Introducción
En unos
doscientos años los historiadores de la Iglesia recordarán la presente
generación por sus largas y amargas contiendas en torno a la adoración. Las
contiendas acerca de la adoración han dividido a iglesias locales, han resultado en la
multiplicación de opciones en los servicios dominicales y han abierto una
brecha ancha entre las generaciones de cristianos. Aparte de estas heridas
visibles y palpables, las contiendas de la adoración han resultado en una
fragmentación de nuestra identidad corporativa como adoradores.
Las
confesiones de la Iglesia no han ignorado la cuestión de la forma apropiada de
adorar a nuestro Dios. La Confesión Bautista de Fe de 1689 (Capítulo 22.1) dice:
Pero el modo aceptable de adorar al verdadero
Dios fue instituido por él mismo, y está de tal manera limitado por su propia
voluntad revelada que no se debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e
invenciones de los hombres o a las sugerencias de Satanás.
La
instrucción presente en la Confesión remonta al “principio regulativo” de los
Puritanos que proponía, en los términos más simples, que nuestra adoración debe
incluir sólo aquellos elementos que han sido designados en las Escrituras y los
elementos que siguen lógicamente de ellos. Lamentablemente, el principio
regulativo ha servido más como una gasolina para avivar las llamas de la
contienda que como un aliciente que cura la división.
¿A Dios
le importa cómo adoramos? Esta pregunta se responde en la Biblia con un sí
enfático. A Dios sí le importa cómo le adoramos. Acuérdense de la historia de
Nadab y Abiú en Levítico 10.
En
Apocalipsis 4:9-10 leemos: “Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y
honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los
siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está
sentado, adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas
delante del trono.” El propósito culminante de la iglesia, pues, (representada
aquí en la imagen de los veinticuatro ancianos, es de adorar a Dios por
siempre.
¿Qué es
la adoración? El griego del Nuevo Testamento usa dos palabras distintas para
hablar de la adoración: latreía y proskuneo. Latreía quiere decir ‘servir’ o ‘laborar’. Proskuneo se refiere a la idea de ‘postrarse’ en señal de honor y
reverencia. Juntos estas dos palabras cubren el significado de nuestra palabra
española adorar.
El
propósito culminante de la iglesia es de adorar a Dios por siempre. Este propósito
culminante está conectado al propósito intermedio de la iglesia – el proclamar
las excelencias de aquel que nos llamó de la obscuridad a su luz eterna. Por
eso, en la medida que adoramos a Dios, ponemos de manifiesto su majestad y su
obra poderosa en nuestras vidas. En la adoración le rendimos honor a
Dios (proskuneo) a través del
servicio y la labor (latreía) de
proclamar su evangelio.
La
adoración es, pues, imprescindible en la vida de la iglesia porque la prepara
para su propósito culminante – adorarle por siempre – y porque contribuye a y
cataliza su propósito intermedio – el de anunciar las virtudes de aquel que
nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). En su libro Missional Worship, Worshipful Mission,
Ruth Meyers propone que la adoración misional es una aproximación a la
adoración y la vida congregacional en que la misión permea todo lo que hace la
iglesia. Nos congregamos para adorar
con el fin de ir a predicar el
evangelio. Salimos a proclamar el
evangelio con el fin de congregarnos con
una plenitud cada vez mayor. He puesto por título a este mensaje Congregad e Id, Id y Congregad para
subrayar la importancia de una adoración a Dios que sigue su mandamiento y su
instrucción, no con el fin de preservar una tradición, sino con el fin de
aunarnos más plenamente a la misión de Dios.
Contexto Bíblico
El
pasaje que encontramos en Exodo 20:22-26 representa el principio del Libro del
Pacto. El Libro del Pacto es dada al pueblo de Dios justo después de los Diez
Mandamientos con el fin de proveerles una aplicación práctica de la ley de Dios
en su contexto histórico particular. Esta instrucción es entregada a Moisés
después de que los israelitas habían presenciado la presencia de Dios en el
Monte Sinaí.
El Diseño de Dios para la Adoración
La
primera serie de leyes en el Libro del Pacto se trata de la adoración y se
conecta con los primeros cuatro mandamientos del Decálogo. Esta serie de leyes
se trata precisamente de no tener dioses ajenos delante de Dios, de rechazar la
adoración de imágenes, de usar apropiadamente el nombre de Dios y de
guardar y santificar el día de reposo.
Encontramos en estas instrucciones una serie de estatutos muy específico acerca
de la construcción de los altares y las prácticas ceremoniales de los israelitas.
Pero encontramos también allí una serie de principios generales que hablan del
diseño de Dios para la adoración. Me enfocaré en estos principios generales.
La adoración fluye de la experiencia (v. 22)
"Y Jehová dijo a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto que he hablado desde el cielo con vosotros."
"Y Jehová dijo a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto que he hablado desde el cielo con vosotros."
La
adoración se basa en la experiencia. Cuando Dios revela su diseño para la
adoración corporativa entre los israelitas, les recuerda lo que acababan de
experimentar. Les recuerdo lo que han visto y lo que han oído. La adoración
verdadera, pues, fluye de la experiencia.
La
controversia actual sobre las formas de adoración muchas veces se centran en la
experiencia que la adoración produce. ¿Es entretenida? ¿Hace una conexión con
la generación actual? ¿Me llena? ¿Cómo me hace sentir el servicio?
Pero la
adoración no se fundamenta esencialmente en la experiencia que produce. Al
contrario, la adoración procede de una experiencia real y tangible con Dios.
Dice
Hebreos 12:28: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos
gratitud, y mediante ella sirvamos (latreía)
a Dios con temor y reverencia.” La verdadera adoración proviene de la
experiencia que ya hemos tenido.
