¿Cuál es el destino de aquellos que mueren sin
haber escuchado el evangelio? ¿Irán al infierno todos los que nacieron en
culturas y regiones donde el evangelio no se ha proclamado? ¿Hay alguna
oportunidad de salvación para aquellos que no han escuchado siquiera el nombre
de Jesucristo?
Estas preguntas suscitan uno de los dilemas
más provocativos y perennes enfrentadas por los cristianos. Es un dilema que se
ha debatido entre filósofos y que se ha discutido entre la gente común. Es un
tema que le interesa tanto al cristiano como al ateo. En las sociedades en que
el cristianismo ha ejercido gran influencia, es un lugar común escuchar
preguntas acerca del destino de los que mueren sin haber oído el evangelio. En
mi experiencia, es la pregunta apologética de mayor interés entre los jóvenes
universitarios.
Durante mi primer año en una universidad
estatal, mis amigos y yo practicábamos el evangelismo personal con regularidad.
En una de esas ocasiones, un joven incrédulo me preguntó capciosamente: Si
Jesús es el único camino a la salvación ¿qué de todos aquellos que nunca han
oído de él? En ese momento tenía poca experiencia como cristiano y, en verdad,
no le tenía una buena respuesta. De todas maneras, le dije que era una muy
buena pregunta y después le pregunté a mi pastor. El me refirió a algunos
pasajes de las Escrituras y me advirtió que no tenía una opinión firme sobre el
asunto. En los años que han pasado desde ese encuentro hasta la fecha se me ha
hecho esa misma pregunta centenares de veces.
La Importancia del Asunto
¿Por qué es tan importante esta pregunta? Bueno,
hay al menos tres razones que explican su importancia. Tal vez la razón más
obvia es que la pregunta es una variante del antiguo y perenne problema del
mal. Este dilema filosófico ha ocupado algunos de los mejores y más
brillantes pensadores cristianos. El problema del mal comúnmente reza así: Si
Dios es bondadoso, omnisciente y todopoderoso ¿por qué existe la maldad en el
mundo? Su omnisciencia presupone su conocimiento de cómo erradicar la maldad
del mundo. Su poder presupone que tiene la habilidad de erradicar la maldad del
mundo. Su bondad presupone que desea erradicar la maldad. Entonces, si hay un
Dios bueno, omnisciente y todopoderoso ¿por qué hay maldad en el mundo?
Una vertiente del problema del mal
involucra el destino de los no evangelizados. A esta vertiente se le ha llamado
el problema soteriológico del mal puesto que se enfoca en la doctrina de
la salvación. Se pregunta: Si Jesús es el único Salvador y nadie se salva si no
es por él, ¿cómo se puede decir que Dios es bueno si condena a aquellos que
nunca han escuchado acerca de Jesús?
El gran teólogo del siglo IV, Agustín de
Hipona1, consideró esta misma pregunta. Su consideración fue en
respuesta al filósofo secular Porfirio quien preguntó:
Si Cristo
se declara el único camino a la salvación, a la gracia y a la verdad, y si
afirma que sólo en él hay un camino hacia a Dios ¿qué de aquellos que vivieron
siglos antes de que Jesús apareciera? … ¿Qué le ha sucedido a incontables
almas, que nada de culpa tenían puesto que el que vendría a ser el único camino
a la salvación aún no se había revelado como tal?2
La pregunta de Porfirio es relevante no solamente a
aquellos que vivieron antes de la venida de Jesucristo sino también a los que
han muerto sin haber escuchado el evangelio.
Y esto nos lleva a la segunda razón por la
importancia de este asunto. Una gran proporción de la raza humana ha muerto sin
haber escuchado las buenas noticias del evangelio. Se estima que cien años
después de la muerte de Cristo había una población de unos 181 millones de
personas.3 De ellos sólo un millón eran cristianos. También se
estima que habían alrededor de 60,000 sociedades en las que el evangelio no
había penetrado en ese momento. Se estima que en el año 1000 dC había una
población de algunos 270 millones de habitantes. 50 millones de ellos eran
cristianos. Se cree que habían alrededor de 50,000 sociedades en que el evangelio
no había penetrado. En el año 1989 dC habían 5.2 miles de millones de
habitantes en la tierra. Sólo 1.7 mil millones eran cristianos. Es más, aún
quedaban unos 12,000 sociedades en el mundo en que el evangelio no había
penetrado. También podemos pensar en todas esas personas que vivieron antes de
la venida de Cristo y que nunca escucharon acerca de la nación de Israel y el
pacto de Dios con ellos. No hay forma de saber exactamente cuantas personas han
muerto sin haber escuchado de Israel o de la Iglesia, pero creo que me
justifico en decir que la gran mayoría de personas que han existido han muerto
sin haber oído el evangelio.
