sábado, 5 de diciembre de 2015

La Traducción y la Encarnación Parte 1 (por Andrew Walls)

La política es el arte de lo posible; la traducción es el arte de lo imposible. La transmisión precisa del significado de un medio lingüístico a otro se dificulta constantemente por la diferencia estructural y la diferencia cultural; las palabras de la lengua receptora vienen con una carga antepuesta y el viejo cargamento arrastra al nuevo lenguaje a zonas de significado antes desconocidas. En última instancia, el traductor cumple con hacer lo que puede y hace lo mejor que puede hacer en una empresa de alto riesgo.

A la luz de las dificultades inherentes en el proceso de la traducción, es asombroso que Dios haya elegido la traducción como su modo principal de acción para la redención de la humanidad. La fe cristiana se fundamenta en un acto de traducción divino: “el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). La confianza que tenemos en la traducción de la Biblia descansa en este hecho primario de traducción. Existe una historia de la traducción de la Biblia porque hubo antes una traducción del Verbo al hombre.

En otras de las grandes religiones mundiales, la salvación no depende de la traducción en este sentido. En la India, por ejemplo, la fe en la divina presencia en el universo y la fe en la intervención salvífica divina han sido parte de la religión por muchos años. Pero en la India, la salvación depende de la realización de identidad con el divino. No hay un acto de traducción que interviene entre la divinidad y la salvación. El significado, de hecho, no se transfiere de la dimensión divina a la dimensión humana, pues la dimensión humana es transitoria y carente de permanencia. El mundo fenomenal para los hindúes es exactamente lo que los antiguos sabios habían dicho: una ilusión, una maya.

Aun el judaísmo y el islam, que provienen de la misma matriz cultural semítica que el cristianismo y que comparten con el cristianismo la idea de que Dios habla al hombre, no representan el habla de Dios como un lenguaje traducido. En la fe musulmana, Dios habla al hombre exigiéndole la obediencia. El signo de esa palabra se encuentra en el Corán, las palabras directas de Dios en árabe dadas al profeta escogido de Dios. No hay alteración alguna en las palabras de Dios. En la fe profética, Dios habla al hombre. En la fe cristiana, Dios se hace hombre. Esta convicción condiciona la actitud cristiana aun ante la palabra profética. Aunque la iglesia primitiva era judía y guardaba las Escrituras judías, la aproximación cristiana a la Biblia no es idéntica a la visión judía del Torá. Las Escrituras cristianas no son simplemente el Torá con un suplemento actualizado. La traducción de las palabras de Dios – no sólo traducción del lenguaje de Dios al lenguaje humano sino también la traducción de Dios mismo a la humanidad – implica una especie de encuentro único con el Creador. La mayor parte de los mal-entendidos entre el cristianismo y el islam provienen de un supuesto erróneo que la Escritura islámica es igual a la Escritura cristiana. Nada hay más lejos de la verdad. La verdadera analogía entre el cristianismo y el islam es este: el Corán es al islam lo que Cristo es al cristianismo. Para el musulmán, el Corán es la eterna palabra de Dios. Para el cristiano, Cristo es el Verbo eterno. Pero Cristo es un verbo traducido. Por eso es que el cristianismo ha insistido que la Biblia, una expresión secundaria que depende de la realidad de Cristo, sea traducido y actualizado constantemente.

La encarnación es traducción. Cuando Dios se hizo hombre en Cristo, la divinidad se tradujo a la humanidad como si la humanidad fuese la lengua receptora. En la encarnación se hace una afirmación que de otra forma estuviera cubierta en el velo de la incertidumbre: que Dios es lo que es.

Pero el lenguaje es específico a un grupo o a una región. Nadie habla una lengua generalizada o universal. Es menester hablar una lengua particular. Asimismo, cuando Dios se hizo hombre, no se hizo a la imagen del hombre universal. Se hizo una persona en un lugar particular, de un grupo étnico definido, en un tiempo determinado. La traducción de Dios a la humanidad, por medio de la cual el sentido y el significado de Dios fue comunicado, se efectuó en una condición cultural específica y particular.

Las implicaciones se amplían si juntamos la visión de Juan del Verbo que se hace carne con la visión de Pablo sobre el postrer Adán, sobre la nueva humanidad que obtiene su estatura final en Cristo y sobre la formación de Cristo en las nuevas iglesias compuestas por gentiles. Parece que en Pablo, la traducción de Dios en Cristo se vuelve a traducir a partir del judío palestino. Las palabras de la Gran Comisión exigen que se hagan discípulos de entre todas las naciones. En otras palabras, los distintivos nacionales, la conciencia y las tradiciones compartidas, y los procesos conceptuales y culturales particulares a cada nación o grupo étnico se pueden someter al discipulado. Cristo puede hacerse vivible aun en las cosas que pensamos que constituyen la nacionalidad. El primer acto divino de traducción da lugar a una multitud de nuevas traducciones. La diversidad en la comunidad cristiana (diversidad étnica, diversidad lingüística, diversidad política y diversidad racial), pues, es un producto necesario de la encarnación de Cristo. 


Traducido de Andrew F. Walls. The Missionary Movement in Christian History: Studies in the Transmission of Faith. Mary knoll, NY: Orbis Books, 1996. pp. 26-28.

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