Entonces,
¿cómo nos hemos de preparar para la adoración? La preparación para la adoración
no significa necesariamente el despejar nuestras mentes y concentrarnos. La
preparación para la adoración es más bien el recuerdo de las obras prodigiosas
de Dios en nuestras vidas y el reconocimiento de la provisión misericordiosa
que Dios nos ha concedido. La preparación para la adoración es una
concentración en la majestad que Dios nos revela. ¿Cómo se preparó usted hoy
día para la adoración?
La adoración se enfoca exclusivamente en Dios (v. 23)
"No os hagáis conmigo dioses de plata, ni dioses de oro os haréis."
"No os hagáis conmigo dioses de plata, ni dioses de oro os haréis."
El
diseño de Dios para la adoración es que se enfoque únicamente en él. Noten que
en el versículo 23 tenemos un mandamiento doble: uno referido a la plata y el
otro referido al oro. Pero la metalurgia no es el propósito central del
mandamiento. Lo que Dios nos comunica aquí es que debemos dejar que otras cosas
distraigan de nuestro enfoque de Dios. Nuestro enfoque puede ser distraído
cuando sustituimos otras cosas por Dios “ni dioses de oro os haráis.” La
adoración que enfoca nuestra atención en un sustituto, en algo que no es Dios,
no es adoración. Pero nuestro enfoque en Dios también se puede distraer cuando
lo añadimos algo a nuestra adoración que no es Dios. “No hagáis conmigo dioses
de plata.” Nuestra adoración se adultera y se contamina no sólo cuando
removemos a Dios del escenario sino también cuando ponemos en el escenario
junto a Dios otras cosas. Algunos vienen a iglesia a encontrarse con amigos, a
escuchar la buena música, o a sentirse parte de algo. Para ellos, Dios está
ausente – han hecho para sí un dios de oro. Pero otros vienen buscando a Dios,
pero quieren ciertas adiciones – asientos cómodos, alumbramiento adecuado,
temperatura agradable. Estos han hecho un dios de plata. Pero el enfoque en
Dios no es algo que puede ni debe controlar el “equipo de adoración.” No
podemos producir un enfoque exclusivo en Dios a través de nuestra actuación.
Dios produce ese enfoque a través de la obra de su Espíritu en el corazón del
hombre.
Romanos
12:1-2 dice: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por
medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea
la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Aquí,
Pablo nos enseña cómo enfocarnos en Dios – lo hacemos al presentar nuestros
cuerpos como un sacrificio vivo y al renovar nuestras mentes por la
transformación espiritual.
No se
trata de lo que hace el pastor, el anciano o el diácono. Si estás distraído en
la adoración, si tienes dificultad en enfocarte en Dios, no mires primero al
plataforma, mira primero tu corazón. La distracción comienza en el corazón no
en el plataforma.
La adoración invita la presencia de Dios (v. 24)
"Altar de tierra harás para mí, y sacrificarás sobre él tus holocaustos y tus ofrendas de paz, tus ovejas y tus vacas; en todo lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre, vendré a ti y te bendeciré."
"Altar de tierra harás para mí, y sacrificarás sobre él tus holocaustos y tus ofrendas de paz, tus ovejas y tus vacas; en todo lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre, vendré a ti y te bendeciré."
La
adoración no se trata de un lugar. Muchas veces nos preocupamos demasiado por
el lugar donde nos congregamos. Pero Dios promete que en donde quiera que cause
que su nombre sea recordado, él vendrá a bendecirnos. La adoración se trata
fundamentalmente de la presencia de Dios. El salmista nos dice que Dios habita
la alabanza de su pueblo (Salmo 22:3) y Jesús dijo que donde dos o tres se
reúnen en mi nombre, allí estaré yo (Mateo 18:20). La Confesión de 1689 (22.6) también
trata este tema:
Ahora, bajo el evangelio, ni la oración ni
ninguna otra parte de la adoración religiosa están limitadas a un lugar, ni son
más aceptables por el lugar en que se realizan o hacia la dirección que se
dirigen, sino que Dios ha de ser adorado en todas partes en espíritu y en
verdad.
El
diseño de Dios para la adoración es que invite su presencia. Cuando adoramos a
Dios estamos en su presencia y en su presencia Dios se regocija (Sofonías
3:17). Y este es el genio de la adoración a nuestro Dios - nos lleva a su presencia por su propio deleite y para nuestra bendición.
Conclusión
¡Congregad e id, id y congregad! La adoración provee el único
fundamento para la misión. Mientras estemos ocupados en las contiendas de la
adoración, mientras que ignoremos el diseño de Dios para la adoración, no
podemos esperar ser parte de su misión. La adoración nos prepara para “ir y
hacer discípulos” puesto que fluye de nuestra experiencia, nos enfoca en Dios
en su santidad y singularidad e invita la presencia de Dios en nuestro entorno.
Y esto cubre la parte de “congregad e id”
pero ¿qué de la id y congregad?
Nuestra experiencia en la misión de Dios, nuestra experiencia de proclamar el
evangelio, de alcanzar a los que no han oído, constituye otro flujo en nuestra
adoración. A través de la proclamación del evangelio llegamos a comprender más
sobre la singularidad de Dios, su santidad, su fidelidad y su poder. Y por eso,
nuestra adoración se vuelve más enfocada. Por último, participar en la misión
de Dios quiere decir traer a los nuevos creyentes a la comunión de los hermanos
y por ende a la presencia de Dios. La conexión entre adoración y misión la
vemos en Salmo 29:27: “se acordarán y se volverán a Jehová todos los confines
de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti.”
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