Puesto que los números son tan altos, la
preocupación por el destino de los no evangelizados es de interés inmensa. ¿Qué
podemos decir acerca de los miles de millones de almas que han vivido y muerto
sin conocimiento alguno de la gracia divina manifestada en Jesús?
Una tercera razón por la importancia de
esta pregunta es que muchos de nosotros, en estos tiempos de globalización,
tenemos contacto con personas de otras culturas y religiones. Estos conocidos
nos pueden llegar a preguntar acerca del destino de las almas de sus
antepasados que no supieron de Jesús. Esto me sucedió a mí de una forma muy
impactante. Nuestra hija adoptiva, que es de la India, nos preguntó
consternadamente acerca de la salvación de sus padres naturales. ¿Había
esperanza para ellos? Y ¿qué si no hubiera quien les predicara el Evangelio?
Tales discusiones se han vuelto más comunes en el nuevo milenio debido a la
creciente cercanía (presencial y virtual) de los habitantes del planeta.
Dos Creencias Cruciales
Con el contacto creciente entre grupos de personas,
obtenemos mayor conocimiento acerca de otras religiones. Hay cierto estrés que
viene junto con ese nuevo conocimiento. El nuevo conocimiento de una multiplicidad
de religiones ha resultado en lo que Gabriel Fackre ha denominado una “insuficiencia
cardiaca cristológica.” Algunos autores contemporáneos como John Hick creen que
para adaptarse a las sensibilidades globalizadas de la actualidad, debemos renunciar
nuestras ideas acerca de la exclusividad de Jesucristo.4 Jesús es
uno entre muchos salvadores. Decir que Jesús es el único Salvador, afirman
ellos, representa la cúspide de la arrogancia y de la intolerancia. El
cristianismo se vuelve una simple faceta del eurocentrismo imperante en el
mundo.
Los autores que hacen estas afirmaciones
consideran que los autores de este libro son intolerantes y eurocéntricos. Los
tres autores de este libro nos comprometemos con el evangelio en su forma
escritural y nos rehusamos a sacrificar a la realidad de Jesucristo encarnado,
crucificado y resucitado en el altar del pluralismo moderno. Al contrario, cada
uno de nosotros afirmamos la finalidad y particularidad de Cristo. Por finalidad
queremos decir que Jesús es la revelación plena y autoritativa del carácter y
de la voluntad de Dios. No hay ninguna revelación que le sobrepasa. Por particularidad
queremos decir que Jesús es el individuo único y particular a quien Dios ha
designado como nuestro Salvador. La salvación viene única y exclusivamente de
las acciones históricas de Dios en la vida, la muerte, la resurrección y la
ascensión de Jesús.
Suelen citarse varios textos bíblicos para
apoyar esta conclusión. En el libro de Hebreos, por ejemplo, leemos que Jesús
no es un profeta sino el mismo Hijo de Dios que nos revela precisamente lo que
quiere decir ser Dios (Hebreos 1:1-3). En el Evangelio de Juan, Jesús dice que
quien lo vea a él también ve al Padre (Juan 14:9). Jesús, pues, es presentado
en las Escrituras como el que revela verdadera y plenamente a Dios. Además, en
la Biblia encontramos la afirmación que Jesús es el Salvador particular del
mundo. No es por medio del Buda o de Mahoma u otra figura que Dios ha obrado
decisivamente para salvar a la humanidad, sino que es por medio de Jesús de
Nazaret. El libro de los Hechos proclama que no hay otro nombre aparte de Jesús
bajo el cual el hombre se salva (Hechos 4:12) y Jesús mismo dice que nadie
viene al Padre si no es por él (Juan 14:6). A la luz de tales versículos, los
cristianos afirman la singularidad de la revelación y la redención que se
encuentra en Jesús.
Otra creencia crucial tiene que ver con la
extensión de la salvación. La Biblia claramente revela que Dios tiene el
conocimiento y el poder para ofrecer la salvación a los pecadores. Además, la
Biblia afirma que Dios es bueno – es bueno más allá de lo que nos podemos
imaginar. Y este Dios bueno quiere salvar a pecadores. Hay innumerables textos
bíblicos que revelan el deseo de Dios para salvar al pecador.
