domingo, 6 de marzo de 2016

¡Dios Salva! Creciendo en Cristo a través de su oficio sacerdotal: Una exposición de Hebreos 1:3

Introducción

La semana pasada, al presentar una visión panorámica de la Epístola a los Hebreos, propuse que el libro trata fundamentalmente con el discipulado. La Epístola se trata del crecimiento en Cristo y en el retrato superior y mejor de Cristo que viene como resultado del crecimiento. Nosotros, como Lucy en la novela El Príncipe Caspian, vemos a Cristo más grande, lo vemos mejor, no porque El ha crecido sino porque nosotros hemos crecido.

El propósito del mensaje de la semana pasada era de demostrar que el oficio profético de nuestro Señor Jesucristo es una de las fuerzas motoras de nuestro crecimiento. Dios nos habla en el Hijo, en Cristo. El habla de Dios es progresivo – siempre moviendo en la dirección de promesa a cumplimiento. El habla de Dios es personal – se dirige a nosotros como individuos dentro del vínculo de su pacto de amistad e intimidad con nosotros. Y finalmente, el habla de Dios es profético – proviene de la Palabra inspirada en las Escrituras y a través de la exposición fiel de esa Escritura en la predicación de los maestros que Dios ha dado a su iglesia.

En este mensaje, me enfocaré en una segunda fuerza motora de nuestro crecimiento como discípulos del Señor Jesucristo. Esta segunda fuerza es su oficio sacerdotal. En su oficio profético, Cristo nos comunica la Palabra de Dios de forma directa y clara. En su oficio sacerdotal, Cristo interviene a nuestro favor para reconciliarnos con Dios. Pero ¿cómo es que la intervención sacerdotal de Cristo puede ser una fuerza motora para el crecimiento?

Donald Grey Barnhouse cuenta la historia de un hombre que iba caminando en una noche oscura. Pasa un taxi en dirección contraria a la acera en que camina. La llanta delantera del taxi estalla con un charco enlodado salpicando el lodo encima del inocente caminante. “Me ha mojado ese taxi,” dice el hombre. A unos cincuenta metros de la luz, examina su pantalón y dice: “No creo que sea tan malo” y prosigue en su camino. Al acercarse más a la luz dice: “Es peor de lo que había pensado.” Ya debajo de la luz, dice: “voy a tener que regresar a la casa a cambiarme de pantalón.”

Entre más te acerques al Señor, dice Barnhouse, más verás el pecado que está en tu vida. Entre más cerca estemos de Dios, más nos veremos a nosotros mismos por lo que somos.

La conclusión de Barnhouse nos recuerda de lo que dijo Juan Calvino en su comentario al Salmo 32:1:

Entre más progresa uno en la santidad, más lejos se siente de la justicia perfecta y más claramente percibe que no puede confiar en nada que no sea la misericordia de Dios. Por eso, parece que se equivocan aquellos que ven el perdón del pecado como imprescindible solamente para iniciar en la justicia.

El oficio sacerdotal de Cristo, entonces, nos mueve hacia al crecimiento en el reconocimiento de nuestro pecado, en el entendimiento de nuestro pecado, y en el arrepentimiento del pecado. En la medida que vemos a Cristo como más grande y mejor, en la medida que se nos aparece en su oficio sacerdotal ofreciéndonos una intercesión mejor, en esa misma medida llegamos a comprender mejor la gravedad de nuestro pecado y nuestra necesidad de “una salvación tan grande” (Hebreos 2:3).

Hebreos 1:3

El texto en que nos enfocaremos esta tarde se encuentra en Hebreos 1:3. “El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.” Me concentraré en la última porción del texto indicado aquí en negrilla. Me enfocaré en cuatro frases claves en esta porción del texto – primero, trataré la palabra “pecados”, luego analizaré el verbo “habiendo efectuado.” Echaré un vistazo a la palabra “purificación,” y por último consideraré la frase “se sentó.”

Pecado
La predicación sobre el pecado es poco común, aún detestado, en el cristianismo actual. Robert Schuller, pastor de la famosa Catedral de Cristal en el sur de California, en un célebre comentario dijo que la gente es difamada, agotada, pisoteada y maltratada durante toda la semana. Pregunta retóricamente: “¿Queremos hacerle lo mismo los domingos por la mañana?” Predica el amor de Dios hacia al pecador y no la ira de Dios por el pecado. Esto es lo que nos dice la corriente del cristianismo en la posmodernidad.

