Introducción
La
semana pasada, al presentar una visión panorámica de la Epístola a los Hebreos,
propuse que el libro trata fundamentalmente con el discipulado. La Epístola se
trata del crecimiento en Cristo y en el retrato superior y mejor de Cristo que
viene como resultado del crecimiento. Nosotros, como Lucy en la novela El
Príncipe Caspian, vemos a Cristo más grande, lo vemos mejor, no porque El
ha crecido sino porque nosotros hemos crecido.
El
propósito del mensaje de la semana pasada era de demostrar que el oficio
profético de nuestro Señor Jesucristo es una de las fuerzas motoras de nuestro
crecimiento. Dios nos habla en el Hijo, en Cristo. El habla de Dios es
progresivo – siempre moviendo en la dirección de promesa a cumplimiento. El
habla de Dios es personal – se dirige a nosotros como individuos dentro del
vínculo de su pacto de amistad e intimidad con nosotros. Y finalmente, el habla
de Dios es profético – proviene de la Palabra inspirada en las Escrituras y a
través de la exposición fiel de esa Escritura en la predicación de los maestros
que Dios ha dado a su iglesia.
En este
mensaje, me enfocaré en una segunda fuerza motora de nuestro crecimiento como
discípulos del Señor Jesucristo. Esta segunda fuerza es su oficio sacerdotal.
En su oficio profético, Cristo nos comunica la Palabra de Dios de forma directa
y clara. En su oficio sacerdotal, Cristo interviene a nuestro favor para
reconciliarnos con Dios. Pero ¿cómo es que la intervención sacerdotal de Cristo
puede ser una fuerza motora para el crecimiento?
Donald
Grey Barnhouse cuenta la historia de un hombre que iba caminando en una noche
oscura. Pasa un taxi en dirección contraria a la acera en que camina. La llanta
delantera del taxi estalla con un charco enlodado salpicando el lodo encima del
inocente caminante. “Me ha mojado ese taxi,” dice el hombre. A unos cincuenta
metros de la luz, examina su pantalón y dice: “No creo que sea tan malo” y
prosigue en su camino. Al acercarse más a la luz dice: “Es peor de lo que había
pensado.” Ya debajo de la luz, dice: “voy a tener que regresar a la casa a
cambiarme de pantalón.”
Entre
más te acerques al Señor, dice Barnhouse, más verás el pecado que está en tu
vida. Entre más cerca estemos de Dios, más nos veremos a nosotros mismos por lo
que somos.
La
conclusión de Barnhouse nos recuerda de lo que dijo Juan Calvino en su
comentario al Salmo 32:1:
Entre más progresa uno en la santidad, más
lejos se siente de la justicia perfecta y más claramente percibe que no puede
confiar en nada que no sea la misericordia de Dios. Por eso, parece que se
equivocan aquellos que ven el perdón del pecado como imprescindible solamente
para iniciar en la justicia.
El
oficio sacerdotal de Cristo, entonces, nos mueve hacia al crecimiento en el
reconocimiento de nuestro pecado, en el entendimiento de nuestro pecado, y en
el arrepentimiento del pecado. En la medida que vemos a Cristo como más grande
y mejor, en la medida que se nos aparece en su oficio sacerdotal ofreciéndonos
una intercesión mejor, en esa misma medida llegamos a comprender mejor la
gravedad de nuestro pecado y nuestra necesidad de “una salvación tan grande”
(Hebreos 2:3).
Hebreos 1:3
El
texto en que nos enfocaremos esta tarde se encuentra en Hebreos 1:3. “El cual,
siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien
sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí
mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.” Me concentraré
en la última porción del texto indicado aquí en negrilla. Me enfocaré en cuatro
frases claves en esta porción del texto – primero, trataré la palabra
“pecados”, luego analizaré el verbo “habiendo efectuado.” Echaré un vistazo a
la palabra “purificación,” y por último consideraré la frase “se sentó.”
Pecado
La
predicación sobre el pecado es poco común, aún detestado, en el cristianismo
actual. Robert Schuller, pastor de la famosa Catedral de Cristal en el sur de
California, en un célebre comentario dijo que la gente es difamada, agotada,
pisoteada y maltratada durante toda la semana. Pregunta retóricamente:
“¿Queremos hacerle lo mismo los domingos por la mañana?” Predica el amor de
Dios hacia al pecador y no la ira de Dios por el pecado. Esto es lo que nos
dice la corriente del cristianismo en la posmodernidad.
Pero
esta corriente no es una que surgió únicamente en la homilética evangélica de
fines del siglo XX. De hecho, la tendencia de cubrir la realidad del pecado por
el amor de Dios ha sido un tema predominante en toda la teología moderna.