Pablo dice “murió por todos” (2 Corintios
5:15) y sostiene que el hecho redentor efectuado por Jesús resultó en la
justificación de todos los hombres (Romanos 5:18). Para Pablo, Jesús es el
punto focal de la gracia de Dios, lo cual lo hace “Salvador de todos los
hombres, mayormente de los que creen” (1 Timoteo 4:10; Tito 2:11). Primera de
Juan 2:2 declara que Jesús es “la propiciación por nuestros pecados; y no
solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”
En el Nuevo Testamento a menudo encontramos
referencias al deseo de Dios de salvar a pecadores. La segunda epístola de
Pedro dice que Dios no quiere que ninguno perezca sino que todos vengan al
arrepentimiento (3:9). Pablo dice lo mismo cuando escribe que Dios “quiere que
todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo
2:4). Jesús mismo expresa esta idea al decir que su obra de expiación atraería
a todos a él (Juan 12:32). Juan escribe que de tal manera amó Dios al mundo que
dio a su Hijo unigénito para nuestra redención (Juan 3:16).
Estos textos hablan de la motivación de
Dios de salvar a pecadores. Al colocar estos versículos junto a otros
versículos que sostienen la salvación exclusiva por medio de Jesús, sin
embargo, surgen ciertas preguntas. ¿Quiere Dios que todos se salven o solamente
los que tienen fe en Cristo? ¿Es la expiación de Jesús solamente para
cristianos o es también para aquellos que no se han convertido? Es un viejo
debate y los lectores anotarán que los autores de este libro interpretan pasajes
claves de las Escrituras de diferentes maneras.
Nash sostiene la posición que se conoce
como la expiación limitada en que Jesús murió por un grupo definido de
personas, o sea, los elegidos. La frase “todos los hombres” en los textos
mencionados se entiende como toda la humanidad (sin distinción de raza, género,
educación, idioma, etc.) y no como todo y cada hombre. Los pasajes que hablan
del deseo de Dios de salvar a todos los que se arrepienten o que Dios amó al
mundo, además, se interpretan como el deseo y el amor de Dios para con sus
elegidos, no para con los hombres en general. Fackre y Sanders, por otro lado,
afirman lo que se conoce como la expiación indefinida (o ilimitada) en que
Jesús murió por cada individuo, cristiano o no cristiano. Interpretan pasajes
que hablan del “mundo” y de “todos los hombres” como evidencia de que Dios
quiere que todo individuo sea beneficiario de la obra de Cristo. Nuestras
distintas interpretaciones de estos textos bíblicos nos conducen a diferentes
perspectivas sobre el destino de los no evangelizados.
Las Perspectivas
Las creencias centrales que acabo de exponer – el
deseo de Dios de salvar y la exclusividad de Jesús como Salvador (lo universal
y lo particular) – constituyen el meollo del dilema acerca de los no
evangelizados. Ciertamente tanto los grandes temas como los textos específicos
de la Biblia iluminan el debate. Aunque la Biblia no trata el tema de forma
sistemática, sí provee información crucial para llegar a una posición definida.
Las tres perspectivas discutidas en este libro revelan distintas
interpretaciones de las Escrituras.
Ronald
Nash sostiene la perspectiva del restrictivismo. De acuerdo a esta
posición, Dios ofrece salvación únicamente a través de Jesús y es necesario
conocer la obra de Cristo y tener fe en él antes de morir para alcanzar la
salvación. Dios ha apuntado a Jesús como el único medio de salvación. No hay
otro camino a la salvación aparte del oír que viene por predicación del evangelio.
Notamos que a Nash le parece que los
términos exclusivismo y restricitivismo son sinónimos. Esto es
legítimo para nuestros propósitos en este libro siempre y cuando estemos
alertados al hecho de que algunos ven estos términos como diferentes. En la
literatura del pluralismo religioso, el exclusivismo designa la
perspectiva de que el cristianismo ofrece la única opción para la salvación;
todas las otras religiones son estériles en cuanto a la salvación divina y Dios
no utiliza ninguna otra religión. Aunque el exlcusivismo afirma la
exclusividad y finalidad de Jesús, no necesariamente implica el restrictivismo
ya que algunos exclusivistas son universalistas y otros sostienen que hay
oportunidad para salvación después de la muerte.5 Tanto Karl Barth
como Carl F.H. Henry son exclusivistas en cuanto a la relación entre el
cristianismo y otras religiones, pero en cuanto a sus visiones acerca del
destino de los no evangelizados están diametralmente opuestas. Henry es restrictivista
mientras Barth cree en una salvación universal.6
John Sanders adopta la posición conocida
como inclusivismo. Esta perspectiva sostiene que Dios salva al hombre
por medio de la obra de Cristo pero el hombre no tiene que conocer a Cristo
para gozar del beneficio de la salvación. Dios otorga salvación si hay fe en él
según la revelación de la creación y la providencia.