Pero esta corriente no es una que surgió únicamente en la homilética evangélica de fines del siglo XX. De hecho, la tendencia de cubrir la realidad del pecado por el amor de Dios ha sido un tema predominante en toda la teología moderna. Cuando se le preguntó al eminente teólogo alemán Karl Barth cuál era la pericia teológica más profunda que había conocido en sus estudios, replicó con la sencilla frase: “Jesús me ama, me ama a mí, pues la Biblia dice así.” John Piper ha notado un cismo definitivo entre la teología del siglo XVII donde el tema predominante parece ser el pecado y la teología del siglo XX en que el tema predominante parece ser el amor. Piense, por ejemplo, en los famosos sermones de los Puritanos: Pecadores en manos de un Dios airado por Jonatán Edwards o Directrices para odiar el pecado por Richard Baxter. En el siglo XXI, tales títulos de sermones rechinan en los oídos de los cristianos contemporáneos. Cornelius Plantiga en su libro El Pecado: Las cosas no son como deberían ser dice:

Hoy en día, la acusación has pecado se suele decir con una sonrisa y con un tono que señala la burla. En una época, dicha acusación aun tenía la capacidad de provocar el temor. Creciendo en la década de 1950 en el oeste de Michigan en un clima calvinista, creo que escuché un número igual de sermones sobre el tema del pecado que escuché sobre el tema de la gracia. La idea en esa época parecía ser que no se podía entender ni el pecado ni la gracia sin un entendimiento pleno de ambos.

Y, por eso, no tenemos que evitar la predicación sobre el pecado. Pues como dijo el Apóstol Pablo en Romanos 5:20: “mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.”

Pero ¿qué es el pecado? Los maniqueos, una secta religiosa fundada por el profeta iraní Mani en el siglo III, creían que el pecado era el resultado de una existente fuerza eterna que sostiene el universo en tensión con otra fuerza eterna de bondad. San Agustín se opuso con vehemencia a la herejía maniquea argumentando que la maldad proviene, no de una fuerza externa, sino del mismo libre albedrío del hombre. Leibniz pensó que el pecado no era otra cosa que la privación del mal y Spinoza decía que el pecado es una ilusión, la ausencia de la conciencia de Dios. Los maniqueos, Leibniz y Spinoza todos erraron en su descripción del pecado.

La descripción bíblica del pecado es completamente diferente. La palabra en nuestro texto es la palabra hamartía – que literalmente quiere decir “no alcanzar la meta.” El significado literal de la palabra presupone que el pecado siempre se relaciona con Dios y con su voluntad. El Catecismo Menor de Westminster pregunta: ¿Qué es el pecado? La respuesta: El pecado es la falta de conformidad con la ley de Dios o la transgresión de ella. Y es por eso que el Apóstol Pablo afirma en Romanos 3:23 que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.”

El problema fundamental de la humanidad es el pecado. Los sociólogos nos dicen que el problema se puede resolver con mejor educación, mejoras en la atención sanitaria y un sistema de apoyo social más eficaz. Los políticos nos dicen que el problema se puede resolver al derribar una economía injusta o que se puede resolver sacando a todos los políticos tontos de Washington. Pero estas no son soluciones. Son, más bien, excusas que sirven para ocultar el verdadero problema. De hecho, el intento de identificar los pecados de los demás y de situar el pecado fuera de nosotros mismos me parece inútil. En Salmo 51:4, David se arrepiente de sus múltiples pecados. La codicia de la esposa de otro hombre. El adulterio con Betsabé. Y el homicidio de Urías. Pero ¿qué es lo que dice? ¿He ofendido a mi prómijo? ¿He avergonzado a mi familia? ¿He decepcionado al pueblo? No. Dice: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos.” Es únicamente cuando vemos el pecado como una ofensa a Dios que en realidad lo comprendemos y podemos realmente arrepentirnos de él. Pero ¿cómo logramos ver el pecado de esta manera?

Habiendo efectuado
En nuestro texto leemos “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo.” El verbo en el texto griego es poiesamenos – verbo en la voz media que conlleva el significado “habiendo efectuado por medio de sí mismo.” Cristo efectuó la purificación de nuestros pecados por sí mismo. El fue tanto el agente como el medio de la purificación. Hizo algo para purificar nuestros pecados. Murió en el maldito madero del Calvario. Pero también fue y es algo para la efectuación de la purificación.

Entonces, ¿cómo es que logramos ver nuestra falla en lograr la meta de la voluntad de Dios? Lo logramos mirando a Cristo. Cristo fue perfecto. No tuvo pecado alguno. Alcanzó perfectamente la meta de la ley y la voluntad de Dios. Dice 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”

Es Cristo y su perfección absoluta que nos permite ver nuestro pecado como una ofensa a Cristo. Y por eso cantamos con los himnólogos contemporáneos de Sovereign Grace: “Muestra a Cristo, muestra a Cristo. Revela, oh Dios, tu gloria a través de tu verdad hasta que todos confiesen que Cristo es el Señor.”