Cuando se le preguntó al eminente teólogo alemán Karl Barth cuál era la pericia
teológica más profunda que había conocido en sus estudios, replicó con la
sencilla frase: “Jesús me ama, me ama a mí, pues la Biblia dice así.” John
Piper ha notado un cismo definitivo entre la teología del siglo XVII donde el
tema predominante parece ser el pecado y la teología del siglo XX en que el
tema predominante parece ser el amor. Piense, por ejemplo, en los famosos
sermones de los Puritanos: Pecadores en
manos de un Dios airado por Jonatán Edwards o Directrices para odiar el pecado por Richard Baxter. En el siglo
XXI, tales títulos de sermones rechinan en los oídos de los cristianos
contemporáneos. Cornelius Plantiga en su libro El
Pecado: Las cosas no son como deberían ser dice:
Hoy en día, la acusación has pecado se suele decir con una sonrisa y con un tono que señala
la burla. En una época, dicha acusación aun tenía la capacidad de provocar el
temor. Creciendo en la década de 1950 en el oeste de Michigan en un clima
calvinista, creo que escuché un número igual de sermones sobre el tema del
pecado que escuché sobre el tema de la gracia. La idea en esa época parecía ser
que no se podía entender ni el pecado ni la gracia sin un entendimiento pleno
de ambos.
Y, por
eso, no tenemos que evitar la predicación sobre el pecado. Pues como dijo el
Apóstol Pablo en Romanos 5:20: “mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la
gracia.”
Pero
¿qué es el pecado? Los maniqueos, una secta religiosa fundada por el profeta
iraní Mani en el siglo III, creían que el pecado era el resultado de una
existente fuerza eterna que sostiene el universo en tensión con otra fuerza
eterna de bondad. San Agustín se opuso con vehemencia a la herejía maniquea
argumentando que la maldad proviene, no de una fuerza externa, sino del mismo
libre albedrío del hombre. Leibniz pensó que el pecado no era otra cosa que la
privación del mal y Spinoza decía que el pecado es una ilusión, la ausencia de
la conciencia de Dios. Los maniqueos, Leibniz y Spinoza todos erraron en su
descripción del pecado.
La
descripción bíblica del pecado es completamente diferente. La palabra en
nuestro texto es la palabra hamartía
– que literalmente quiere decir “no alcanzar la meta.” El significado literal
de la palabra presupone que el pecado siempre se relaciona con Dios y con su
voluntad. El Catecismo
Menor de Westminster pregunta: ¿Qué es el pecado? La respuesta: El pecado
es la falta de conformidad con la ley de Dios o la transgresión de ella. Y es
por eso que el Apóstol Pablo afirma en Romanos 3:23 que “todos pecaron y están
destituidos de la gloria de Dios.”
El
problema fundamental de la humanidad es el pecado. Los sociólogos nos dicen que
el problema se puede resolver con mejor educación, mejoras en la atención
sanitaria y un sistema de apoyo social más eficaz. Los políticos nos dicen que
el problema se puede resolver al derribar una economía injusta o que se puede
resolver sacando a todos los políticos tontos de Washington. Pero estas no son
soluciones. Son, más bien, excusas que sirven para ocultar el verdadero
problema. De hecho, el intento de identificar los pecados de los demás y de
situar el pecado fuera de nosotros mismos me parece inútil. En Salmo 51:4,
David se arrepiente de sus múltiples pecados. La codicia de la esposa de otro
hombre. El adulterio con Betsabé. Y el homicidio de Urías. Pero ¿qué es lo que
dice? ¿He ofendido a mi prómijo? ¿He avergonzado a mi familia? ¿He decepcionado
al pueblo? No. Dice: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo
delante de tus ojos.” Es únicamente cuando vemos el pecado como una ofensa a
Dios que en realidad lo comprendemos y podemos realmente arrepentirnos de él.
Pero ¿cómo logramos ver el pecado de esta manera?
Habiendo efectuado
En
nuestro texto leemos “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados
por medio de sí mismo.” El verbo en el texto griego es poiesamenos – verbo en la voz media que conlleva el significado
“habiendo efectuado por medio de sí mismo.” Cristo efectuó la purificación de
nuestros pecados por sí mismo. El fue tanto el agente como el medio de la
purificación. Hizo algo para purificar nuestros pecados. Murió en el maldito
madero del Calvario. Pero también fue y es algo para la
efectuación de la purificación.
Entonces,
¿cómo es que logramos ver nuestra falla en lograr la meta de la voluntad de
Dios? Lo logramos mirando a Cristo. Cristo fue perfecto. No tuvo pecado alguno.
Alcanzó perfectamente la meta de la ley y la voluntad de Dios. Dice 2 Corintios
5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él.”
Es
Cristo y su perfección absoluta que nos permite ver nuestro pecado como una
ofensa a Cristo. Y por eso cantamos con los himnólogos contemporáneos de
Sovereign Grace: “Muestra a Cristo, muestra a Cristo. Revela, oh Dios, tu
gloria a través de tu verdad hasta que todos confiesen que Cristo es el Señor.”
Purificación
Pero la
intervención que Cristo hizo a nuestro favor no fue hecho únicamente por vivir
una vida perfecta. Se realizó no sólo por lo que fue y es sino también por lo
que hizo. La palabra “purificación” nos señala el rito veterotestamentario y
nos prepara para una discusión prolongada sobre el significado de los sacrificios
de animales en los capítulos 7 a 10 de la Epístola. En Hebreos 10:14, el autor
explica de que se trataba la purificación: “porque con una sola ofrenda hizo
perfectos para siempre a los santificados.”