Gabriel Fackre sostiene la posición que se
llama divina perseverancia (también conocida como evangelización después
de la muerte). Según esta postura, los que mueren sin haber sido evangelizado
reciben una oportunidad de salvación después de la muerte. Dios no condena a
nadie sin saber primero cual es su respuesta ante la buena noticia de Cristo.
Las tres perspectivas comparten puntos
interesantes de convergencia y divergencia. Como ya hemos notado, todos afirman
la finalidad y particularidad de la salvación en Jesucristo. El restrictivismo
y el inclusivismo, a diferencia de la divina perseverancia, proponen que
nuestros destinos están sellados en la muerte y que no existe oportunidad de
salvación después de la muerte. El restrictivismo y la divina perseverancia, a
diferencia del inclusivismo, sostienen que el conocimiento del evangelio es una
condición necesaria para la salvación. El desacuerdo se encuentra en su visión
del momento en que se presenta el mensaje. El inclusivismo difiere de las otras
dos perspectivas en su visión de que Dios ofrece salvación aún cuando el evangelio
no haya sido predicado. El inclusivismo y la divina perseverancia afirman que
Dios hace que la salvación que viene por medio de Jesucristo sea disponible a
todos los hombres que jamás hayan escuchado el evangelio, pero el restrictivismo
sostiene que la salvación es únicamente para los elegidos.
Tenemos que hacer mención de que existen
otras perspectivas acerca del destino de los no evangelizados que no se tratan
de forma detallada en este libro. Se pueden resumir como sigue:
o
Algunos
abogan por un agnosticismo completo. Sostienen que no existe suficiente
información bíblica para contestar la pregunta.
o
Otros,
como Santo Tomás de Aquino y Norman Geisler, creen que Dios enviará su evangelio
a todos aquellos que responden positivamente a la revelación general. En otras
palabras, Dios envía más luz a aquellos que responden a luz que se le es dada.
o
Algunos
abogan por la posición del “conocimiento intermedio” que sostiene que Dios
salva a aquellos que habrían creído si hubieran escuchado el evangelio. Como
Dios sabe la respuesta de cada corazón a las buenas nuevas, Dios puede salvar
según este conocimiento.
o
Algunos
teólogos católicos romanos proponen una versión de la evangelización después de
la muerte que denominan la teoría de la opción final. Creen que cada individuo,
a la hora de morir, tiene un encuentro personal con Jesucristo y en ese
encuentro todos tienen la opción de creer.
o
Teólogos
como John R.W. Stott tienen optimismo que Dios salvará a la gran mayoría de la
raza humana aunque reconocen que no saben cómo exactamente lo logrará. O sea,
rehúsan abogar por un método de salvación en particular pero afirman que la
salvación final será para la mayor parte de los hombres.
o
J.I.
Packer parece ser más pesimista al respecto. Propone que Dios puede ofrecer
salvación a una porción de los no evangelizados pero no sabemos cuántos ni
cómo.
o
Otros
proponen un universalismo completo en que absolutamente todos serán salvos por
medio de Jesucristo. Los universalistas tales como Orígenes creen que Jesús
eventualmente llevará a todos los pecadores a reconciliarse con el Padre.
o
Finalmente,
existen los pluralistas unitivos. Estos van más allá del universalismo clásico
y rechazan la exclusividad de la obra salvadora de Jesucristo. Mientras que los
universalistas tradicionales dicen que todos los hombres serán salvos por medio
de Jesús, los pluralistas unitivos dicen que esto implica que la mayoría de las
religiones del mundo son incapaces de brindar salvación a sus propios
adherentes aparte de Jesucristo. Los pluralistas unitivos como John Hick y Paul
Knitter creen que la mayoría de las religiones del mundo son caminos válidos para
la salvación. Afirman, además, que defender a Jesucristo como el único Salvador
es una intolerancia y una ofensa a las demás religiones del mundo.7
Puntos de Concordancia
Al señalar estas diferencias, no obstante, no
debemos ignorar el hecho de que hay gran concordancia entre los cristianos
acerca de algunos puntos claves en este asunto. Todas las posiciones
mencionadas anteriormente, con la excepción del pluralismo unitivo, se
caracterizan por ciertas características comunes.