Purificación

Pero la intervención que Cristo hizo a nuestro favor no fue hecho únicamente por vivir una vida perfecta. Se realizó no sólo por lo que fue y es sino también por lo que hizo. La palabra “purificación” nos señala el rito veterotestamentario y nos prepara para una discusión prolongada sobre el significado de los sacrificios de animales en los capítulos 7 a 10 de la Epístola. En Hebreos 10:14, el autor explica de que se trataba la purificación: “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.”

La purificación, por lo tanto, es un mecanismo por medio del cual Dios nos reconcilia a sí mismo. En 2 Cortintios 5:19 vemos una clara asociación entre la purificación la reconciliación entre Dios y su pueblo. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.”

Herman Hoeksema argumenta que la reconciliación es una idea del pacto. Presupone una relación entre aquellos que han de ser reconciliados. Hermanos, esposos y amigos pueden ser reconciliados. Extranjeros y desconocidos no pueden reconciliados. Apenas pueden ser presentados. Esto quiere decir que la obra sacerdotal de Cristo de purificar los pecados y reconciliar el hombre con Dios toma lugar dentro del marco del pacto de amistad e intimidad entre Dios y su pueblo. Hoeksema define la noción de reconciliación con precisión. Dice: “La reconciliación, pues, es el acto por medio del cual Dios cambia el estado del pecador de uno de culpabilidad en que es el objeto apropiado de la ira de Dios a un estado de justicia en que es el objeto del amor y favor de Dios.”

Y esto lo hizo para ti y para mí. Algunos ven las doctrinas de la elección y la expiación definida como ideas exclusivistas antiguas que servían para excluir al mundo de la gracia y el favor de Dios y para guardar las bendiciones de Dios dentro de un grupo selecto. Ese no es el caso. Dios es quien elige y lo hace de toda tribu y toda lengua. Apocalipsis 7:9-10 dice: “Depues de esto miré y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono y al Cordero.” Así que ¡no! La elección y la expiación limitado no se tratan del exclusivismo ni del excepcionalismo. No son el equivalente teológico a la de “construir un muro fronterizo y hacer que el incrédulo lo pague.” No. Las doctrinas de la elección y la expiación limitada son doctrinas para ti y para mí. Son doctrinas que nos ayudan a comprender la amistad e intimidad en que Dios nos ha tenido desde antes de la fundación del mundo. En Salmo 22:9-10 leemos: “Pero tú eres el que me sacó del vientre; el que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre. Sobre ti fui echado desde antes de nacer; desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.” Este es el propósito de la obra sacerdotal de Cristo – de restaurar el pacto de amistad que Dios ha establecido con nosotros desde que estuviéramos en la vientre de nuestra madre.

Se sentó

Finalmente, me gustaría invitarle a considerar la frase “se sentó.” En el Antiguo Testamento, el sacerdote nunca se sentaba. En las descripciones detalladas que tenemos del Tabernáculo y del Templo, no encontramos en ningún lugar mención de una silla. Es porque no había sillas en el templo. El sacerdote no se sentaba porque su trabajo era inacabable. Nunca terminaba. Pero la obra sacerdotal de Cristo sí fue completada. Y como se había cumplido, se sentó. Considere las palabras del autor de Hebreos en 10:11-13: “Y ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero El, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios, esperando de ahí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies” (LBLA).

¡Cristo se sentó! ¡Su labor sacerdotal se cumplió! ¡La salvación se ha cumplido! No hay nada más que tiene que hacer como nuestro sumo sacerdote.

Pero ¿qué de nosotros? ¿Hay aun algo que nosotros tenemos que hacer? Este es el problema fundamental de la doctrina conocida como “una vez salvo siempre salvo.” Dicha doctrina sugiere que de la misma forma que Cristo se sentó, nosotros también nos podemos sentar. Una vez que oramos la oración del creyente, podemos sentarnos. Pero si vemos un poco más adelante en Hebreos 10, veremos que aun queda mucho por hacer para nosotros. No hemos sido llamados a sentarnos. Versículo 21: “y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios” Versículo 22: acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe”; versículo 23: “mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza”; versículo 24: “y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.”

El oficio sacerdotal de Cristo es una fuerza motora para nuestro crecimiento y a través de este oficio lo vemos más grande, mejor, superior y supremo.

Conclusión


Retomando la anécdota de Barnhouse, mientras que nos acerquemos más y más a la luz, vemos más claramente la mancha que el pecado ha dejado en nuestros corazones. Pero tenemos un gran sumo sacerdote que de sí mismo efectuó purificación de nuestros pecados y se sentó a la diestra de la Majestad en lo alto. Su obra ha sido completada, pero la nuestra continua. Mientras seguimos acercándonos, mientras nos mantengamos firmes y mientras nos consideremos los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, llegamos a ver a nuestro sumo sacerdote y su obra de purificación con mayor claridad, con mayor sobriedad y con mayor magnificencia. A él sea la gloria por los siglos de los siglos.

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