domingo, 28 de febrero de 2016

¡Dios Habla! Creciendo en Cristo a través de su oficio profético: Una Exposición de Hebreos 1:1-2

Introducción

En su novela El Príncipe Caspian, el gran autor y novelista cristiano C.S. Lewis, describe el reencuentro de la protagonista Lucy y su amado león Aslan. En ese momento dichoso, Lucy se acerca a Aslan para abrazarlo, lentamente cae entre sus zarpas y su melena. Aslan le dice con cariño: “Bienvenidos niña.” Lucy exclama: “Aslan, ¡has crecido!” Aslan responde: “Es porque tú has crecido pequeña.” Confudida pregunta Lucy: “Pero, ¿no eres más grande?” Aslan responde: “No, no he crecido, pero cada año que creces me encontrarás más grande.”

En esta escena de su maravillosa novela, Lewis nos presenta un retrato del discipulado. Jesús llama a sus discípulos a tomar su cruz y seguirle. Y mientras le seguimos, crecemos. En Efesios 4:15 leemos: “sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabezo, esto es, Cristo.” Y en 2 Pedro 3:18 leemos: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” No cabe duda que el discipulado consiste en crecimiento. Y como Lucy, cada año que crecemos en Cristo, lo encontraremos más grande, más majestuoso, más magnificente, superior y mejor.

La Epístola a los Hebreos

La Epístola a los Hebreos se ha caracterizado de muchas maneras. El pastor Albert Mohler ha dicho que el libro de Hebreos es un manual acerca de cómo leer el Antiguo Testamento y tiene razón. Muchos concuerdan con Mohler en su reconocimiento del significado teológico profundo encerrado en Hebreos y en su lugar clave en el desarrollo de la teología bíblica. Si no fuera por Hebreos, no tendríamos forma de entender ese encuentro extraño entre Abrám y Melquisidec narrado en Génesis 14. Si no fuera por Hebreos, no tendríamos una idea clara acerca del significado del Tabernáculo ni acerca de la función de los sacrificios veterotestamentarios.

Otros se aproximan al libro de Hebreos como un tratado teológico acerca de la superioridad y la supremacía de Cristo. Para estos expositores, la totalidad del libro se puede resumir en una sola palabra clave – mejor. El libro de Hebreos es en realidad una secuencia de proposiciones acerca de la superioridad de Jesucristo. Cristo es mejor que los ángeles, mejor que Moisés y mejor que los sacerdotes levíticos. Cristo inaugura un mejor pacto y nos provee un mejor sacrificio. Esta caracterización ciertamente es una visión precisa del contenido del libro; sin embargo, en nuestros días corremos el riesgo de mal interpretar el significado bíblico y teológico de “mejor”.  Vivimos en una cultura en la que impera un culto a todo lo mejor. Ponemos detrás del nombre de nuestros productos un número con decimal para indicar que han mejorado. Tenemos el iPhone 6.2, el Galaxy 3.1 y nos olvidemos de nuestros programas de computadora – creo que en Windows ya vamos en una versión más de 10. Y queremos todo porque es mejor – más bien, lo necesitamos porque es mejor. Nos esforzamos por conseguir estos nuevos productos simplemente porque son mejores. Así que, ¿es el libro de Hebreos una manifestación teológica de este culto a lo mejor? No creo yo.

La aproximación al libro de Hebreos que adoptaré en este mensaje reconoce su profundidad teológica sin dejar de un lado el propósito de la teología presentada. Hay mucho que no sabemos acerca del libro de Hebreos. No sabemos, por ejemplo, quien es el autor del libro. Algunos han asegurado que el autor del libro es el Apóstol Pablo. Cuando se les confronta con las inmensas diferencias estilísticas y literarias entre la epístola a los Hebreos y las otras epístolas paulinas, dicen que la epístola probablemente se escribió primero en hebreo por Pablo y que luego fue traducido al griego por Lucas. Otros aseguran otras fuentes. Lutero, por ejemplo, pensó que Apolos bien pudiera haber sido el autor de Hebreos. Creo que la hipótesis más acertada es la de Orígenes quien dijo “sólo Dios sabe quien es el autor de la Epístola a los Hebreos.” Tampoco hay un acuerdo acerca de la fecha de la epístola. La mayor parte de los comentaristas piensan que se escribió alrededor del año 60 dC. ¿A quién se escribió? Aunque la identidad judía de los receptores no está en duda, no se ha podido descartar que hubo también cristianos gentiles a quienes fue dirigida la epístola. Pero hay ciertos detalles que conocemos acerca de la epístola sin lugar a duda. Sabemos, por ejemplo, que su propósito principal es de constituir una “palabra de exhortación” para los hermanos y hermanas (Hebreos 13:22). Sabemos también que entretejido entre sus enseñanzas teológicas encontramos una serie de admoniciones explícitas – no descuidar una salvación tan grande, entrar al reposo de Dios, proseguir a la madurez, esperar en las promesas de Dios, etc. El entretejido que encontramos, además, hace que la epístola tenga el carácter no sólo de un tratado de teología bíblica sino también de un manual de discipulado cristiano.

