritos sagrados. Muchos llegaron a valorar estos escritos como libros importantes aunque no totalmente de acuerdo con las Escrituras. Pensaban que contenían ciertas enseñanzas que era aceptables dentro del cristianismo. En la India, en la China y en Japón, algunos nuevos cristianos no veían a sus viejas religiones como un conjunto de falsedades pero las veían como caminos que Dios había utilizado para acercarles a El. Seguramente el mismo Dios que llevó al mundo griego a Cristo por medio de la filosofía, como bien había dicho Clemente de Alejandría, también pudo haber llevado a su cultura a Cristo por medio de los libros sagrados del Hinduismo, del Budismo y del Islam. Después de todo, ¿no es Cristo el cumplimiento de todo lo hermoso y todo lo verdadero en las religiones del mundo?

Algunos nuevos convertidos recogían con diligencia las canciones, las historias y los pensamientos de sus viejas religiones que mostraban alguna semejanza con las enseñanzas cristianas. Por ejemplo, la mitología indostánica describe una edad temprana en que el océano se cubrió de veneno. Para salvar el mundo de la destrucción, el gran dios Shiva recogió todo el veneno en sus manos y lo bebió. En este mito y en otros semejantes, los cristianos veían que aun en las mitologías de las religiones falsas existía la noción de que la salvación podría consumarse solamente por Dios. Existen otros ejemplos de similitudes entre el cristianismo y las religiones del mundo. El Hinduismo del sur de la India tenía, por ejemplo, una teoría bastante desarrollada de la gracia. Esta rama de la teología hindú enseñaba que los humanos eran incapaces de salvarse a sí mismos. Por eso, se le dio gran énfasis a la gracia y al favor de Dios como el camino de la salvación. De igual manera, el Budismo japonés mostraba una enseñanza de la teología de la redención semejante a las enseñanzas reformacionales. Dada las similitudes, la idea de que estas religiones eran simple y llanamente maniobras de Satanás se volvió una postura insustentable. Catalogar a todas las religiones como satánicas ignoraba la belleza y la verdad que contenían.

Por eso, el asunto de la revelación general se volvió un tema de suma importancia. El estudio detallado de otras religiones reveló que no podían ser descartadas pero requerían de un examen cuidadoso para entender los valores espirituales que contenían sus sistemas de pensamiento. El entendimiento de dicha complejidad difícilmente se podría lograr a través de las experiencias personales de los misioneros. Y por eso, se recurrió a la reflexión teológica y bíblica para intentar entender el fenómeno presente en las religiones del mundo. La reflexión se basaba en cuatro preguntas esenciales:
1. ¿Existe una revelación general que alcanza a todo ser humano?
2. Si dicha revelación existe ¿conduce a bendiciones dentro de la cultura que la aprehende?
3. Si conduce a bendiciones, ¿ha penetrado de alguna forma la revelación general a las religiones que los misioneros encuentran en otras culturas? O sea, ¿hay algo de verdad en las religiones del mundo?
4. Si hay algo de verdad en estas religiones, ¿pueden estas verdades servir como punto de contacto para la presentación y la predicación del evangelio?

Aunque no podemos tratar todas estas preguntas en detalle, conviene hacer ciertas observaciones preliminares.

Primero, al considerar otras religiones, tenemos que tener en cuenta que toda la humanidad tiene una vaga impresión del Paraíso, aunque sea una impresión distorsionada. En muchas religiones indígenas, existen mitos de una época primera en que había paz entre los dioses y los hombres. En estos mitos, la época ensoñada vino a su final debido a algún accidente, pero en general, estos mitos absuelven al humano de culpabilidad. Sin embargo, aunque la acción humana infrecuentemente es la causa de la pérdida del Paraíso, estos mitos revelan alguna especie de memoria universal que se relaciona a los eventos registrados en Génesis 1-3. Por eso, es importante notar que cuando uno se encuentra con las religiones del mundo hay que tratar tanto el asunto de la revelación general como el asunto de la memoria de la revelación de Dios en la humanidad.

Segundo, al considerar otras religiones no hay que omitir la posibilidad de que han sido influenciado por cierta exposición a la revelación especial. Los padres de la iglesia hablaban de una influencia en la filosofía griega por parte de los profetas de Israel. No es menester comprobar la precisión de dicha observación aquí, pero sí es importante anotar que existe la posibilidad de esa influencia. El evangelio se llevó a la India hace muchos siglos y se rumora que el Apóstol Tomás predicó en la India. Aun si los rumores son falsos, sabemos que hay un registro histórico de iglesias cristianas en la India desde el siglo IV. ¿Sería posible que estos primeros cristianos en la India influenciaron de alguna forma en el desarrollo del Hinduismo? En su ensayo sobre Bhakti-Marga en el Diccionario de la Religión y la Etica, el catedrático inglés Grierson presenta la posibilidad de que el énfasis hindú en la gracia puede ser el resultado de una interacción con las primeras iglesias cristianas en la India. Otros expertos en la religión hindú también opinan que las enseñanzas de la primera iglesia cristiana en la India pudieron haber influenciado en el desarrollo del Hinduismo.