La
purificación, por lo tanto, es un mecanismo por medio del cual Dios nos
reconcilia a sí mismo. En 2 Cortintios 5:19 vemos una clara asociación entre la
purificación la reconciliación entre Dios y su pueblo. “Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.”
Herman
Hoeksema argumenta que la reconciliación es una idea del pacto. Presupone una
relación entre aquellos que han de ser reconciliados. Hermanos, esposos y
amigos pueden ser reconciliados. Extranjeros y desconocidos no pueden
reconciliados. Apenas pueden ser presentados. Esto quiere decir que la obra
sacerdotal de Cristo de purificar los pecados y reconciliar el hombre con Dios
toma lugar dentro del marco del pacto de amistad e intimidad entre Dios y su
pueblo. Hoeksema define la noción de reconciliación con precisión. Dice: “La
reconciliación, pues, es el acto por medio del cual Dios cambia el estado del
pecador de uno de culpabilidad en que es el objeto apropiado de la ira de Dios
a un estado de justicia en que es el objeto del amor y favor de Dios.”
Y esto
lo hizo para ti y para mí. Algunos ven las doctrinas de la elección y la
expiación definida como ideas exclusivistas antiguas que servían para excluir
al mundo de la gracia y el favor de Dios y para guardar las bendiciones de Dios
dentro de un grupo selecto. Ese no es el caso. Dios es quien elige y lo hace de
toda tribu y toda lengua. Apocalipsis 7:9-10 dice: “Depues de esto miré y he
aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y
tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del
Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en las manos; y clamaban a gran
voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el
trono y al Cordero.” Así que ¡no! La elección y la expiación limitado no se
tratan del exclusivismo ni del excepcionalismo. No son el equivalente teológico
a la de “construir un muro fronterizo y hacer que el incrédulo lo pague.” No.
Las doctrinas de la elección y la expiación limitada son doctrinas para ti y
para mí. Son doctrinas que nos ayudan a comprender la amistad e intimidad en
que Dios nos ha tenido desde antes de la fundación del mundo. En Salmo 22:9-10
leemos: “Pero tú eres el que me sacó del vientre; el que me hizo estar confiado
desde que estaba a los pechos de mi madre. Sobre ti fui echado desde antes de
nacer; desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.” Este es el propósito de
la obra sacerdotal de Cristo – de restaurar el pacto de amistad que Dios ha
establecido con nosotros desde que estuviéramos en la vientre de nuestra madre.
Se sentó
Finalmente,
me gustaría invitarle a considerar la frase “se sentó.” En el Antiguo
Testamento, el sacerdote nunca se sentaba. En las descripciones detalladas que
tenemos del Tabernáculo y del Templo, no encontramos en ningún lugar mención de
una silla. Es porque no había sillas en el templo. El sacerdote no se sentaba
porque su trabajo era inacabable. Nunca terminaba. Pero la obra sacerdotal de
Cristo sí fue completada. Y como se había cumplido, se sentó. Considere las
palabras del autor de Hebreos en 10:11-13: “Y ciertamente todo sacerdote está
de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos
sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero El, habiendo ofrecido un
solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios,
esperando de ahí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de
sus pies” (LBLA).
¡Cristo
se sentó! ¡Su labor sacerdotal se cumplió! ¡La salvación se ha cumplido! No hay
nada más que tiene que hacer como nuestro sumo sacerdote.
Pero
¿qué de nosotros? ¿Hay aun algo que nosotros tenemos que hacer? Este es el
problema fundamental de la doctrina conocida como “una vez salvo siempre
salvo.” Dicha doctrina sugiere que de la misma forma que Cristo se sentó,
nosotros también nos podemos sentar. Una vez que oramos la oración del
creyente, podemos sentarnos. Pero si vemos un poco más adelante en Hebreos 10,
veremos que aun queda mucho por hacer para nosotros. No hemos sido llamados a
sentarnos. Versículo 21: “y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios”
Versículo 22: acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe”;
versículo 23: “mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra
esperanza”; versículo 24: “y considerémonos unos a otros para estimularnos al
amor y a las buenas obras.”
El
oficio sacerdotal de Cristo es una fuerza motora para nuestro crecimiento y a
través de este oficio lo vemos más grande, mejor, superior y supremo.
Conclusión
Retomando
la anécdota de Barnhouse, mientras que nos acerquemos más y más a la luz, vemos
más claramente la mancha que el pecado ha dejado en nuestros corazones. Pero
tenemos un gran sumo sacerdote que de sí mismo efectuó purificación de nuestros
pecados y se sentó a la diestra de la Majestad en lo alto. Su obra ha sido
completada, pero la nuestra continua. Mientras seguimos acercándonos, mientras
nos mantengamos firmes y mientras nos consideremos los unos a los otros para estimularnos
al amor y a las buenas obras, llegamos a ver a nuestro sumo sacerdote y su obra
de purificación con mayor claridad, con mayor sobriedad y con mayor magnificencia.
A él sea la gloria por los siglos de los siglos.
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