domingo, 13 de marzo de 2016

¡Dios Reina! Creciendo en Cristo a través de su Oficio de Rey. Una Exposición de Hebreos 1:2-3



Introducción

Tim Keller, pastor de la Iglesia del Redentor en la Ciudad de Nueva York, cuenta de una ilustración que le cambió la vida. No la escuchó en el seminario ni en un encuentro teológico, sino que la escuchó en la escuela dominical alrededor del año de 1970. Recuerda que su maestra de escuela dominical le dijo: “Supongamos que la distancia entre el sol y la tierra (unos 180 millones de kilómetros) se redujera al grosor de una hoja de papel. Si tal fuera el caso, entonces la distancia entre la tierra y la estrella más cercana sería de un monto de papeles de alrededor de unos 50 metros. Y el diámetro de la galaxia sería un monto de papeles de algunas 600 kilómetros de alto.” Continuó la maestra diciendo: “la galaxia no es más que una pequeña mota de polvo, pero Jesús sostiene el universo por el poder de su palabra.” Finalmente, la maestra astuta hizo la siguiente pregunta: “Ahora bien ¿Es este el tipo de persona a quien le pides que sea parte de su vida para que sirva de tu asistente?”

¡Obviamente no! Jesucristo es el Rey; es Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 17:14). Keller recuerda su asombro al reconocer esta maravillosa verdad. Esta semana quiero concluir una serie de mensajes sobre Hebreos 1:1-3 con un enfoque en el oficio de rey de nuestro Señor Jesucristo y el papel que ese oficio ocupa en nuestro crecimiento como discípulos suyos.

Hace dos semanas, presenté a Jesucristo en su oficio de profeta. Dije que Cristo es nuestro profeta supremo y que la comunicación de su palabra – progresiva, personal y profética – es una fuerza motora de nuestro crecimiento en El. Al crecer en el discipulado, escuchamos la voz de Cristo con mayor claridad, con mayor convicción. La semana pasada, presenté a Jesucristo en su oficio de sacerdote. Dije que en este texto de Hebreos percibimos un retrato de Cristo como nuestro sumo sacerdote y que su intercesión – respondiendo al problema del pecado, reconciliándonos con el pacto eterno de amistad e intimidad de Dios y la finalidad de su obra – es también un eje motriz de nuestro crecimiento. A través de la obra sacerdotal de Cristo, crecemos al acercarnos “con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:22). A través de la obra sacerdotal de Cristo, crecemos al mantenernos “firmes, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23). Y a través de la obra sacerdotal de Cristo, crecemos al considerar “unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos” (Hebreos 10:24-25).  

Esta semana consideraré a Cristo en su oficio de rey e intentaré extraer del texto su aplicación para nuestro crecimiento como discípulos de Cristo y súbditos del Rey.

Cristo y su Oficio de Rey
Jesucristo es rey en dos formas separadas pero complementarias. Primero, Jesucristo es el Hijo eterno de Dios, “el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). En su naturaleza divina, Cristo es el rey soberano del universo. Esta faceta del oficio real de Cristo se asocia con su deidad y se conoce comúnmente como el regnum essentiale  - el reino esencial de Cristo (Ver la Dogmática Reformada  de Herman Hoeksema para una discusión ampliada de este punto). En las siguientes semanas el Pastor Scott Eckles tratará esta faceta del oficio real de Cristo con mayor detalle. Esta tarde me enfocaré en una segunda faceta del oficio real de Cristo que surge precisamente de su obra profética y sacerdotal. Esta faceta se conoce como el regnum gratiae o como el reinado mediador de Cristo. Esta segunda faceta del oficio real de Cristo, pues, surge directamente de su obra en la cruz del Calvario en el fluir de la historia de la redención. Jesucristo, sin duda, ha sido el Rey a través de toda la eternidad. Siempre ha sido en forma de Dios porque siempre ha sido Dios. Pero aun así, leemos en Filipenses 2:6-11:

El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos y en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