Se podrían hacer observaciones similares con respecto a la China. Después de muchos años de estudio del Budismo chino, el misionero noruego Karl Ludvig Reichelt concluyó que la religión asiática tuvo una fuerte influencia por parte del Cristianismo nestoriano. Reichelt señala muchos conceptos que provinieron de los nestorianos y es posible, además, que la influencia nestoriana haya extendido hasta Japón. Aunque difícilmente se puede comprobar la conexión, es importante anotar la posibilidad de que haya ocurrido. Al dar lugar a la posibilidad de una influencia del Cristianismo en las religiones del mundo, nos sumamos al reconocimiento que las religiones del mundo tal vez no sean completamente vacíos de la revelación especial. O sea, la revelación especial, transmitida a través de la iglesia, puede haber influenciado en el desarrollo de estas religiones.

Tercero, al tratar el tema de la revelación general y las religiones del mundo, es necesario distinguir entre la religión como un sistema de pensamiento y la religión como una experiencia personal del adherente. En su Institución a la Religión Cristiana Calvino anotó: “Así como la experiencia muestra que hay una semilla de la religión plantada en todos por una secreta inspiración de Dios, así también, por otra parte, con gran dificultad se hallará uno entre ciento que la conserve en su corazón para hacerla fructificar” (1.4.1). Ya en Calvino existe el reconocimiento que cada individuo dentro de un sistema religioso es diferente. Entre los hindúes, los budistas y los musulmanes hay personas que buscan a Dios con sinceridad, pero también hay personas que no quieren tener nada que ver con Dios. Nadie puede juzgar adecuadamente el corazón ni puede nadie anticipar los resultados de la misericordia de Dios por medio del Espíritu. Por eso, la examinación de la revelación en otras religiones debe restringirse a los sistemas religiosos en sí y no enfocarse en los sistemas de adherentes particulares.

Regresemos, pues, a las cuatro preguntas formuladas anteriormente. Es difícil negar la existencia de la revelación general. Las Escrituras mismas claramente hablan de una revelación general. “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de su mano” dice el Salmista (Salmos 19:1). Pablo también dice: “porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:19-20). Pablo enseña la existencia de la revelación general. Pero, ¿esa revelación alcanza a todo ser humano? ¿La perciben los seres humanos? ¿Les conmueve dicha revelación? Las afirmaciones de Pablo parecen dar un sí a todas estas preguntas. La revelación general impacta al ser humano. Además, la reflexión humana universal sobre Dios, dioses y espíritus parece arrojar una demostración poderosa de que el ser humano siempre ha sido conmovido, de alguna forma, por la revelación de Dios.

La segunda pregunta es más compleja. ¿Ha traído bendición a la vida de las personas esta revelación general? Podemos decir que sí, pero con algo de cautela. Podemos observar cierto efecto de la revelación general en la consciencia humana. Pablo enseña: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos” (Romanos 2:14). Por eso, aunque el ser humano, debido a su depravación total, tiende a la supresión de la revelación de Dios y a la creación de ídolos, la presencia de la revelación en sí constituye una bendición. En otras palabras, aunque Calvino dijera que “naturaleza del hombre … es una perpetua fábrica de ídolos”, al menos en la adoración a los ídolos hay un reconocimiento de los poderes divinos, una medida de asombro y reverencia y un deseo de adorar. Este reconocimiento de lo divino y el deseo de adorar se confunde con el objeto equivocado, pero la adoración de alguna forma preserva la vida, y de esa manera constituye una bendición. Esto se hace aun más evidente cuando lo contrastamos con la secularización del occidente – donde la cultura se aleja más y más de Dios. Como dijo el poeta T.S. Eliot: “los hombres han abandonado a Dios no por otros dioses, pero por ningún Dios y esto nunca ha sucedido antes”. En el mundo moderno, la condición espiritual de la gente es peor que la de aquellos sometidos a las religiones del mundo.

Sin embargo, al admitir esto debemos también reconocer que el abandono del Dios viviente y la creación de ídolos siempre deja al ser humano en un estado en que necesitan desesperadamente el evangelio. Pablo describe a los efesios antes de su conversión como “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:2). Pero los efesios tenían su propia religión. Esto es debido a que seguían “la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). En toda la belleza, la devoción y la contemplación filosófica de las religiones del mundo, existe todavía un vacío enorme, pues les falta la reconciliación con Dios a través de Jesucristo. 

Tomada de The J.H. Bavinck Reader. Compilado por John Bolt, James D. Bratt y Paul J. Visser. Grand Rapids, MI: Wm B Eerdmans, 2013. Pp. 95-108.