Todos
afirman la finalidad y particularidad de Jesús para la revelación y la salvación.
A lo largo de la historia de la iglesia ha existido consenso en este punto:
Jesús es el único Salvador del mundo y es la revelación máxima de Dios.
El
uso de las Escrituras como la fuente exclusiva de la revelación. Cada una
de las perspectivas, salvo la del pluralismo unitivo, busca apoyo en las
Escrituras para demostrar que es la perspectiva que mejor refleja la enseñanza
del testimonio bíblico.
Precedente
Histórico. Ninguna de las perspectivas mencionadas es novedosa en la
historia de la iglesia. Los proponentes de cada perspectiva pueden generar
listas impresionantes de adherentes dentro de la historia eclesiástica. Esto es
importante por dos razones. Primero, porque corrige la amnesia histórica que
suele surgir cuando descartamos la perspectiva de otro por ser muy novedosa o
pasada de moda. Algunos cristianos no conocen ninguna de las perspectivas, así
que es posible que una perspectiva en particular les parezca novedosa. En
segundo lugar, demuestra que los cristianos nunca han logrado consenso en este
importante pero difícil tema. Desde la Patrística hasta la fecha, los
cristianos no han llegado a un acuerdo acerca del destino de aquellos que
mueren sin haber oído el Evangelio de Jesucristo.8
En
la iglesia no existe un consenso sobre el destino de los niños que mueren ni
tampoco hay acuerdo en cuanto al destino de los que tienen discapacidades
mentales. Mucho menos existe unidad de pensamiento en cuanto al destino de los
no evangelizados.
¿Por qué el Desacuerdo?
Se puede preguntar justificadamente ¿Por qué no hay
consenso en este tema? ¿Acaso no hay claridad de pensamiento en las Escrituras
al respecto? Estas son buenas preguntas y vale la pena considerar varias
respuestas en su orden respectivo.
En
primer lugar, tenemos que recordar que hay una serie de temas en que la iglesia
no ha llegado a un acuerdo. El bautismo, la Santa Cena y la escatología son
tres ejemplos ilustres. Sin embargo, a pesar de nuestra falta de consenso en
estos puntos, concordamos en un gran número de puntos de vista importantísimos.
Lo mismo ocurre en el debate acerca del destino de los no evangelizados. Todos
los cristianos ortodoxos están de acuerdo en que Dios desea salvar a pecadores,
que Jesús es Dios encarnado cuyo ministerio hizo posible la redención, que los
humanos son pecaminosos, que el evangelio es poderoso para salvar y que la
Biblia es la autoridad final para la fe y la práctica. Estos son puntos de
consenso importantes. En la ausencia de un consenso sobre estos puntos, la
discusión sería muy diferente.
Una
de las razones principales por la que no siempre llegamos a un acuerdo es que
somos criaturas finitas. Tenemos un conocimiento y un entendimiento limitado.
Nadie sabe todo pero nadie es totalmente ignorante tampoco. Esto quiere decir
que nuestro entendimiento aun del texto bíblico es parcial. Aunque la Biblia es
autoritativa e infalible, nuestra interpretación siempre será imperfecta.
Otro
factor importante es que todos somos pecadores y el pecado afecta nuestro
razonamiento. Es posible que al interpretar las Escrituras hemos sido
influenciados por nuestros deseos pecaminosos. El orgullo, por ejemplo, puede
impedir que aceptemos el argumento de un hermano. Sin embargo, no obstante
nuestro pecado y nuestras limitaciones humanas, el Espíritu Santo continua
obrando en nosotros para entender el mensaje de la Biblia y aplicarlo a los
asuntos apremiantes de nuestros tiempos. Nos necesitamos el uno al otro, aún a
nuestros opositores, en nuestro afán de conocer la verdad de Dios.
Aunque
cada uno de los autores afirma la autoridad de las Escrituras, cada uno se
aproxima a la Biblia desde una tradición hermenéutica particular. Traemos a la
interpretación nuestro trasfondo, nuestros intereses y nuestros valores. Esto
se ve en los textos que citamos y en la forma en que armamos nuestros
argumentos. Los tres autores han desarrollado distintos modelos para explicar
el destino de los no evangelizados en base a nuestra propia interpretación de
la Biblia. Esto no tiene nada de malo. Simplemente admitimos que somos
criaturas ubicados en culturas y tradiciones particulares que guían nuestro
pensamiento y nuestras evaluaciones.