En su interpretación como un manual de discipulado cristiano, encontramos una transformación radical del tema teológico de lo mejor en la Epístola a los Hebreos. La presentación de Cristo como mejor, como superior, como supremo no es una táctica de consumo para persuadir a sus lectores a abandonar lo viejo y adoptar lo nuevo. El argumento que hace el autor con respecto a un mejor sacerdocio, un mejor sacrificio y un mejor pacto no es un argumento a favor de la Biblia 2.0 – una Biblia mejor, con mejores funciones y mejores seguidores. ¡No! La superioridad de que habla el autor de Hebreos es el cumplimiento. El autor de Hebreos hace el argumento de que Dios hace promesas y fielmente las cumple. Este mismo argumento teológico también cobra significado para el discipulado. El discipulado es un proceso progresivo en que Dios cumple sus promesas y sus propósitos en nuestras vidas. Es por eso que nosotros, como Lucy, percibimos a un Cristo mejor, superior y supremo en la medida que Dios nos da crecimiento en El. Dios cumple sus propósitos para nosotros a través del discipulado. Y es este cumplimiento que el autor de Hebreos quiere comunicar a sus lectores.

Versículos 1 y 2

Crecer en el discipulado es madurar en nuestro entendimiento, conocimiento e intimidad con el Señor Jesucristo. El autor de los Hebreos, por lo tanto, comienza su epístola indicándonos quién es Jesús y lo que ha hecho. En otras palabras, el autor comienza con una identificación y explicación de los tres oficios de Jesucristo: Profeta, Sacerdote y Rey. Al crecer en el discipulado logramos un entendimiento más profundo de cada uno de estos tres oficios. Nos sometemos con mayor intensidad al señorío del Rey Jesús. Nos aferramos con más fuerza a la intercesión que nos ofrece Cristo, nuestro sumo sacerdote según el orden de Melquisidec. Y escuchamos con mayor atención la voz de nuestro profeta supremo Jesús. En las siguientes semanas, exploraré más a fondo cada uno de estos oficios y su descripción en los primeros versículos de Hebreos. Hoy me enfocaré exclusivamente en el oficio de profeta y me detendré en los versículos 1 y 2. Primero, consideraré el hecho incontrovertible que permea todo el texto – o sea, que Dios ha hablado. Segundo, postularé que el habla de Dios siempre es personal – Dios nos habla a nosotros. Y finalmente exploraré el medio por el cual Dios nos habla – o sea, en su Hijo.

Dios habla

Muchos comentaristas han interpretado los primeros dos versículos de Hebreos como una muestra contundente y decisivo de una separación absoluta entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. “Trazar bien la Palabra de Verdad” es lo que hace en estos versículos el autor de Hebreos. Sin embargo, mi interpretación del texto no se enfoca tanto en la división entre el versículo 1 y el versículo 2 sino que enfatiza el bello paralelo que encontramos entre los dos versículos. ¡Dios habla! Habló en el pasado, habla en el presente y hablará en el futuro. ¡Dios ha hablado!

Pero no hay que negar que existe un contraste en los dos versículos.  Se contrasta, por ejemplo, “en otro tiempo” con “en estos postreros días”, “a los padres” con “a nosotros” y “por los profetas” con “por el Hijo.” ¿Qué significan estos contrastes? El comentarista F.F. Bruce explica el contraste así:
           
La revelación divina es progresiva – pero la progresión no es de menos verdadero a más verdadero, de menos valioso a más valioso, de menos maduro a más maduro. La progresión es de promesa a cumplimiento.