El reinado mediador de Cristo, entonces, es el resultado de su pasión. Su obediencia, su sumisión, su humillación de sí mismo fue la razón por la cual Dios le exaltó hasta lo sumo, sentándole a la diestra de la Majestad en las alturas (Hebreos 1:3) y poniendo a sus enemigos por estrado de sus pies (Salmo 110:1). El reinado mediador de Cristo es tanto un estado como es un oficio. Es la sesión de Cristo (sentado a la diestra de Dios Padre) que lo constituye Rey de reyes y Señor de señores por siempre y que asegura que toda rodilla doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor. Y vendrá el día en que cada lengua – lenguas burlonas, lenguas incrédulas, lenguas dudosas – cada lengua confesará que Jesucristo es el Señor.

En nuestro texto de esta tarde, podemos ver un retrato hermoso del estado de exaltación de Cristo y de su resultante reinado mediador. Quiero llamarles la atención a tres aspectos del reinado mediador de Cristo. Primero, consideraremos la sesión de Cristo, su estado exaltado a la diestra de la Majestad en las alturas. Segundo, consideraremos la posesión absoluta de Cristo habiendo sido constituido heredero de todo. Por último, consideraremos la autoridad de Cristo siendo quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.

La Sesión de Cristo
En Hebreos 1:3 leemos: “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.” La semana pasada consideramos la conexión entre “la purificación de nuestros pecados” y “se sentó.” Dije que cuando Cristo “se sentó” demostró la finalidad de su sacrificio expiatorio. No había nada más que se tenía que hacer para efectuar la purificación de nuestros pecados y no hay nada más que nosotros podemos contribuir a esa purificación. La obra de Cristo fue terminada – fue terminada en el madero maldito cuando pronunció la palabra tetelestai – cumplido, pagado. Pero la frase “se sentó” expresa más que la finalidad de la obra de Cristo en la cruz. Expresa también su resultado y su exclusividad. El resultado de su obra fue que Dios lo exaltó en lo sumo y lo sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. Y ¿qué es esto de la diestra? Esto es el lenguaje regio que los primeros lectores de la carta a los Hebreos hubieran reconocido de inmediato. La diestra – deixos – quiere decir ocupar el lugar más alto de honor y distinción. Cristo, el Hijo Eterno de Dios, es Dios y por eso ocupa el asiento de honor. Pero este texto nos demuestra, junto con Filipenses 2:6-11, que no es que ocupa el asiento de mayor honor y distinción sino también que Dios mismo lo ha expresamente colocado allí. Y es precisamente por eso que Cristo es el único mediador entre Dios y el hombre. En Juan 14:6 Jesús dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Pedro añade en Hechos 4:12: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”

La sesión de Cristo, por lo tanto, lo hace distintivo y exclusivo. Sólo hay una diestra, un asiento de máximo honor y reconocimiento y ha sido dado a Jesucristo de Nazaret. El Pastor Scott me compartió el otro día una estadística que me impresionó. Me dijo que un cincuenta y ocho por ciento de los norteamericanos evangélicos piensan que Jesucristo no es el único camino al cielo - ¡un cincuenta y ocho por ciento! ¿Qué tan baja es nuestra visión de la sesión de Cristo? Dios colocó a Cristo a la diestra de la Majestad en las alturas. ¿Dónde colocamos a Cristo en nuestras vidas? ¿Ocupa el lugar de mayor honor y distinción? ¿U ocupa un segundo o tercer lugar en nuestras vidas? A menudo he escuchado a cristianos que me dicen: “Mira, en mi vida, Cristo es número uno, mi familia es número dos, mi trabajo es número tres y mis pasatiempos son número cuatro.” Muy bien, les respondo, pero sabes que estás muy equivocado. La sesión de Cristo a la diestra de la Majestad en las alturas, su estado de exaltación en lo sumo, su reinado, su señorío no es contable y no puede ser limitado a un punto en una lista. ¡No! Si dices que Cristo es número uno y otra cosa es número dos, ya has fracasado en hacer de Jesús tu Rey y Señor. Cristo no es número uno. ¡Cristo es todo! Cristo está en el centro de todo también. Cristo es el centro del matrimonio, de la familia y del trabajo. ¿Por qué? Porque Dios lo sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.