Cada uno de nosotros, por ejemplo,
pertenecemos a una denominación evangélica particular. Es interesante, sin
embargo, que nuestra afiliación denominacional no determina nuestra postura con
respecto al destino de los no evangelizados. Dentro de la tradición Bautista,
por ejemplo, hay representantes de las tres posiciones. Lo mismo se puede decir
de los metodistas, los presbiterianos, los luteranos y muchas otras
denominaciones.
Además, muchas de las categorías teológicas
que dividen a los cristianos son prácticamente irrelevantes en cuanto a este
asunto. El ser calvinista, arminiano, dispensacional, adherente de la teología
del pacto, carismático, o lo que fuera puede teñir mi opinión pero no determinará
el modelo que escojo en última instancia.9 Algunos calvinistas, por
ejemplo, afirman el restrictivismo mientras que otros optan por el inclusivismo
y otros eligen el modelo de la perseverancia divina.
Lo que sí es importante en el modelo que
uno escoge es su visión particular de la naturaleza de Dios (y particularmente
la relación entre la ley divina y la justicia), la naturaleza de la iglesia, la
importancia de la muerte física, el valor de la revelación de Dios en la
creación, la naturaleza de la fe salvadora, los medios de la gracia, y el
método más adecuado para hacer la teología. Nuestras posturas con respecto a
estos asuntos afectará decisivamente la respuesta que damos a la pregunta: ¿Y qué
de los que no han oído?
En otras palabras, no podemos debatir este
tema sin suscitar preguntas relacionadas con otras doctrinas importantes. El
tema del libro inevitablemente roza con otras áreas de la teología como la
naturaleza de Dios, el papel del Espíritu Santo, la iglesia, la salvación, las
misiones y la escatología.
Claramente existen múltiples perspectivas
con respecto a este tema dentro de la iglesia. Los tres autores de este libro
ilustran esa diversidad. Discordamos en nuestra opinión sobre el destino de los
no evangelizados en parte porque tenemos distintas perspectivas sobre otros
asuntos teológicos. Como resultado de esto, desarrollamos distintos modelos
para explicar el destino de los que nunca han escuchado acerca de Jesús. Los
lectores que se encuentran persuadidos por alguna posición particular en este
libro probablemente comparten con el autor una serie de perspectivas teológicas
adicionales.
El desacuerdo que existe entre los tres
autores será evidente no sólo en nuestras exposiciones individuales sino
también en los capítulos de respuesta que siguen a cada intervención. Después
de que cada uno de nosotros exponemos nuestra posición, hay un espacio para que
los otros autores cuestionen, critiquen y aclaren puntos esenciales acerca de la
intervención del expositor. Es necesario aclarar que ninguno de nosotros piensa
que nuestra posición puede ser probada contundentemente. Sin embargo, cada uno
sí cree que su posición es más bíblico, más teológicamente consistente y más
relevante en la práctica que los otros. La veracidad de nuestras posiciones
estará en las manos de los lectores para decidir.
Vale la pena hacer algunos breves
comentarios sobre la producción y naturaleza de este libro. Algunos pensarán
que yo (Sanders) tuve una ventaja desigual como el encargado de la edición.
Este no es el caso. Junto con el personal editorial de Intervarsity Press
hicimos un esfuerzo enorme para asegurar la imparcialidad de todas las
intervenciones. Aseguro, por ejemplo, que mi capítulo fue completado antes de
que viera los capítulos de Nash y Fackre. Así también, Nash y Fackre tuvieron
la oportunidad de leer y comentar sobre este capítulo introductorio para
asegurar que en él no se prefiriera ninguna posición particular.
Esperamos que nuestros esfuerzos resulten
en que el lector pueda tener un mejor entendimiento de las diferentes
perspectivas sobre el destino de los no evangelizados. Aunque este libro no
constituye la última palabra con respecto a este asunto, nuestra oración es que
este libro le sirva como un recurso útil al pueblo de Dios al abordar este
importante asunto.
Proviene del libro ¿Y qué de los que no han oído? Tres perspectivas sobre el destino de los no evangelizados. Disponible ya en Librería Cristiana Doulos.