Jesús mismo dijo esto en Mateo 5:17: “no penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar sino para cumplir.” Esto quiere decir que la Palabra de Dios es y siempre ha sido la Palabra de Dios. No existe ninguna porción de la Biblia que no se aplica a nosotros. No hay promesa alguna en las Escrituras que está reservado para otro grupo. Al contrario, la totalidad de la Palabra de Dios es una unidad singular y completa que testifica 100% a la persona y a la obra de Jesucristo.

En la medida que crecemos en Cristo y en la medida que profundizamos en nuestra sumisión a El, podemos verlo más claramente en todas las Escrituras y también en nuestras vidas. Yo diría, además, que la obra de Dios en nosotros, como discípulos suyos, es también una obra progresiva. Dios obra continuamente en nuestras vidas y fielmente desenvuelve sus propósitos en nuestras vidas según su propia voluntad y su propio diseño. Muchos hermanos y hermanas que están con nosotros provienen de trasfondos y experiencias diversas. Algunos han llegado a las doctrinas de la gracia a través del fundamentalismo, otros a partir del pentecostalismo y aun otros desde el catolicismo. Propongo que la naturaleza progresiva de la revelación de Dios, su continuo y fiel desenvolvimiento de su plan perfecto de la redención es una lente por medio del cual podemos percibir nuestro propio crecimiento como discípulos de Cristo. No hay necesidad de cuestionarse acerca de su doctrina, no hay necesidad de mirar con rencor a su pasado religioso y no hay razón por luchar constantemente para demostrar que ya no es fundamental, pentecostal o lo que sea. ¡No! Puede descansar confiadamente en la obra progresiva y fiel del Dios soberano quien obró por medio del fundamentalismo, por medio del pentecostalismo o por medio del catolicismo para traerte a un conocimiento más profundo y más real de su gracia soberana. La obra progresiva de Dios siempre mueve en la dirección desde la promesa hacia al cumplimiento. Y esto es lo que Dios ha hecho en su vida, moviéndole de sus promesas al cumplimiento de las mismos – desde dondequiera que estemos – Dios siempre mueve en la dirección hacia el cumplimiento de sus promesas y de sus propósitos.

Dios nos habla a nosotros

Noten que el habla de Dios no es un mensaje oculto que tenemos que descifrar por nuestras propias fuerzas. Dios no habla en las estrellas ni tampoco habla en códigos secretos inscritos en formaciones geológicas. Dios nos habla de forma personal en un idioma que podemos comprender. El carácter personal del habla de Dios es consistente a lo largo del texto: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo.” Vale la pena anotar que el autor de Hebreos no se refiere a los receptores de la Palabra de Dios en otro tiempo como personas distantes de una era olvidada. No, los receptores de esa palabra eran nuestros padres. Dios habló a los padres de forma personal, estableciendo con ellos un pacto de amistad e intimidad que se actualizó y que se ratificó en el lenguaje personal. Y de esa misma manera, Dios nos habla a nosotros, personalmente, con el fin de ofrecernos la misma amistad, el mismo amor y el mismo pacto que le ofreció a nuestros padres.

La comunicación interpersonal de Dios proviene de la Biblia. Por eso, es nuestro deber permanecer en la Palabra de Dios. Permanecemos en su Palabra no porque es lo que hacen los buenos cristianos ni tampoco porque la Biblia es “nuestro libro favorito” como dirían algunos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. Nuestro deber de permanecer en la Palabra proviene del pacto unilateral de amistad que El ha hecho con nosotros y es por medio de su Palabra que Dios se comunica y crea comunión con nosotros. Al crecer en el discipulado, al llegar al “varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13), una marca fundamental de nuestro crecimiento es el amor a su Palabra. Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Quiere decir que dedicamos una hora cada día a la lectura de la Biblia? ¿Quiere decir que nos sabemos todas las minucias de la Biblia? ¿Quiere decir que nos hemos esforzado en un plan sistemático de memorización de las Escrituras? Todas estas cosas son muy buenas, pero no necesariamente quieren decir que amamos a la Palabra de Dios por encima de todo lo demás. El amar la Palabra de Dios y el crecer en discipulado a través de su Palabra quiere decir que cada vez que se aproxima a la Biblia, encuentra en ella un retrato más enfocado, más claro y mejor de nuestro Señor Jesucristo. El deseo de estudiar las Escrituras, de conocer su trasfondo y de memorizarla tienen que ser parte de una relación personal con Cristo. Dios nos habla personalmente y por eso nuestro manejo de su Palabra también tiene que ser personal.