Pero ¿qué quiere decir colocar a Cristo en el centro de todo? Quiere decir que vivimos por el Rey Jesús. Nuestro objetivo y nuestra prioridad suprema es Cristo el Rey. Quiere decir que nuestra aspiración más alta para nuestros hijos no es que logren ser aceptados a la universidad que quieren ni que ocupen el primer lugar en su equipo deportivo. Nuestra aspiración más alta para nuestros hijos es que lleguen a ser hombres y mujeres fieles al Dios y comprometidos discípulos del Rey Jesús. Entre paréntesis diré que no hay bendición más grande que ver a un hijo o una hija entrar al ministerio, ir al campo misionero o dedicar su vida al servicio del Señor. Quiere decir que nuestra conducta en el trabajo es regido no por las métricas de actuación desarrolladas por la empresa sino por el Señorío que tiene Jesús en nuestras vidas. Todas nuestras actividades y actitudes en el lugar de trabajo deben honrar a Jesús y testificar de su obra en nuestras corazones.

La Posesión de Cristo
En Hebreos 1:2 leemos: “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.” Jesucristo fue exaltado en los sumo por Dios. También fue constituido heredero de todo. Este versículo habla del oficio real de Jesús. Como Rey de reyes y Señor de señores, Cristo es el dueño, no de este edificio, no de las cuentas bancarias de cada iglesia en el mundo – Cristo es el dueño de todo. Salmo 24:1 dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan.”

Una de las primeras palabras que aprenden los niños, tal vez después de mamá y papá, es la palabra mío. Parece que estamos programados con este sentido de adueñamiento. Recuerdo una vez que fui con mi hijo a repartir ropa y juguetes en una colonia muy pobre en la frontera de Texas y México. Mientras descargábamos las cajas de la camioneta, mi hijo – que tenía unos cuatro años en esa época – vislumbró dentro de una de las cajas uno de sus juguetes favoritos. De pronto va a la caja, recoge el juguete y dice: “este es mío.” Después de explicarle a quien se lo estaríamos regalando y porque, le echó una última mirada, hizo pucheros y volvió a colocar en la caja.   

Y así somos todos. ¡Mío, eso es mío! Y hacemos de nuestras vidas una constante lucha para conseguir más. Lo sorprendente es que nos afanamos por conseguir el pedazo más pequeño de la herencia. Cristo es el heredero de todas las casas. De hecho, nada es mío. Todo pertenece a Cristo. Esto transforma radicalmente nuestra visión de las posesiones. Nuestras cuentas bancarias, nuestras casas, nuestros automóviles – todo pertenece a Cristo. Y por eso cuando damos, damos de las mismas posesiones que Dios nos ha dado a nosotros. El Apóstol Pablo escribe en 2 Corintios 9:7-8: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.”

La Autoridad de Cristo
En Hebreos 1:3 leemos: “el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.” Consideremos la última cláusula de este versículo” “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.” La palabra griega para “sustenta” es feron. Esta palabra se ha traducido en otras versiones como ‘sostener.’ La palabra ‘sostener’ parece conllevar la idea de algo estable y estacionario. Pero la palabra griega feron siempre involucra la idea de movimiento. Por eso, en otras partes del Nuevo Testamento se traduce como ‘llevar’ o ‘traer’. Cuando el autor de Hebreos dice “sustenta todas las cosas” se sobreentiende un sustento que involucra movimiento. Cristo guía el universo a la vez que lo sostiene. El es la razón por la cual existe. El lo sostiene todo. Pero también dirige el universo según el cumplimiento de sus propósitos. Implícito en esta frase está el control soberano de Cristo sobre el universo. Y ¿cómo ejerce este control? Lo hace a través de la “palabra de su poder.” En el griego del Nuevo Testamento hay dos palabras que se usan para hablar de la “palabra”: logos y rema. Logos es la palabra traducido como Verbo en Juan 1:1: “En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios.” Pero en este texto, la palabra que se utiliza es rema. El sentido de logos enfatiza el significado o el contenido de una palabra. El sentido de rema, por otra parte, enfatiza la articulación o pronunciación de una palabra. Lo que esto quiere decir entonces es que el poder de la palabra de Cristo para sustentar el universo surge de su pronunciación de palabras. El hecho de que Cristo habla, en su oficio profético, es lo que sostiene al universo y lo que lo dirige hacia al cumplimiento de sus propósitos perfectos.