Dios nos habla por su Hijo

En Deuteronomio 18:18 encontramos una definición de lo que es un profeta. “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.” Un profeta es aquel quien habla las palabras que Dios le ha dado. Existe un debate en el cristianismo actual acerca de si el oficio de profeta aun existe. Algunos, principalmente de las ramas carismáticas del cristianismo evangélico, contienden que aun hay profetas comisionados por Dios para llevar la palabra profética a su pueblo. Otros aseguran que el oficio de profecía ha cesado con el cierre del canon. Muchas veces, estos cristianos utilizan el texto que estamos considerando aquí para apoyar su posición. Para mí, el argumento para la cesación de la profecía no es exactamente correcta. Aun hay un profeta y su nombre es el Señor Jesucristo. Cristo es el profeta supremo que habla todas las palabras que el Padre pone en su boca. En Juan 14:24 Jesús dice: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.” Jesús es el profeta supremo y, de hecho, toda profecía tiene su cumplimiento en El. John Frame, en su Teología Sistemática ha dicho: “Cuando vemos a las Escrituras como el testimonio de Cristo, cada porción de la Biblia cobra nuevo significado. La Biblia es el libro de Cristo. Por eso, en un sentido Cristo es el único profeta. Determina el significado de cada profecía en la Biblia.” Herman Hoeksema, en su Dogmática Reformada, dice lo mismo de una forma más clara:

Cristo está con nosotros como nuestro Profeta Supremo, nuestro maestro, que nos instruye por medio de su Palabra y de su Espíritu. Después de ser exaltado a la diestra del Padre, dio por un tiempo a su iglesia apóstoles quienes por medio de ellos Cristo revelaría su consejo secreto y la voluntad de Dios acerca de nuestra redención. Después, cuando su revelación había sido completada, asumió el oficio del Profeta Supremo de y en la iglesia por medio de su Espíritu, por medio de la Palabra predicada según las Sagradas Escrituras. No hay instrucción, no hay predicación, no hay exhortación ni hay consolación aparte de El, nuestro único y supremo profeta. Y aun hasta el fin del mundo, será por El y por medio de El como nuestro profeta que recibiremos conocimiento perfecto de nuestra salvación y que nos deleitaremos en Dios por siempre.


Sí, Cristo es el profeta supremo y es a través de El y su Palabra que crecemos en el discipulado. Por medio de su Palabra lo vemos más grande, más supremo y más superior. ¿Qué papel juega el predicador en el crecimiento en el discipulado? Vivimos en una era en la que la iglesia se ha reducido a un club social. Vivimos en la época en que los diezmos y las ofrendas que el Señor nos ha dado se convierten en una expectativa de servicios y atención personalizada – y si no la recibimos a nuestra satisfacción, nos parece justo y necesario retener nuestra contribución. Vivimos en la era de la iglesia mediatizada en la que podemos deleitarnos con la predicación de la Palabra sin tener que comprometernos a la edificación y el sostén de la iglesia local. ¿Cómo es que este ambiente actual ha afectado a nuestro crecimiento como discípulos de Jesucristo? Me gustaría cerrar el sermón de hoy día con una reflexión acerca de nuestra sumisión a la Palabra de Cristo, nuestro profeta supremo. Yo no creo que el predicador es un portavoz de Dios. Si cualquier predicador, incluyéndome a mi mismo, habla contrario a la Palabra de Cristo, debemos como Pablo declararlos anatema. Sin embargo, en la medida que el predicador sí está predicando la Palabra de Cristo, tenemos la obligación de someternos. Cuando no nos sometemos a la enseñanza bíblica y Cristo-céntrica, en realidad estamos desobedeciendo a Cristo. Lo más triste es que la cultura de consumo en que vivimos y que ha infiltrado a la iglesia sin freno alguno, da licencia a esto tipo de obediencia.  ¿Cuántos hermanos han desobedecido a Cristo al salirse de iglesias que predican la verdad del evangelio? Les recuerdo de las palabras de Hoeksema: “no hay instrucción, no hay predicación de la Palabra, no hay exhortación ni hay consolación aparte de Cristo.” Pero, si la instrucción, la predicación, la exhortación y la consolación es de Cristo ¿cómo lo hemos de rechazar?