Entonces, ¿qué está incluido en el universo? ¿Qué es lo que Cristo sostiene por el poder de su palabra? El poder de su palabra ciertamente sostiene las propiedades físicas del universo. Si la tierra estuviera un kilómetro más cercana al sol, todos nos quemaríamos. Si la tierra estuviera un kilómetro más lejos del sol, todos nos congelaríamos. Es el poder de la palabra de Cristo que lo sostiene. Pero ¿qué más se incluye en el universo? ¿La enfermedad? ¿Los conflictos en el trabajo? ¿La actitud rebelde de su hijo o hija? ¿Son estas cosas parte del universo? Cristo también sostiene y mueve estas cosas según sus propósitos soberanos por medio del poder de su palabra. Así que, la pregunta que nos podemos hacer en medio de estos problemas es ¿dónde está la palabra pronunciada, la conversación con Jesucristo? Someterse al Señorío de Cristo, ser un súbdito del Rey Jesús quiere decir escuchar sus palabras. Si no estamos escuchando las palabras de Cristo, si no estamos envueltos en el poder de sus palabras, ¿debemos esperar que esas palabras sostengan y muevan nuestros problemas en la única dirección que El mueve, de promesa a cumplimiento?

Conclusión

Cerremos, pues, esta serie. Comencé la serie comentándoles acerca de una escena en la novela El Príncipe Caspian en que hubo un re-encuentro entre Lucy y Aslan. Lucy le pregunta a Aslan si había crecido, pues el león se la aparece como más grande, más imponente. Aslan responde que no, que no ha crecido. Luego le dice que lo que sucede es que ella ha crecido. Y cada año que crece, le dice el león a la niña, me verás más grande. Les sugerí que esta escena es en realidad un retrato, una metáfora del discipulado. Es un retrato de cómo, cuando crecemos en Cristo, lo vemos cada vez más grande, cada vez más majestuoso, cada vez más supremo, cada vez mejor.

El autor de Hebreos arranca su epístola con una descripción sucinta y majestuosa de Cristo. Dentro de esta descripción, podemos observar los tres oficios de Cristo: profeta, sacerdote y rey. Y en la medida que crecemos, se nos aparecen estos oficios más grandes, mejores y más preeminentes. En su oficio de profeta, Cristo nos habla cada vez más progresivamente, cada vez más personalmente, cada vez más proféticamente. En su oficio de sacerdote, responde a nuestro problema fundamental con mayor precisión, nos reconcilia a Dios cada vez más cerca, y nos demuestra su suficiencia cada vez más clara. En su oficio de rey, Cristo se nos aparece cada vez más exaltado, se nos aparece con mayor dominio sobre nuestras posesiones y se nos aparece con una autoridad cada vez más poderosa. Y no es porque Cristo ha cambiado. Cristo no cambio, pero nosotros sí cambiamos. Y cada vez que crecemos por su gracia y su misericordia, lo vemos más grande y lo vemos mejor.


¿Estás creciendo en Cristo? O tal vez sientes que Cristo cada vez te habla menos personalmente. Tal vez has tomado a la ligera el gran sacrificio que Cristo ha hecho por ti. Tal vez el Señor tiene un papel más pequeño en tu vida en vez de asumir un papel más importante. Si este es el caso, te puedo decir hermano o hermana que no estás creciendo. Pero también te diré que tenemos un profeta supremo, tenemos un sumo sacerdote, tenemos el Rey de reyes y el Señor de señores en Jesucristo. Acerquémonos a El, mantengámonos firmes y consideremos como alentar el uno al otro al amor y a las buenas nuevas. Así es como se crece en el discipulado y así es como llegaremos a ver a Cristo en toda su plenitud y excelencia.

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